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EL TÉ DE LAS SEIS III

miércoles, septiembre 25th, 2013

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¿Ponemos a calentar agua para un té? Un Old Lavender 1932, podría ser.
Para cerrar el círculo de los amantes latinos, les regalo esta foto del brillante fotógrafo inglés, David Hamilton, quien colmó de fantasías mi adolescencia, y una carta.
Leímos, hace tiempo atrás, una carta de amor de Bioy a Elena Garro y un texto provocativo y tormentoso, de Silvina Ocampo. Recordemos que Silvina estaba casada con Bioy, con quien llevó, durante largos años, un matrimonio que puede recordarnos a aquéllos de la época victoriana, en cuanto amor-dependencia-infidelidades.
El sekreto ruso con el que cerraré esta novela de misterio tan inglesa, es la genial poetisa Alejandra Pizarnik, cuyo amor apasionado por Silvina -que le llevaba treinta años- la convirtió en un ser obsesionado que le escribía, a una mujer ya muy madura, cartas extremas y dramáticas que, en lugar de acercarla, la volvían cada vez más distante.
Las mujeres de las letras son peligrosas. Mucho más cuando se convierten en valientes denunciantes de las crueldades de su época contra su propio género. A esta clase pertenecieron Silvina y Alejandra.
No los distraigo más y los dejo con esta epístola de lectura obligatoria.

“B.A. 31/1/72
Ma très chère,
Tristísimo día en que te telefoneé para no escuchar sino voces espúreas, indignas, originarias de criaturas que los hacedores de golems hacían frente a los espejos (cf. von Arnim).
Pero vos, mi amor, no me desmemories. Vos sabés cuánto y sobre todo sufro. Acaso las dos sepamos que te estoy buscando. Sea como fuere, aquí hay un bosque musical para dos niñas fieles: S. y A.
Escribime, la muy querida. Necesito de la bella certidumbre de tu estar aquí, ici-bas pourtant [aquí abajo, sin embargo]. Yo traduzco sin ganas, mi asma es impresionante (para festejarme descubrí que a Martha le molesta el ruido de mi respiración de enferma) ¿Por qué, Silvina adorada, cualquier mierda respira bien y yo me quedo encerrada y soy Fedra y soy Ana Frank?
El sábado, en Bécquar, corrí en moto y choqué. Me duele todo (no me dolería si me tocaras –y esto no es una frase zalamera). Como no quise alarmar a los de la casa, nada dije. Me eché al sol. Me desmayé pero por suerte nadie lo supo. Me gusta contarte estas gansadas porque sólo vos me las escuchás. ¿Y tu libro? El mío acaba de salir. Formato precioso. Te lo envío a Posadas 1650, quien, por ser amante de Quintana, se lo transmitirá entre ascogencia y escogencia.
Te (les) envié aussi un cuaderniyo venezol-ano con un no sé qué de degutante [desagradable] (como dicen Ellos). Pero que te editen en 15 días (…) Mais oui, je suis une chienne dans le bois, je suis avide de jouir (mais jusqu’au péril extrême) [Pero sí, soy una perra en el bosque, ávida de gozar (pero hasta el peligro extremo)]. Oh Sylvette, si estuvieras. Claro es que te besaría una mano y lloraría, pero sos mi paraíso perdido. Vuelto a encontrar y perdido. Al carajo los greco-romanos. Yo adoro tu cara. Y tus piernas y, surtout (bis 10) tus manos que llevan a la casa del recuerdo-sueños, urdida en un más allá del pasado verdadero.
Silvine, mi vida (en el sentido literal) le escribí a Adolfito para que nuestra amistad no se duerma. Me atreví a rogarle que te bese (poco: 5 o 6 veces) de mi parte y creo que se dio cuenta de que te amo SIN FONDO. A él lo amo pero es distinto, vos sabés ¿no? Además lo admiro y es tan dulce y aristocrático y simple. Pero no es vos, mon cher amour. Te dejo: me muero de fiebre y tengo frío. Quisiera que estuvieras desnuda, a mi lado, leyendo tus poemas en voz viva. Sylvette mon amour, pronto te escribiré. Sylv., yo sé lo que es esta carta. Pero te tengo confianza mística. Además la muerte tan cercana a mí (tan lozana!) me oprime. (…) Sylvette, no es una calentura, es un re-conocimiento infinito de que sos maravillosa, genial y adorable. Haceme un lugarcito en vos, no te molestaré. Pero te quiero, oh no imaginás cómo me estremezco al recordar tus manos que jamás volveré a tocar si no te complace puesto que ya lo ves lo sexual es un “tercero” por añadidura. En fin, no sigo. Les mando los 2 librejos de poemúnculos meos –cosa seria. Te beso como yo sé i a la rusa (con variantes francesas y de Córcega).
O no te beso sino que te saludo, según tus gustos, como quieras.
Me someto. Siempre dije no para un día decir mejor sí.
Ojo: esta carta tu peut t’en foutgre et me répondre à propos des [podés meterte esta carta en el culo y contestarme acerca de] hormigas culonas.
Sylvette, tu es la seule, l’unique. Mais ça il faut le dire: Jamais tu ne rencontreras quelqu’un comme moi –Et tu le sais (tout) (Et maintenant je pleure.
[Sylvette, sos la sola, sos la única. Pero es necesario decirlo: nunca encontrarás a nadie como yo. Y eso lo sabés (todo). Y ahora estoy llorando]
Silvina curame, ayudame, no es posible ser tamaña supliciada-)
Silvina, curame, no hagas que tenga que morir ya.”

