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Categoria: Té Literario ~ Aguas de primavera | Fecha: octubre 10th, 2013 | Publicado por Gabriela Carina Chromoy

AGUAS DE PRIMAVERA – IVÁN TURGUÉNIEV – CAPÍTULO 18

aguas de primavera dibujo
Buenas noches, dachas primaverales. Les dejo el Capítulo 18 de la novela que nos convoca… con un tilo.
AGUAS DE PRIMAVERA – IVÁN TURGUÉNIEV – CAPÍTULO 18

Al cabo de una hora el mozo entregó a Sanin una tarjeta vieja, mugrienta, que decía:

PANTALEONE CIPPATOLA DI VARESE
Cantante di Camera di S.A.R.(1) il Duca di Modena

Y Pantaleone en persona entró en pos del camarero. Se había cambiado de ropa de pies a cabeza. Llevaba un frac negro con las costuras de color de ala de mosca y un chaleco de piqué blanco, sobre el cual zigzagueaba una cadena de cobre dorado. Un pesado sello de cornerina bajaba hasta sus negros pantalones ajustados, de antigua moda, «de puente». Tenía en la mano derecha un sombrero negro de pelo de conejo y en la mano izquierda un par de grandes guantes de gamuza. La corbata era aún más ancha y más alta que de costumbre, y en su almidonada pechera brillaba un alfiler adornado con un ojo de gato. El índice de la mano derecha ostentaba un anillo formado por dos manos enlazadas alrededor de un corazón echando llamas.
Toda la persona del viejo exhalaba olor a baúl, a alcanfor y almizcle; y la preocupación, la solemnidad de su porte, hubiera chocado hasta al espectador más indiferente. Sanin se levantó y salió a su encuentro.

—Seré su testigo —dijo Pantaleone en francés, e inclinó todo el cuerpo hacia delante después de lo cual puso los pies en primera posición, como un maestro de baile. —Vengo a tomar sus instrucciones. ¿Desea usted batirse sin cuartel?

—¿Por qué sin cuartel, mi querido señor Pantaleone? ¡Por nada del mundo retiraría las expresiones que ayer proferí, pero no soy un bebedor de sangre! Por lo demás, aguarde usted; pronto va a venir el testigo de mi adversario, me retiraré a la habitación contigua y él se entenderá con usted. Quede usted convencido de que nunca olvidaré este servicio, por el cual le doy las gracias con todo mi corazón.

—¡El honor ante todo! —respondió Pantaleone, y se arrellanó en una butaca sin esperar a que Sanin lo invitara a sentarse —¡Si ese ferroflucto spiccebubbio, ese mercachifle de Klüber, no sabe comprender el primero de sus deberes, o si tiene miedo, tanto peor para él…! ¡Alma vil! Eso es todo. En cuanto a las condiciones del duelo, soy testigo de usted y sus intereses son sagrados para mí. Cuando vivía yo en Padua, había allí un regimiento de dragones blancos y estaba relacionado con varios oficiales… Todo su código me es familiar, y a menudo he hablado de estos asuntos con un compatriota suyo, il principe Tarbusskiy… ¿Vendrá pronto ese testigo?

—Lo espero de un momento a otro…, y aquí viene ya —añadió, mirando por la ventana.

Pantaleone se levantó, consultó la hora en su reloj, se arregló el cabello, y se apresuró a meter dentro del zapato una cinta que le salía por debajo del pantalón. Entró el alférez, siempre tan encendido y tan turbado.

Sanin presentó uno a otro los testigos.

—Von Richter, alférez… El señor Cippatola, artista…

El alférez experimentó alguna sorpresa al ver al viejo… ¡Qué hubiera dicho si alguien le hubiese cuchicheado al oído que «el artista» en cuestión practicaba también el arte culinario…! Pero Pantaleone tenía tal prosopopeya, que un duelo parecía ser para él una cosa habitual y corriente. En aquella circunstancia, los recuerdos de su carrera teatral vinieron probablemente en su auxilio, y representó el papel de testigo precisamente como un papel. El alférez y él guardaron silencio un instante.

—¡Vamos, empecemos! —dijo por fin Pantaleone, jugando, al descuido, con su sello de cornerina.

—¡Comencemos! —respondió el alférez —Pero… la presencia de uno de los adversarios…

—Señores, los dejo a ustedes —anunció Sanin, saludándolos, y entró en su dormitorio y cerró la puerta.

Se echó en la cama y se puso a pensar en Gemma. Pero la conversación de los testigos, a pesar de estar cerrada la puerta, llegaba a sus oídos. Hablaban en francés, destrozándolo ambos sin compasión, cada cual a su antojo. Pantaleone mencionaba a los dragones de Padua y de il principe Tarbusskiy; el alférez insistía en lo de las exghizes léchères (ligeras excusas) y los goups de bisdolet à l’amiaple (pistoletazos de amigo). Pero el viejo no quiso oír hablar de ningún género de exghizes. Con gran espanto de Sanin, se puso de pronto a hablar de «una joven señorita inocente, cuyo dedo meñique vale más que todos los oficiales del mundo» (oune zeune damigella innoucenta qu’a ella sola dans soun peti doa vale pinque toutt le zouffissié del mondo). Y varias veces repitió con calor: “È ouna onta, ouna onta!” (¡Es una vergüenza, una vergüenza!) Al principio, el alférez no prestó a ello ninguna atención; pero después se oyó la voz del joven, temblorosa de cólera, haciendo observar que no había venido a oír sentencias morales…

—A la edad de usted siempre es útil oír cosas justas —exclamó Pantaleone.

La discusión llegó varias veces a ser tempestuosa. Al cabo de una hora de disputas, convinieron las condiciones siguientes: «el barón von Dönhof y el señor Sanin se encontrarían al día siguiente, a las diez de la mañana, en un bosquecito cerca de Hanau; tirarían a veinte pasos, teniendo cada uno derecho a hacer dos disparos, a la señal de los testigos. Se servirían de pistolas corrientes».

Von Richter se retiró. Pantaleone abrió la puerta de la alcoba y comunicó a Sanin el resultado de la entrevista, exclamando:

—Bravo russo! Bravo giovanotto! ¡Saldrás vencedor!

Pocos instantes después se encaminaron a la confitería Roselli.

Sanin tuvo la precaución de exigir a Pantaleone el más profundo secreto acerca del duelo. Como respuesta, el viejo alzó un dedo y repitió dos veces guiñando los ojos:

—Segretezza!

Se había rejuvenecido visiblemente y andaba con paso más firme. Todos aquellos sucesos extraordinarios, aunque poco agradables, le recordaban con viveza la época en que enviaba y recibía él mismo cartas de desafío… en escena. A los barítonos, como se sabe, les gusta gallear en sus papeles.

(1)S.A.R.: Abreviatura de Su Alteza Real, igual que en español.

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