AGUAS DE PRIMAVERA – IVÁN TURGUÉNIEV – CAPÍTULO 17
En medio de estas aguas de primavera, que dan de beber a la tierra para que florezca, les dejo el Capítulo 17 de nuestra novela nocturna. Últimos días de promo de Alma de noruega a $100 (no se lo pierdan).
AGUAS DE PRIMAVERA – IVÁN TURGUÉNIEV – CAPÍTULO 17
«Aguardaré las explicaciones del caballero oficial hasta las diez», pensaba, al arreglarse por la mañana, al día siguiente, «y después, que me busque si le da la gana».
Pero los alemanes se levantan temprano; y antes de que el reloj marcase las nueve, el criado entró a anunciar a Sanin que el señor alférez (der Herr Seconde Lieutenant) von Richter(1) deseaba verlo.
Sanin se puso raudamente un redingote(2) y le dijo que lo hiciese pasar. En contra de lo que Sanin esperaba, von Richter era un jovenzuelo, casi un niño; se esforzaba en vano por dar un aire de importancia a su rostro imberbe; ni siquiera lograba ocultar su emoción, y habiéndosele enredado los pies en el sable, por poco se cae al sentarse. Después de muchas vacilaciones, y con notable tartamudeo, comunicó a Sanin, en muy mal francés, que era portador de un mensaje de su amigo, el barón von Dönhof; que su misión consistía en exigir excusas al caballero von Sanin por las expresiones ofensivas empleadas por él la víspera, y que en el caso de que el caballero von Sanin se negase a ello, el barón von Dönhof exigía satisfacción.
Sanin respondió que no tenía el propósito de presentar excusas, y que sostenía lo dicho.
Entonces, el caballero von Richter, siempre tartamudeando, le preguntó con quién, dónde y a qué hora podrían celebrarse las conferencias indispensables.
Sanin le respondió que podía volver dentro de un par de horas, y que de allí a entonces trataría de hallar un testigo.
«¿A quién diablos tomaré de testigo?», pensaba mientras tanto.
El caballero von Richter se levantó y saludó para despedirse. Pero al llegar al umbral, se detuvo como presa de un remordimiento de conciencia, y dirigiéndose a Sanin, le dijo que su amigo el barón von Dönhof no dejaba de comprender que hasta cierto punto habían sido culpa suya los sucesos de la víspera, y que, por consiguiente, se contentaría con «ligeras excusas» (des exghizes léchères[3]).
Sanin contestó a eso que no considerándose culpable de nada, no estaba dispuesto a presentar ninguna clase de excusas, ni ligeras ni pesadas.
—En ese caso, —replicó el caballero von Richter, poniéndose aún más encarnado —habrá que cruzar unos pistoletazos amistosos (des goups de bisdolet à l’amiâple[4]).
—No comprendo ni pizca lo que usted quiere decir. —observó Sanin —Supongo que no se trata de tirar al aire.
—¡Oh, no, no! —tartamudeó el alférez, desorientado por completo —Pero suponía que ventilándose el asunto entre hombres distinguidos… —se interrumpió —Hablaré con el testigo de usted —dijo, y se retiró.
En cuanto el alférez hubo salido, Sanin se dejó caer en una silla, con los ojos fijos en el suelo, diciéndose:
«¡Vaya una broma la de esta vida, con sus bruscos virajes! Pasado y futuro, todo desaparece como por arte de magia; ¡y lo único que saco en limpio es que me voy a batir en Francfort con un desconocido y no se sabe por qué!»
Se acordó de una anciana tía loca que bailaba sin cesar, cantando estas palabras extravagantes:
¡Alférez rebonito!
¡Mi pepinito!
¡Mi cupidito!
¡Báilame, mi pichoncito!
Se echó a reír y se puso a cantar como ella: «¡Alférez rebonito; báilame, mi pichoncito!»
—Pero no hay tiempo que perder; hay que moverse —exclamó en voz alta, levantándose. Y vio delante de él a Pantaleone con una esquela en la mano.
—He llamado varias veces, pero no ha oído usted. Yo creía que había salido — dijo el viejo, dándole la carta —De parte de la señorita Gemma.
Sanin tomó maquinalmente la carta, la abrió y leyó. Gemma le escribía que estaba intranquila con el asunto consabido, y que deseaba verlo de inmediato.