Alejandra Pizarnik se suicidó el 25 de septiembre de 1972.

Alejandra Pizarnik

Alejandra Pizarnik (29/4/1936 – 25/9/1972)

HACIENDO DACHA EN EXPO TÉ

domingo, septiembre 22nd, 2013

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QUERIDOS VISITANTES DE ESTA DACHA VIRTUAL, ESTAREMOS EN EXPO TÉ, LOS DÍAS 28 Y 29 DE SEPTIEMBRE (FIN DE SEMANA PRÓXIMO). LOS ESPERAMOS.

EL CORAZÓN DE LA CASA

martes, septiembre 17th, 2013

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Me gusta pensar en el samovar como el corazón de la casa. Un samovar podía proveer agua caliente durante todo el día para un té u otras bebidas. Un samovar, también, podía ser la estufa cálida hacia la que extender las manitas. FELIZ INVIERNO, TODAVÍA. Ya pensaron qué blend se van a preparar?

La obra de hoy: Samovar. Ivan Lavrentyevich Gorojov (Rusia, 1863-1934).

TENER Y SER

lunes, septiembre 9th, 2013

Черепичный пиджак, новая полосатая шляпа, а ты грустишь…». 40х50, картон, масло,
«Saco a cuadros, flamante sombrero a rayas y estás triste…»

Y sí, a veces uno tiene de todo y está triste.
Escucho a mi «padre» gestáltico diciéndole al «niño» de mi hija que no puede estar triste porque tiene tantas cosas…
Después, invoco a mi «adulto» y le doy un discurso más constructivo y, creo, más saludable: es afortunada porque es sana, amada, deseada, educada, abrigada, nutrida.

‘Vivimos en un mundo en el que es muy fácil caer en la trampa de confundir el ser con el tener’, reflexiono, mientras me tomo el último vaso de té de la noche. Hasta mañana, queridos todos.

La obra de hoy: Черепичный пиджак, новая полосатая шляпа, а ты грустишь…». 40х50, картон, масло,

TÉ, LIMÓN Y VIEJOS LIBROS

viernes, septiembre 6th, 2013

Воробьева Ольга. А завтра...послезавтра...точно на диету

Otra linda canción para el año nuevo. Arik Einstein, considerado el gran cantante de la historia israelí, escribió «Me encanta estar en casa» en 1986, antes de la Primera Intifada. A veces me pregunto por qué pedir paz y un hogar al que volver suena a pretender demasiado. ¿Será que necesitamos tanto de todo? De nuevo, aparece la vieja dicotomía: tener vs ser. Pensemos.
La imagen que elegí es de la artista rusa Olga Vorovyeva «Y mañana… pasado mañana… sólo dieta» (А завтра… послезавтра… точно на диетуу).

ME ENCANTA ESTAR EN CASA (אוהב להיות בבית)
Hay personas que escalan montañas;
hay personas que hacen paracaidismo desde grandes alturas;
hay personas que montan caballos;
y están los que devoran grandes distancias.

Pero yo… a mí me encanta estar en casa
con té y limón y los viejos libros.
Me encanta estar en casa,
con el mismo amante y los mismos hábitos.

Hay personas que cazan leopardos;
hay personas que bucean en busca de perlas;
hay personas que construyen torres;
y están los que ayunan durante meses.

Pero yo… a mí me encanta estar en casa
con té y limón y los viejos libros.
Me encanta estar en casa
con el mismo amante y las mismas costumbres.

