AGUAS DE PRIMAVERA – IVÁN TURGUÉNIEV – CAPÍTULO 4
Empezó la primavera no más, con agua, como para hacer honor al título de nuestra novela y también con flores de amor siempre joven. Pienso en la voz del Flaco, cantando «la lluvia borra la maldad y lava todas las heridas de tu alma…» y me reconforta un poco. Bueno, taza de Kaifeng Imperial (que está de parabienes) y el Capítulo 4 de nuestra lectura nocturna.
AGUAS DE PRIMAVERA – IVÁN TURGUÉNIEV – CAPÍTULO 4
Hora y media después estaba Sanin de vuelta en la confitería de Roselli, donde lo recibieron como de la familia. Emilio estaba sentado en el mismo diván en que le habían dado las friegas. El doctor se había retirado, luego de extender una receta y recomendar que preservasen cuidadosamente, al muchacho, las emociones fuertes, a causa de su temperamento nervioso y predispuesto a las enfermedades del corazón. Emilio había sufrido otros desmayos de ese género, pero no tan profundos ni tan prolongados. Por lo demás, el doctor aseguraba que por el momento no existía ningún peligro.
El joven estaba como corresponde a un convaleciente, arropado en una amplia bata, y su madre le había puesto al cuello un pañuelo de lana azul; pero Emilio tenía una expresión alegre, casi como en día de fiesta. Todo a su alrededor emanaba también un aire de fiesta. En una mesita redonda, con su pulcro mantel, puesta frente al diván, se erguía una enorme chocolatera de porcelana llena de aromático chocolate, y rodeada de jícaras, frascos de jarabe, platos colmados de bizcochos y panecitos ovalados, y hasta ramos de flores. Seis velas finas ardían en dos antiguos candelabros de plata. A un lado del diván se hallaba un mullido sillón estilo Voltaire, donde Sanin se vio obligado a sentarse. Todos los moradores de la confitería, a quienes había conocido aquella tarde, se encontraban allí reunidos, sin exceptuar al gato ni a Tartaglia, y todos tenían cara de pascuas: hasta el perro estornudaba de gozo; sólo el gato continuaba haciendo arrumacos y guiños.
Fue preciso que Sanin dijese su apellido, nombres y condición, así como el lugar de nacimiento. Al saber que era ruso, las dos damas prorrumpieron en exclamaciones de asombro, y ambas, al mismo tiempo, afirmaron que pronunciaba el alemán a la perfección; pero añadieron que si Sanin prefería hablar en francés, podía emplear este idioma, que ellas también comprendían y hablaban con facilidad. Sanin aprovechó en el acto el ofrecimiento: «¡Sanin, Sanin!». Jamás habían podido imaginar las dos damas que un apellido ruso fuese tan fácil de pronunciar. No menos les agradó su nombre de pila, Dmitri.
La señora dijo que en su juventud había oído cantar una ópera magnífica, Demetrio e Polibio(1) pero declaró que «Dmitri» era mucho más bonito que «Demetrio».
Sanin estuvo conversando así cerca de una hora. Por su parte, las damas lo iniciaron en todos los detalles de su existencia. La madre, dama de cabello gris, era la más locuaz. Hizo saber a Sanin que se llamaba Leonore Roselli, que había perdido a su marido Giovanni Battista Roselli, quien veinticinco años antes se había establecido en Francfort, de confitero; que Giovanni Battista era natural de Vicenza y un hombre buenísimo, aunque un poco vivo de genio, altanero, y encima ¡republicano! Al decir estas palabras, la señora Roselli señalaba con el dedo un retrato al óleo, colgado encima del diván. Debe suponerse que el pintor —»también republicano», añadió suspirando la señora Roselli— no había estado muy feliz con el parecido, pues en el retrato, el difunto Giovanni Battista daba la sensación de un torvo bandolero con cara de pocos amigos, algo así como un Rinaldo Rinaldini. En cuanto a la señora Roselli, había nacido en «la antigua y soberbia ciudad de Parma, donde existe aquella magnífica cúpula pintada por el inmortal Correggio»(2) pero su larga permanencia en Alemania la había germanizado casi por completo. Después, moviendo tristemente la cabeza, añadió que ya no le quedaba más que aquella hija y aquel hijo (los señaló uno tras otro con el dedo), que la hija se llamaba Gemma y el hijo, Emilio, que los dos eran buenos muchachos y obedientes. Emilio sobre todo…
-¿Y yo, no soy obediente?- interrumpió la hija.
-¡Oh!, tú… eres también republicana- respondió la madre.
Luego dijo que, naturalmente, los negocios no iban tan bien como en tiempos de su marido, maestro en el arte de la confitería…
-Un grand’uomo!- gruñó Pantaleone con aire sombrío
…pero que, gracias al cielo, aún se encontraban medios de vivir.
(1)Demetrio e Polibio: La primera que escribió Gioacchino Rossini (1792-1868), compositor italiano conocido especialmente por sus óperas cómicas. Entre sus obras más famosas están: El barbero de Sevilla, compuesta en 1816 y Guillermo Tell, en 1829.
(2)Correggio: Su verdadero nombre era Antonio Allegri, llamado Correggio, (c. 1489-1534), pintor italiano del Renacimiento cuyas innovaciones en el tratamiento del espacio y movimiento anticipan el estilo barroco. Su sobrenombre proviene de la ciudad donde nació.
Foto: Kathleen Hauschild