—La signorina está inquieta. —dijo Pantaleone, que por lo visto estaba enterado del contenido de la esquela —Me ha dicho que me informe de lo que hace usted, y que lo lleve conmigo junto a ella.
Sanin miró al viejo italiano y se quedó pensativo: una idea repentina cruzaba por su mente. En el primer instante le pareció extraña, imposible… «Sin embargo, ¿por qué no?», se dijo a sí mismo.
—Señor Pantaleone —casi gritó.
Se estremeció el viejo, sepultó el mentón en la corbata y fijó los ojos en Sanin.
—¿Sabe usted lo que pasó ayer? —prosiguió este.
Pantaleone sacudió su enorme pelambre, mordiéndose los labios, y respondió:
—Lo sé.
Apenas de regreso, Emilio se lo había contado todo.
—¡Ah, lo sabe usted! Pues bien, he aquí de qué se trata. Ahora mismo acaba de salir de aquí un oficial. Ese insolente de ayer me desafía a duelo. He aceptado, pero no tengo testigo. ¿Quiere usted ser mi testigo?
Pantaleone tembló y levantó tanto las cejas, que desaparecieron bajo sus mechones colgantes.
—¿Pero no tiene usted más remedio que batirse? —dijo en italiano; hasta entonces había hablado en francés.
—Es preciso. Negarme a ello sería cubrirme de oprobio para siempre.
—¡Hum! Si me niego a servirle a usted de testigo, ¿buscará usted otro?
—Seguramente.
Pantaleone bajó la cabeza.
—Pero permítame usted que le pregunte, signor de Zanini, si ese duelo no echará una mancha sobre la reputación de cierta persona.
—Supongo que no; pero, aunque así fuese, no hay más remedio que resignarse.
—¡Hum…! —Pantaleone había desaparecido por completo dentro de su corbata —Pero ese ferroflucto Kluberio, ¿no interviene en eso? —exclamó de pronto, levantando la nariz como si otease el aire.
—¿Él? Nada.
—¡Che! —Pantaleone se encogió de hombros con aire despectivo, y dijo con voz insegura: —En todo caso, debo dar a usted las gracias, porque en medio de mi actual rebajamiento ha sabido usted reconocer en mí un hombre decente, un galant’uomo. Con eso demuestra usted mismo ser un galant’uomo. Pero necesito pensar su proposición.
—No hay tiempo que perder, querido señor Ci… Cippa…
—…tola. —concluyó el viejo —No le pido a usted más que una hora para reflexionar. Este asunto atañe a los intereses de la hija de mis bienhechores… ¡y por eso es un deber, una obligación para mí el reflexionar…! Dentro de una hora, de tres cuartos de hora, conocerá usted mi resolución.
—Bueno, esperaré.
—Y ahora, ¿qué respuesta llevo a la signorina Gemma?
Sanin tomó un pliego de papel y escribió:
«No tenga usted miedo, mi querida amiga. Dentro de tres horas iré a verla, y todo se explicará. Le doy a usted las gracias con toda mi alma por el interés que me manifiesta.»
Y entregó la esquela a Pantaleone.
Éste la puso con cuidado en el bolsillo interior de su paletot, y después de repetir otra vez: «¡Dentro de una hora!», se dirigió a la puerta; pero bruscamente se volvió, corrió hacia Sanin, le tomó la mano, y estrechándosela contra el pecho, con los ojos levantados al cielo, exclamó:
—Nobile giovanotto! Gran cuore!(5) ¡Permita usted a un débil viejo (a un vecchiotto), estrecharle su valerosa mano! (la vostra valorosa destra).
Y dando algunos pasos de espalda, agitó ambos brazos y salió.
Sanin lo siguió con la vista…; después tomó un periódico y se creyó en el caso de leer. Pero por más que sus ojos se empeñaban en recorrer las líneas, no comprendió nada de lo que leía.
(1) Palabra alemana que significa “de”. Antepuesta a un apellido suele ser indicación de nobleza o ascendencia ilustre.
(2) Redingote: Capote de poco vuelo y con mangas ajustadas.
(3) Mala pronunciación de las palabras francesas excuses légères.
(4) Deformación de la frase en francés des coups de pistolet à l’amiable.
(5) En italiano: ¡Noble mancebo! ¡Gran corazón!
Créditos de la imagen: Aisha Yusaf