Hay gente que está siempre buscando;
hay gente que está siempre descubriendo;
Hay gente que persigue la grandeza,
que nunca renuncia a nada, que siempre lo quiere todo.

Pero yo… a mí me encanta estar en casa
con té y limón y los viejos libros.
Me encanta estar en casa
con el mismo amante y las mismas costumbres.

יש אנשים שמטפסים על הרים
יש אנשים שצונחים מגבהים
יש אנשים שרוכבים על סוסים
ויש כאלה שגומאים מרחקים

אבל אני אוהב להיות בבית
עם התה והלימון והספרים הישנים
כן, אני אוהב להיות בבית
עם אותה האהובה ועם אותם ההרגלים
אוהב להיות בבית

יש אנשים שצדים נמרים
יש אנשים שדולים פנינים
יש אנשים שבונים מגדלים
ויש כאלה שצמים חודשים

אבל אני…

יש אנשים שתמיד מחפשים
יש אנשים שתמיד מגלים
יש אנשים שהולכים בגדול
לא מוותרים ורוצים את הכל

אבל אני…

UN OASIS DE TÉ Y AMOR.

viernes, septiembre 6th, 2013

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¡Feliz viernes! En esta dacha urbana, 3 de 4 enfermos. No importa. Nada que no se arregle con un poco de té con limón y sopa de arroz. Les dejo esta canción divina de Oasis, con traducción, para arrancar el finde bailando de alegría.
Como siempre, con las traducciones literales tengo problemas. Me puse a pensar si «will all go green» será «todos te envidiarán» o «todos se volverán ecologistas» y si «living very wise» se referirá a «tener una vida correcta» o a «vivir de manera sustentable», con paneles de energía solar, etc. En cualquier caso, no estaría mal la segunda versión de mis pensamientos para empezar un año un poco más conscientes de lo que hacemos.

Digsy’s Dinner (La cena de Digsy)

¡Qué vida maravillosa tendría
si vinieras a la mía a tomar el té!
Pasaría a buscarte a las tres y media
y comeríamos lasaña.

Te trataré como un reina,
te daré frutillas con crema.
Entonces todos tus amigos te envidiarán
por mi lasaña.

Estos podrían ser los mejores días de nuestras vidas
pero no creo que estemos viviendo sabiamente.
Oh, no, no.

¡Qué vida maravillosa tendría
si vinieras a la mía a tomar el té!
Pasaría a buscarte a las tres y media
y comeríamos lasaña.

Te trataré como un reina,
te daré frutillas con crema.
Entonces todos tus amigos se pondrían verdes,
entonces todos tus amigos se pondrían verdes,
entonces todos tus amigos se pondrían verdes
por mi lasaña.

Para escuchar la música del enlace que aquí abajo les pego, recuerden anular la música de la página, haciendo click donde dice AUDIO OFF, en el margen superior izquierdo de la pantalla.

ANNA KARENINA – OCTAVA PARTE – CAPÍTULOS 18 Y 19

viernes, septiembre 6th, 2013

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Buenas noches, amigos dacheros y lectores. Con estas corridas, el año nuevo y la gripe, los había dejado sin el final de Anna Karenina. Con mi tacita de Invierno en Kiev, aquí vamos con los Capítulos 18 y 19 de la Octava Parte. Espero que los disfruten tanto como lo hicimos en el Té Literario.
ANNA KARENINA – LEV TOLSTOY
OCTAVA PARTE – CAPÍTULO 18

Durante todo el día, mientras se desarrollaban las más diversas conversaciones, en las que intervenía como si sólo participara en ellas lo externo de su inteligencia, Levin, no obstante el desengaño del cambio, que debía pesar sobre él, sentía incesantemente, con placer, la plenitud de su corazón.

Después de la lluvia, la excesiva humedad impedía salir de paseo. Además, las nubes de tormenta no desaparecían del horizonte y pasaban unas veces por un sitio, otras por otro, ennegreciendo el cielo, acompañadas a intervalos por el fragor de los truenos. El resto del día lo pasaron, pues, todos en la casa.

No se discutió más, y después de la comida se encontraban todos de excelente humor.

Katavasov, al principio, hizo reír mucho a las señoras con sus bromas originales, que siempre gustaban cuando se le empezaba a conocer; pero luego, interpelado por Kosnichev, suspendió sus interesantísimas observaciones sobre la diferencia de vida, caracteres y hasta de fisonomías entre los machos y hembras de las moscas caseras.

