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INVIERNO EN KIEV o «Si quieres una dama, empieza por la abuela.»

domingo, mayo 19th, 2013

DaCha 10
¡Qué importante es, en la vida de un niño, la experiencia de los abuelos! Así como yo evoco la memoria de los míos, mi madre (que lleva el nombre de la abuela de su abuela), evoca la memoria de la única abuela que conoció y me sumerge, nuevamente, en un viaje de ensueño por la historia y la tradición:

“Mi primera infancia transcurrió en nuestra casa de Canning 84″ -cuenta Zulema, mi madre-. «Recuerdo que visitaba con mucha frecuencia a mi Bobe Brane, a quien adoraba. Me encantaba jugar a disfrazarme con las ropas y zapatos de mi tía Feliza y gozar de las dulzuras que preparaba mi Bobe, quien, por la tarde, servía su té en los vasos de vidrio y mi leche en sus tazas de loza inglesa, sobre el mantel de color rojizo que cubría la mesa del comedor, de estilo Chippendale, que había traído de Inglaterra. Yo esperaba, ansiosa, a que abriera la puerta del aparador, del que sacaba una bandejita de loza, que luego llenaba de kemish broit y schtrudel de membrillo y un botellón de cristal con vishnik, del que sólo me servía una copita, ya te contaré por qué. Calculo que mi Bobe debía tener en esa época no más de 60 años pero parecía muchos más porque peinaba su larga cabellera canosa con un rodete y jamás se maquillaba.”

Brane, mi bisabuela, nació en Kiev, Ucrania, en el año 1876. En esa época, Ucrania, que fuera dominada, ya por Lituania, ya por Polonia o bien, subyugada por cosacos y tártaros, estaba bajo el dominio ruso del Zar Alejandro II, quien ese año promulgó un edicto secreto, el Ucase de Ems, por el que se prohibía el uso del idioma ucraniano en la prensa escrita, así como también en representaciones teatrales y en la enseñanza, en un intento por eliminar cualquier vestigio de cultura o nacionalismo ucraniano. Por lo tanto, Brane se consideraba rusa y hablaba ruso e idish. Su padre era rebe (maestro) y su abuela “se vestía como una reina y usaba un tocado como una corona” (sarafan y kokoshnik). No hablaba mucho de esa primera etapa de su vida. Sus recuerdos felices del terruño natal eran esos y que en verano juntaban cerezas e iban al Mar Negro. Los otros, los tristes, los que marcaron su joven corazón de un frío invierno, fueron los que la obligaron a emigrar, a los 14 años, hacia Inglaterra, sola… pero con samovar.

Brane llegó a Londres en 1890, siguiendo a un hermano que la precedió, años antes, en la partida de Kiev y se estableció en el East London, barrio que recibía a los inmigrantes pobres, fundamentalmente a irlandeses y judíos de la Europa Oriental. Su hermano trabajaba en una carpintería y suponemos que así fue como mi bisabuela conoció y se enamoró de Louis, mi bisabuelo, quien también era ebanista. De la misma manera, se enamoró de Londres, tanto, que siempre recordó esos años como los más felices de su vida. Fue testigo de la última década de la era victoriana (1837-1901), que logró el gran desarrollo económico e imperial e incluso la hegemonía mundial de Gran Bretaña, que transformaron al liberalismo en algo mucho más profundo que un sistema político: liberalismo y Parlamento vinieron a ser, al cabo del siglo XIX, debido a aquella «evolución ordenada», el fundamento de la cultura política moderna del pueblo inglés. Esa impregnación liberal de la conciencia colectiva contribuyó a que la política británica se adaptara sin violencia, casi naturalmente, a la irrupción de las masas en la vida pública, y que la transición hacia la democracia moderna fuera allí tan ordenada como había sido la evolución liberal a lo largo del siglo XIX. La muerte de la reina Victoria dio lugar a la Era eduardiana. El pueblo adoraba a Eduardo VII, quien, según Brane, “caminaba por la calle sin guardia y se sentaba en un banco de la plaza”; esta ya mujer de 25 años, respetaba el protocolo londinense, salía siempre a la calle con sombrero y amaba a una ciudad en la que “los pisos eran como espejos: uno se podía ver en el piso” y gozó de un período en el que sectores de la sociedad que habían sido siempre excluidos de la vida política, como los obreros plebeyos y las mujeres, se volvían cada vez más politizados y participativos.
Lamentablemente, Louis enfermó y, en 1908, con tres hijos vivos y otros dos en camino, ambos se embarcaron rumbo a la Argentina, en busca de los “buenos aires”, con todos sus muebles, sus cubiertos y vajilla y, por supuesto, el samovar. Pocos años más tarde, Brane enviudó y se quedó sola, con cinco chicos, en una Argentina turbulenta. Su corazón entró en el invierno para siempre, hasta la llegada de los nietos.
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“Cuando mi tía Feliza se casó, yo tenía seis años” -sigue mi mamá-. “Después del casamiento, mi Bobe con mi tío Samuel, que era minervista, se mudaron a nuestra casa. Allí, en la muy amplia cocina, fui testigo de la preparación de las comidas y bebidas que preparaba mi abuela. Me encantaba verla cocinar toda clase de manjares dulces y salados, aunque yo prefería los dulces. Me asombraba la cantidad de cerezas que compraban en primavera y verano y su colocación, junto con azúcar y algo de alcohol, en unos botellones grandísimos de color verde oscuro que se llamaban damajuanas y que colocaban en el gran patio soleado de mi casa, en el que había muchas plantas y una gran pajarera con canarios, que cuidaba mi papá. Luego, cuando en las damajuanas se formaba una espuma, las guardaban en un lugar oscuro hasta el invierno. Cuando las cerezas estaban completamente maceradas, mi Bobe pasaba, con la ayuda de mi mamá, el licor color borravino a los botellones y a las cerezas, las comíamos en compota. El vishnik era mi bebida preferida, a tal punto que una vez, en una reunión de Fin de Año que festejamos en el patio de mi casa, tomé tantos vasitos que me emborraché!”
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La vida de los inmigrantes no es fácil; nunca lo ha sido. Dejar atrás la casa natal, la tierra, la familia, los amigos, es desgarrador y exige una enorme dosis de coraje. Gracias a ese coraje, parte de mi familia sobrevivió. Gracias a ese coraje es que yo existo. Hay un común denominador a todos los inmigrantes: para calmar el frío que siente el corazón en el exilio, hacen de la tradición un conjuro y cantan sus canciones, bailan sus danzas, cocinan sus delicias como lo hacían sus madres y abuelas y las madres y abuelas de sus madres y abuelas.

Kiev fue la cuna y el punto de partida hacia el destino errante en la vida de mi bisabuela. Pero también, las cerezas del verano para endulzar hasta a los más amargos inviernos.
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Probá «INVIERNO EN KIEV«, de DaCha ~Russkiĭ Sekret~ (Blends). Té rojo Assam, té rojo chino BOP, pimpollos de rosas, cacao y licor de cerezas (vishnik). Compañero perfecto para cualquier torta de chocolate, incluso de chocolate blanco. Este es EL blend para quienes gustan tomarlo con un toque de leche o crema 😉
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