AGUAS DE PRIMAVERA – IVÁN TURGUÉNIEV – CAPÍTULO 1
AGUAS DE PRIMAVERA – IVÁN TURGUÉNIEV – CAPÍTULO I
Era el verano de 1840. Sanin acababa de cumplir veintidós años; volvía de Italia a Rusia, y se hallaba de paso en Francfort. Sin familia casi, poseía una fortuna no muy cuantiosa, pero de la que podía disponer a su antojo. Un pariente lejano le había dejado unos miles de rublos de herencia, y él resolvió gastárselos en el extranjero antes de ingresar en la administración, antes de ponerse al lomo la albarda oficial necesaria para asegurarse la subsistencia. En efecto, Sanin había puesto en práctica su proyecto; y tal maña se dio, que el mismo día de llegar a Francfort tenía el dinero justo para volver a San Petersburgo. En 1840 eran escasos los ferrocarriles; los señores viajeros iban en diligencia. Sanin sacó su boleto, pero la diligencia no partía hasta las once de la noche. Le quedaba mucho tiempo disponible. Por fortuna el día era magnífico y Sanin, después de haber almorzado en la fonda El Cisne Blanco, célebre en a la sazón, salió a callejear por la ciudad. Fue a ver la Ariadna de Dannecker (1) y no le pareció nada del otro mundo; visitó la casa de Goethe (sólo había leído de ese poeta el Werther y en una traducción francesa); paseó por la orilla del Main (2) y se aburrió como corresponde a un concienzudo viajero ocioso; por último, hacia las seis de la tarde, fatigado, polvorientos los zapatos, se encontró en una de las calles menos importantes de Francfort, calle que, sin embargo, estaba destinada a no borrársele de la memoria en largo tiempo.
En la fachada de una de las pocas casas de esa calle, vio un letrero que anunciaba a los transeúntes la «Confitería Italiana de Giovanni Roselli». Entró a tomar un vaso de limonada. En la primera pieza, detrás de un modesto mostrador, en los estantes de una alacena pintada, se ostentaban simétricamente, como en una farmacia, algunas botellas con etiquetas doradas y frascos de cristal de ancha boca llenos de bizcochos, pastillas de chocolate y caramelos. No había nadie en esa habitación; sólo un gato gris ronroneaba guiñando los ojos y amasando suavemente con las patitas una alta silla de paja puesta junto a la ventana; una canasta de madera tallada yacía boca abajo en el suelo, y junto a ella un grueso ovillo de lana roja resplandecía en un rayo oblicuo del sol poniente. Un ruido confuso, extraño, salía de la estancia contigua. Sanin esperó a que la campanilla de la puerta hubiese dejado de sonar, y dijo en voz alta:
-¿No hay nadie aquí?
En el mismo instante se abrió la puerta de la pieza vecina… Sanin se quedó petrificado de asombro.
(1) Johann Heinrich von Dannecker (1758-1844), escultor alemán.
(2) Main (Meno): Río de Alemania de aproximadamente 494 km. Afluente importante
del río Rin, se une a este frente a la ciudad de Mainz (Maguncia).