Sergio Ivanovich, también estaba alegre y a la hora del té, a petición de su hermano, expuso su punto de vista sobre el porvenir de la cuestión de Oriente, de modo tan sencillo y elegante que todos lo escucharon con placer.

Kitty fue la única que no pudo escucharlo hasta el final, porque la llamaron para bañar a Mitia.

Algunos momentos después, llamaron también a Levin al cuarto del niño.

Dejando la taza de té y, lamentando interrumpir una charla interesante, se dirigió a la habitación del niño con inquietud, ya que sólo lo llamaban en ocasiones importantes.

A pesar de lo interesante del plan –que Levin no oyera hasta el fin– expuesto por Sergio Ivanovich respecto a que los cuarenta millones de eslavos liberados debían, en unión de Rusia, abrir una nueva era en la historia del mundo; a pesar de su inquietud e interés por el hecho de que lo llamaran, en cuanto se encontró solo, al salir del salón recordó sus pensamientos de por la mañana.

Y todas aquellas consideraciones de la importancia del elemento eslavo en la historia universal le pareció tan insignificante en comparación con lo que sucedía en su alma que por el momento lo olvidó todo y se sumió en el mismo estado de espíritu en que estuviera durante la mañana.

Ahora no recordaba el proceso de sus ideas, como lo hacía antes, ni tampoco lo necesitaba. Se hundía en seguida en el sentimiento que lo guiaba, en relación con estas ideas, y hallaba que aquel sentimiento era más fuerte y definido, en su alma, que antes.

Ya no le sucedía ahora como anteriormente, cuando en los momentos en que encontraba un consuelo imaginario, le era forzoso restablecer todo el proceso de sus ideas para hallar el sentimiento. Al contrario, a la sazón, la sensación de alegría y serenidad era más viva que antes, y el pensamiento no alcanzaba hasta la altura del sentimiento.

Levin, caminando por la terraza y mirando las estrellas que aparecían en el cielo ya oscurecido, recordó de repente y se dijo: «Sí, mirando al cielo, pensaba que la bóveda que veo no es una ilusión; pero no llevé mis pensamientos hasta el final, algo no quedó bien meditado. Sea como sea, no puede haber objeción. Basta con reflexionar sobre ello un poco más y entonces todo quedará aclarado…».

Y al penetrar en la alcoba del niño, se acordó de lo que se había ocultado a sí mismo. Y era que si la principal demostración de la Divinidad consistía en su revelación de lo que es el bien, en ese caso, ¿por qué la revelación se limita sólo a la Iglesia cristiana? ¿Qué relación tienen con esta revelación las doctrinas budistas y mahometanas que también profesan y hacen el bien?

Parecíale encontrar ya la contestación a tal pregunta cuando, antes de contestarse, entró en el cuarto del niño.

Kitty, con los brazos arremangados, se inclinaba sobre la bañera donde estaba el pequeño jugando con el agua, y al oír los pasos de su marido volvió el rostro hacia él y lo llamó con una sonrisa.

Sostenía con una mano la cabeza del niño, que estaba tendido de espaldas en el agua, agitando los piecitos, y con la otra, contrayéndola rítmicamente, Kitty oprimía la esponja contra el cuerpo regordete del pequeño.

–¡Míralo, míralo! –dijo cuando su esposo se acercó a ella– Agafia Mijailovna tiene razón: ya nos conoce…

Era evidente que, desde aquel día, Mitia reconocía a todos los que lo rodeaban.

En cuanto Levin se acercó a la bañera le hicieron presenciar un experimento que tuvo un éxito completo.

La cocinera, llamada expresamente, se inclinó hacia el niño, quien frunció las cejas y movió la cabeza negativamente. Luego se inclinó Kitty y el niño sonrió con júbilo, apoyó las manitas en la esponja y produjo con los labios un extraño sonido de contento.

No sólo la madre y el aya, sino hasta el mismo Levin, se entusiasmaron.

Con una mano sacaron al niño de la bañera, le vertieron más agua por encima, lo envolvieron en la sábana, lo secaron y después, cuando comenzó a emitir su prolongado grito habitual, se lo entregaron a su madre.

–Me alegro mucho de que empieces a quererlo –dijo Kitty a su marido después de que con el niño al pecho, se sentó en su lugar acostumbrado–. Estoy muy contenta. Ya empezaba a disgustarme. Decías que no experimentabas nada hacia él…

–¿He dicho que no sentía nada? Sólo decía que me había decepcionado.

