AGUAS DE PRIMAVERA – IVÁN TURGUÉNIEV – CAPÍTULO 11
Buenísimas noches, dachas queridas. Tarde, ya sé. Yo ya me tomé una tisana, de muchas hierbas, con linda charla de mujeres, y ahora les dejo el Capítulo 11 de Aguas de primavera. Hasta mañana.
AGUAS DE PRIMAVERA – IVÁN TURGUÉNIEV – CAPÍTULO 11
Sonó la campanilla de la puerta exterior. Un joven campesino, con chaleco rojo y gorra de piel, entró en la confitería. Era el primer comprador de aquel día.
—He aquí cómo va el comercio —había dicho Frau Lenore a Sanin, dando un suspiro durante el almuerzo.
Continuaba dormida. No atreviéndose Gemma a sacar la mano de debajo de la almohada, dijo muy quedo a Sanin:
—Vaya usted y despache por mí.
Sanin, andando de puntillas, pasó enseguida a la tienda. El joven labriego pidió un cuarterón(1) de pastillas de menta.
—¿Qué le cobro? —dijo Sanin a media voz, a través de la puerta.
—Seis kreutzers —murmuró Gemma.
Sanin pesó las pastillas, buscó papel, hizo un cucurucho, las echó en él, se le desparramaron, las recogió, volvieron a caérsele y, por fin, las pudo entregar y recibió el dinero… El joven aldeano lo miraba estupefacto, dando vueltas a la gorra contra el pecho, mientras que en la otra habitación Gemma ahogaba la risa apretándose la boca con la mano. Aún no había salido este comprador, cuando entró otro, luego un tercero…
-Parece que tengo buena mano -se dijo Sanin.
El segundo parroquiano pidió un vaso de horchata, el tercero media libra de bombones. Sanin los sirvió armando un barullo de cucharas y platillos, y metiendo animoso los dedos en los cajones y en los frascos de boca ancha. Hecha la cuenta, resultó que había vendido la horchata demasiado barata, y cobrado en los bombones dos kreutzers de más. Gemma no cesaba de reírse bajito; en cuanto a Sanin, sentía una animación desusada y una disposición de ánimo verdaderamente feliz. ¡Hubiera vivido así eternidades, vendiendo bombones y horchatas detrás de aquel mostrador, mientras que desde la trastienda lo miraba aquella encantadora criatura con ojos amistosamente burlones, y el sol estival, a través del espeso follaje de los castaños que crecían delante de las ventanas, llenaba toda la estancia con el oro verdoso de sus rayos y de sus sombras, y su corazón se mecía con la dulce languidez de la pereza, del quietismo y de la juventud, de la primera juventud!
El cuarto parroquiano pidió una taza de café. Hubo que dirigirse a Pantaleone. Emilio no había vuelto aún del almacén de Herr Klüber.
Sanin volvió a sentarse junto a Gemma. Frau Lenore continuaba dormida, con gran contento de su hija…
—Cuando mamá duerme, se le quita la jaqueca —explicó la muchacha.
Sanin se puso a hablar con Gemma, en voz baja, como antes, por supuesto. Habló de su «comercio». Se informó muy serio del precio de los diferentes «artículos del ramo de confitería». Gemma se los indicó con la misma formalidad y, sin embargo, ambos se reían para sus adentros, de buena fe, como si se confesasen a sí mismos que estaban representando una divertidísima comedia. De pronto, en la calle, un organillo se puso a tocar el aria de Freischütz:
Durch die Felder, durch die Auen…(2)
Los sonidos, gemebundos y temblones, rechinaban en el aire inmóvil. Gemma se estremeció:
—¡Va a despertar a mamá!
Sanin se apresuró a salir e hizo desaparecer al músico ambulante, poniéndole en la mano algunos kreutzers. Cuando el joven volvió, Gemma le dio las gracias con un ligero movimiento de cabeza; luego, con una sonrisa meditabunda, tarareó con voz apenas perceptible la linda melodía de Weber(3) en que Max expresa todas las vacilaciones del primer amor. Enseguida preguntó a Sanin si conocía Der Freischütz, si le gustaba Weber; y añadió que, a pesar de su origen italiano, le agradaba «esa» música más que ninguna. De Weber, la conversación fue insensiblemente a parar a la poesía, al romanticismo, a Hoffmann(2) tan en boga en aquel entonces…
Pero Frau Lenore seguía durmiendo, y hasta roncaba ligeramente, y los rayos del sol, que pasaban como líneas estrechas a través de los resquicios de las persianas, iban cambiando de sitio y viajaban con un movimiento imperceptible, aunque continuo, sobre el suelo, sobre los muebles, sobre la falda de Gemma, sobre las hojas y los pétalos de las flores.
(1) Cuarterón: cuarta parte de una libra.
(2) En alemán: A través de campos, a través de llanos.
(3) Carl Maria von Weber (1786-1826), compositor, pianista y director; uno de los creadores del movimiento romántico musical alemán. Entre sus innovaciones musicales está el empleo del leitmotiv y de recitativos cantados, en lugar del habitual diálogo hablado de la ópera alemana.
(4) Ernst Theodor Amadeus Hoffmann (1776-1822), escritor y compositor. Una de las figuras más representativas del romanticismo alemán. Creador de la ópera Ondina (1816) y de textos de ficción de gran importancia como fue su libro de cuentos en dos volúmenes Piezas fantásticas (1814-1815).