–¿Te había decepcionado el niño?

–No él, sino yo con respecto a mi sentimiento por él. Esperaba más. Esperaba una especie de sorpresa, de sentimiento nuevo y agradable que florecería en mi alma. Y de pronto, en lugar de eso, sentí repugnancia, compasión…

Kitty lo escuchaba atentamente, teniendo al niño entre ambos y ajustándose a los finos dedos las sortijas que se quitara para bañar a Mitia.

–Y lo principal es que sentía mucho más temor y compasión por él que placer. Hoy, después del momento de temor que pasé durante la tormenta, comprendí cuánto lo quiero.

Kitty mostraba una radiante sonrisa.

–¿Te asustaste mucho? –preguntó–. Yo también. Pero ahora que todo ha pasado tengo más miedo aún… Iré a ver el roble. ¡Qué simpático es Katavasov! Todo el día se ha mostrado muy amable. ¡Y tú eres tan bueno con tu hermano, y te portas tan bien con él cuando quieres! Anda, ve con ellos. Aquí, después del baño, hace siempre demasiado calor…

OCTAVA PARTE – CAPÍTULO 19

Al salir del cuarto del niño y quedarse solo, Levin recordó otra vez aquel pensamiento en el cual había algo que no estaba claro.

En vez de ir al salón, desde el cual llegaban las voces de los demás, se detuvo en la terraza y apoyándose en la balaustrada contempló el cielo.

Había anochecido por completo. Al sur, hacia donde miraba, no se veían nubes. Ahora se amontonaban del lado opuesto y allí brillaban los relámpagos y se oían lejanos truenos.

Levin escuchaba el lento caer de las gotas de agua desde los tilos en el jardín, contemplaba el conocido triángulo de estrellas que tanto conocía, y la difusa Vía Láctea, que cruzaba a aquel triángulo por el centro.

Cada vez que brillaba un relámpago, no sólo la Vía Láctea sino las brillantes estrellas desaparecían, pero cuando el relámpago cesaba, las estrellas, como lanzadas por una mano certera, reaparecían en el mismo sitio.

«¿Y qué es lo que me hace todavía dudar?», preguntó Levin, presintiendo que, aunque la ignorara aún, la solución de sus dudas estaba ya preparada en su alma.

«Sí, la única, evidente a indudable manifestación de la Divinidad son las leyes del bien, expuestas al mundo por la revelación, y las cuales siento en mí y a cuyo reconocimiento no me incorporo, sino que estoy unido forzosamente con una comunidad de creyentes que se llama Iglesia. Pero los judíos, los mahometanos, los confucianos y budistas, ¿qué son? Y aquella era la pregunta que resultaba peligrosa. ¿Es posible que centenares de millones de seres humanos estén privados del mayor bien de la vida, sin el que la vida misma no tiene sentido?»

Permaneció pensativo; pero en seguida se corrigió.

«Pero ¿Qué es lo que me pregunto? Me pregunto la relación que tienen con la Divinidad los distintos credos de la Humanidad. Pregunto sobre la manifestación general de Dios a todo el mundo, incluso a las nebulosas del firmamento… Pero ¿Qué estoy haciendo? A mí personalmente, a mi corazón, se le abre un conocimiento indudable, incomprensible para la razón, y he aquí que me obstino en explicar con razones y palabras ese conocimiento.

¿Acaso no sé que las estrellas no se mueven?», se preguntó, mirando el brillante astro que había cambiado de posición sobre las altas ramas de un abedul.

« Sin embargo, mirando el movimiento de las estrellas no puedo apreciar el de rotación de la Tierra y por tanto acierto al decir que las estrellas se mueven.

¿Habrían los astrónomos podido comprender y calcular algo sólo teniendo en cuenta los diversos y complicados movimientos de la Tierra? Todas sus extraordinarias conclusiones de los cuerpos celestes se basan sólo en el movimiento aparente de los astros en torno a la Tierra inmóvil, en ese movimiento que contemplo ahora y que, tal como es para mí, fue para millones de hombres durante siglos, y ha sido y será siempre igual, y por eso puede ser comprobado directamente.

Y así como habrían sido superfluas y discutibles las conclusiones de los astrónomos no basadas en la observación del cielo visible, en relación con un meridiano y un horizonte, igualmente superfluas y discutibles habrían sido mis conclusiones de no bastarse en la comprensión del bien, que ha sido, es y será igual para todos, y que me es revelado por el cristianismo, y el cual siempre puede verificarse en mi espíritu.

Así pues, la cuestión de las otras creencias y de su relación con la divinidad no podré resolverla nunca, entre otras cosas porque no tengo derecho a hacerlo.»

–Pero, ¿estás todavía aquí? –preguntó de repente la voz de Kitty, que se dirigía al salón por aquel mismo camino–. ¿Estás disgustado por algo? –agregó, mirando su rostro a la luz de las estrellas.

Mas no habría podido distinguirlo a no ser por el fulgor de un relámpago que ocultó en aquel momento la claridad de las estrellas e iluminó la cara de su marido. Gracias a aquel resplandor fugaz, Kitty pudo observarlo y, al verlo jubiloso y sereno, floreció en sus labios una sonrisa.

«Ella me comprende», pensó Levin. «Ella sabe en lo que estoy pensando. ¿Se lo digo o no? Sí, voy a decírselo.»

Pero en el momento en que iba a empezar a hablar, Kitty habló también.

–Oye, Kostia, ¿quieres hacerme un favor? Ve a la habitación del rincón a ver si la han arreglado bien para Sergio Ivanovich. A mí me da cierta vergüenza… ¿Le habrán puesto el lavabo nuevo?

–Bien; voy a ver –dijo Levin, incorporándose y besándola.

«No, más vale que no le diga nada», pensó, cuando Kitty pasó delante de él. «Se trata de un misterio que sólo yo debo conocer y que no puede explicarse con palabras.

Este nuevo sentimiento no me ha modificado, no me ha deslumbrado ni me ha hecho feliz como esperaba; como en el amor paternal no ha habido sorpresa ni arrebatamiento… No sé si esto es fe o no es fe. No sé lo que es. Pero sí sé que este sentimiento, de un modo imperceptible, ha penetrado en mi alma con el sufrimiento y ha arraigado en ella firmemente.

Me sentiré irritado como antes contra Iván, el cochero, seguiré discutiendo, expresaré inadecuadamente mis pensamientos, continuará levantándose un muro entre el santuario de mi alma y los demás, incluso entre mi espíritu y el de mi mujer. Seguiré culpándola de mis miedos para luego arrepentirme de ello; mi razón no comprenderá por qué rezo y sin por ello dejar de hacerlo… Todo como antes… Pero a partir de hoy mi vida, toda mi vida, desde el primero al último de sus minutos, independientemente de lo que pueda sucederme, no será ya irrazonable, no sólo no carecerá de sentido como hasta ahora, sino que en todos y en cada uno de sus momentos tendrá el sentido indiscutible del bien, al que seré capaz de conformar todos mis actos.»

FIN

UN AÑO DULCE Y UNA BUENA RÚBRICA

miércoles, septiembre 4th, 2013

Rosh Hashanah

A los amigos de la comunidad judía y no judía: SHANÁ TOVÁ UMETUKÁ. Mi deseo para todos es que elijamos buenos caminos, que seamos más responsables y caritativos, que hagamos lo que corresponde, que nos amemos más unos a otros (el prójimo son tanto el igual como el diferente), que pidamos perdón sincero a quienes lastimamos y que perdonemos a quienes nos hayan lastimado y que podamos reconciliarnos. Vamos por una vuelta más alrededor del sol, que tengan un año bueno y dulce y que obtengan una linda inscripción con una hermosa rúbrica en el Libro de la Vida. A GUIT IUR!!!

La imagen que elegí para hoy se llama «Meditación de Rosh ha Shana» y es una obra del artista y rabino Michoel Muchnik. Lindo darse una vueltita por su página.

LA MAGDALENA DE PROUST

martes, septiembre 3rd, 2013

magdalenas de proust - alexandra nea
Hace frío, nuevamente. Para Proust, la magdalena. Para mí, la chocolina Como sea, y aunque no sea muy protocolar, no se priven de lo que les gustaba en la infancia. Es reparador, es sanador y nos deja el sabor de que nuestros recuerdos más queridos estarán siempre vivos en algún lugarcito de nuestro ser. Les dejo una reseña y, por supuesto, el famoso pasaje de «la magdalena mojada en el té». Prepárense un rico DaCha (un Old lavender 1932, en mi taza, ya).

LA MAGDALENA DE PROUST: Es como se denomina al proceso de evocar momentos del pasado a partir de un objeto, acto, sabor, color u olor desencadenantes del recuerdo. Por el camino de Swann (en francés, Du côté de chez Swann) es el pimer volumen, publicado en 1913, de los siete que componen «En busca del tiempo perdido» (À la recherche du temps perdu), la experimental obra de Marcel Proust.

La primera parte de este volumen contiene el célebre episodio de la magdalena mojada en el té caliente por el protagonista, cuyo gusto supone para éste la recuperación epifánica de un recuerdo infantil hasta entonces perdido: el recuerdo de los pedacitos de magdalena humedecidos en té que su inválida tía-abuela Léonie le daba cuando, siendo un niño, pasaba con su familia las vacaciones en Combray. Este episodio contiene en su totalidad la teoría proustiana sobre el espacio, el tiempo y la memoria (claramente influida por las teorías del filósofo francés Henri Bergson), cuyos resortes, según Proust, sólo se ponen en funcionamiento a través de los sentidos más primarios, siendo en esta experiencia el individuo un sujeto absolutamente pasivo y siendo la naturaleza de los recuerdos involuntarios que de ella se derivan absolutamente auténtica, objetiva y procuradora de felicidad y plenitud, en tanto en cuanto dichos recuerdos se hallan desprovistos de la subjetividad engañosa que caracteriza nuestras percepciones cotidianas en sociedad.

«Hacía ya muchos años que, de Combray, sólo quedaba en mí todo lo que había sido el teatro y el drama del momento de acostarme, cuando un día de invierno, al volver a casa, mi madre, viendo que tenía frío, me propuso tomar, contra mi costumbre, un poco de té. Me negué primero y, no sé por qué, me desdije. Ella mandó buscar una de esas tortas bajitas y regordetas llamadas magdalenas cuyos moldes parecen haber sido valvas ranuradas de veneras de peregrino. Y, en seguida, mecánicamente, agobiado por la insulsa jornada y ante la perspectiva de un triste día por venir, llevé hasta mis labios una cucharada de té en la que había dejado ablandar un pedacito de magdalena. Pero en el instante mismo en que el sorbo mezclado con las migas de la torta tocó mi paladar, me estremecí, atento a lo que pasaba de extraordinario en mí. Un placer delicioso me había invadido, aislado, sin la noción de su causa. Había vuelto, en un instante, las vicisitudes de la vida, indiferentes, sus desastres, inofensivos, su brevedad, ilusoria, de la misma manera en que opera el amor, llenándome de una esencia preciosa: o tal vez esa esencia no estaba en mí, era yo mismo. Había dejado de sentirme mediocre, contingente, mortal. ¿De dónde había podido venirme esta poderosa alegría? Sentía que estaba ligada al gusto del té y de la torta, pero que lo sobrepasaba infinitamente, que no debía ser de la misma naturaleza. ¿De dónde venía? ¿Qué significaba? ¿Dónde aprehenderla? Bebo un segundo sorbo en el que encuentro casi lo mismo que en el primero, un tercero que me aporta un poco menos que el segundo. Es tiempo de parar, la virtud de la poción parece disminuir. Es claro que la verdad que busco no está en ella sino en mí. Ella la despertó en mí, pero no la conoce, y no puede más que repetir indefinidamente, cada vez con menos fuerza, este mismo testimonio que no sé interpretar y que quiero, al menos, poder volver a preguntarle y reencontrar intacto, a mi disposición, de inmediato, para un esclarecimiento decisivo. Dejo la taza y me vuelvo hacia mi mente. Es ella quien tiene que encontrar la verdad. ¿Pero cómo? Grave incertidumbre cuando la mente se siente desbordada de sí; cuando ella, la que busca, es a la vez el país oscuro en donde debe buscar y en donde todo su bagaje no le servirá de nada. ¿Buscar? No solamente: crear. Está frente a algo que no es todavía y que sólo ella puede realizar, luego de hacer entrar en su luz.
Y me vuelvo a preguntar cuál podía ser ese estado desconocido, que no aportaba ninguna prueba lógica, pero sí la evidencia de su felicidad, de su realidad delante de la cual las otras se desvanecían. Quiero intentar hacerlo reaparecer. Me retrotraigo con el pensamiento al momento en que tomé la primera cucharada de té. Encuentro el mismo estado, sin una claridad nueva. Le pido a mi mente un esfuerzo mayor, traer una vez más la sensación que huye. Y, para que nada interrumpa el impulso con que va a tratar de atraparla, aparto todo obstáculo, toda idea extraña, protejo mis oídos y mi atención contra los ruidos de la habitación vecina. Pero al sentir que mi mente se cansa sin éxito, la obligo, al contrario, a esa distracción que le negaba, a pensar en otra cosa, a restablecerse antes de una tentativa superior. Luego, por segunda vez, hago el vacío en ella, y le pongo delante el sabor aún reciente de ese primer sorbo, y siento estremecerse en mí algo que se desplaza, que querría elevarse, algo que había soltado el ancla a una gran profundidad; no sé lo que es, pero sube lentamente; siento la resistencia y escucho el rumor de las distancias atravesadas.
Cierto, lo que así palpita en el fondo de mí, debe ser la imagen, el recuerdo visual, que, ligado a ese sabor, intenta seguirlo hasta mí. Pero se debate demasiado lejos, demasiado confusamente; apenas si percibo el reflejo neutro donde se confunde el inasible torbellino de los colores removidos; pero no puedo distinguir la forma, pedirle, en tanto único intérprete posible, que me traduzca el testimonio de su contemporáneo, de su inseparable compañero, el sabor, pedirle que me enseñe de qué circunstancia particular, de qué época del pasado se trata.
¿Llegará hasta la superficie de mi clara conciencia ese recuerdo, ese instante pasado que la atracción de un instante idéntico ha venido de tan lejos a provocar, a conmocionar, a sublevar todo en el fondo de mi alma? No sé. Ahora no siento nada más, se detuvo, volvió a descender, quizás; ¿quién sabe si otra vez subirá desde su noche? Diez veces necesito recomenzar, inclinarme sobre él. Y cada vez la cobardía que nos desvía de toda empresa difícil, de toda obra importante, me aconseja dejarlo, beber mi té pensando simplemente en mis problemas de hoy, en mis anhelos para mañana que se dejan rumiar sin dificultad.
Y, de pronto, el recuerdo apareció. Ese gusto era el del trocito de magdalena que el domingo a la mañana en Combray (porque yo no salía hasta la hora de la misa), cuando iba a decirle buen día a su habitación, tía Léonie me daba después de haberlo embebido en su infusión de té o de tilo. La vista de la pequeña magdalena no me había recordado nada antes de haberla probado; quizás porque habiéndolas visto a menudo, desde entonces, sin comerlas, en los estantes de las confiterías, su imagen se había alejado de aquellos días de Combray para ligarse a otros más recientes; quizá porque, de esos recuerdos abandonados tanto tiempo fuera de la memoria, nada sobrevivía, todo se había disuelto; las formas –y también la de la pequeña valva de confitería, tan generosamente sensual bajo su plisado severo y devoto- se habían borrado o, simplemente, habían perdido la fuerza de expansión que les hubiera permitido volver a la conciencia. Pero, cuando de un antiguo pasado no queda nada, después de la muerte de los seres, después de la destrucción de las cosas, solamente el olor y el sabor, más frágiles pero más vivaces, más inmateriales, más persistentes, más fieles, continúan aún vivos mucho tiempo, como almas, para recordar, para esperar, para anhelar, sobre las ruinas de todo lo demás, para llevar consigo sin desfallecer, en su gotita casi impalpable, el edificio inmenso del recuerdo.
Y cuando reconocí el gusto del pedacito de magdalena mojado en té que me daba mi tía (aunque no supiera todavía y debiera descubrir, más adelante, por qué ese recuerdo me daba tanta felicidad), enseguida la vieja casa que daba a la calle, donde estaba su habitación, vino como un decorado de teatro a sumarse al pequeño pabellón que daba al jardín, que se había construido para mis padres en la parte de atrás (esa parte separada del resto que era lo único que yo recordaba); y con la casa, la ciudad, desde la mañana hasta la noche y en todos los tiempos, la plaza adonde me mandaban antes de almorzar, las calles por donde iba a hacer los mandados, los caminos que tomaba si hacía buen tiempo. Y, como en ese juego en que los japoneses se entretienen metiendo en un bol de porcelana lleno de agua, pequeños pedacitos de papel hasta ese momento indistintos que, apenas sumergidos, se estiran, se retuercen, se colorean, se diferencian, se convierten en flores, casas, personajes consistentes y reconocibles, lo mismo ahora todas las flores de nuestro jardín y las del parque del señor Swann, y los nenúfares del Vivonne, y las buenas gentes del pueblo y sus casitas y la iglesia y todo Combray y alrededores, todo lo que toma forma y solidez, salió, ciudad y jardines, de mi taza de té.»

Imagen: Alexandra Nea.

31/8/13 TÉ LITERARIO – ANNA KARENINA – LEV N. TOLSTOY

viernes, agosto 30th, 2013

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