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AGUAS DE PRIMAVERA – IVÁN TURGUÉNIEV – CAPÍTULO 10

lunes, septiembre 30th, 2013

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Ay, ay, ay, leo este Capítulo 10 de nuestras Agua de primavera y me acuerdo de los planteos de mi madre respecto de ser artista
Prepárense una taza de té y sigamos con la lectura. A partir de hoy, leeremos de lunes a viernes. Resérvense el 30 de Noviembre para nuestro encuentro.
AGUAS DE PRIMAVERA – IVÁN TURGUÉNIEV – CAPÍTULO 10

Gemma, en efecto, pareció contentísima de verlo, y Frau Lenore lo recibió muy afectuosa. Se veía que Sanin había producido en ellas una impresión favorable la víspera. Emilio corrió a ocuparse del almuerzo, no sin haber cuchicheado al oído de Sanin: «¡No lo olvide usted!»

—No lo olvidaré —contestó Sanin.

Frau Leonore no se encontraba del todo bien; tenía jaqueca y, medio tumbada en un sillón, procuraba moverse lo menos posible. Gemma llevaba una bata amarilla, sujeta con un cinturón negro de cuero; tenía también aspecto fatigado, y una ligera palidez cubría sus mejillas; leves ojeras circundaban sus párpados, pero el brillo de su mirada no se había empañado y aquella palidez daba algo de misterio y dulzura a sus facciones, de una pureza y una severidad clásicas. Ese día le llamó sobre todo la atención, a Sanin, la extraordinaria belleza de sus manos… Cuando las levantaba para arreglarse y sujetar los rizos oscuros y lustrosos de sus cabellos, Sanin no podía apartar la vista de aquellos dedos largos y flexibles, separados unos de otros como los de la Fornarina(1) de Rafael.

Hacía mucho calor en la calle. Sanin quería despedirse después de almorzar, pero le hicieron ver que con semejante día lo mejor era quedarse donde estaba. Convino en ello y se quedó. Un agradable frescor reinaba en la estancia donde sus anfitriones y él se habían instalado y cuyas ventanas daban a un jardincito plantado de acacias. Un ávido enjambre de abejas, avispas y zánganos, zumbaban atareados entre el frondoso follaje sembrado de áureas flores. Ese incesante murmullo que penetraba en la habitación por las celosías entreabiertas y las cortinas echadas, hablaba del calor de afuera y hacía parecer aún más suave el fresco de aquella casa cerrada y acogedora.

Sanin habló mucho, como la víspera, pero ya no de Rusia ni de la vida rusa. Con el fin de complacer a su amiguito, a quien habían mandado a casa de Herr Klüber enseguida del almuerzo, para ejercitarse en la teneduría de libros, llevó la conversación al terreno de las ventajas y los inconvenientes que el arte y el comercio tenían en comparación. Esperaba ver a Frau Lenore tomar la defensa de esta última profesión; pero le extrañó sobremanera el ver que también Gemma participaba de tales opiniones.

—Si se es artista, sobre todo cantante, —insistió con ademán enérgico -es preciso ocupar el primer puesto. El segundo nada vale. ¿Y quién sabe si se ha de llegar a ese primer puesto?

Pantaleone, que tomaba parte en la conversación (porque en su calidad de viejo y servidor antiguo, tenía el privilegio de sentarse en compañía de los dueños de la casa: los italianos, en general, no son de etiqueta muy severa), naturalmente, defendía el arte con todas sus fuerzas. A decir verdad, sus argumentos eran muy endebles: repetía que era necesario hallarse dotado de cierto ímpetu de inspiración, d’un certo estro d’inspirazione. Frau Lenore le objetó que probablemente él mismo había poseído ese estro, y que, sin embargo…

—Tuve enemigos —respondió Pantaleone con aire tétrico.

—¿Y cómo puedes estar seguro —ya se sabe que los italianos se tutean a menudo— de que Emilio, aun suponiendo que estuviese dotado de ese estro, no los tendría?

—¡Pues bien, háganlo mercachifle! —dijo despechado Pantaleone —¡Pero Giovanni Battista no se hubiera conducido así, a pesar de ser confitero!

—Giovanni Battista, mi marido, era un hombre razonable; y si en su primera juventud pudo dejarse arrastrar…

Pero el viejo no escuchaba; se alejó, murmurando con hosquedad:

—¡Ah! ¡Giovanni Battista!

Gemma exclamó que si Emilio sentía en sí el amor a la patria y si quería consagrar sus fuerzas a la independencia de Italia, podía ciertamente sacrificar la seguridad de su porvenir por un fin tan noble y elevado, pero no por el teatro. Al oír esto, Frau Lenore, inquieta, suplicó a su hija que, al menos, no arrastrase a su hermano fuera del buen camino. ¿No bastaba con que ella fuese una republicana furibunda? Después de haber pronunciado estas palabras, Frau Lenore exhaló un suspiro quejumbroso y dijo que sufría mucho, que su cabeza estaba «próxima a estallar» (Frau Leonore, por cortesía para con su invitado, hablaba en francés con su hija). Gemma se puso enseguida a acariciar a la madre, soplándole con delicadeza en la frente después de humedecérsela con agua de colonia; la besó con dulzura en las mejillas, le arregló la cabeza encima de la almohada, le prohibió que hablase y la besó de nuevo. Luego, dirigiéndose a Sanin, se puso a contarle, medio risueña, medio sentimental, qué admirable madre era la suya y cuán hermosa había sido.

-¿Pero, ¿qué digo? ¡Aún lo es! ¡Y hermosísima! ¡Vea usted, vea usted, vea usted qué ojos!

Gemma sacó del bolsillo un pañuelo blanco, lo puso sobre la cara de su madre, y tirándo de él hacia abajo poco a poco, descubrió primero la frente, después las cejas y los ojos de Frau Lenore, se detuvo un momento y le pidió que mirase. Obedeció ésta, y Gemma dio un grito de admiración. Los ojos de Frau Lenore eran en verdad hermosos. Hizo resbalar rápidamente el pañuelo por la parte inferior de la cara, menos regular que la superior, y volvió a empezar a llenarla de besos. Frau Lenore, sonriéndose, se volvió un poco e hizo como que rechazaba a su hija con esfuerzo. Gemma fingió también luchar y se puso a acariciarla no con la felina zalamería de las francesas, sino con la gracia italiana, bajo la cual siempre se adivina la fuerza.

Por fin, dijo Frau Lenore que estaba fatigada. Gemma le aconsejó que durmiera un poco en el sillón. Y que «ella y el caballero ruso —le monsieur russe— se estarían quietos… muy tranquilos, como ratoncitos… comme des petites souris».

Frau Lenore le dirigió una sonrisa por única respuesta, cerró los ojos, respiró profundo dos o tres veces y se adormeció. Gemma se sentó rápido junto a ella en una banqueta y, sosteniendo la almohada donde descansaba la cabeza de su madre, permaneció inmóvil, llevando sólo de vez en cuando a sus labios un dedo de la otra mano para recomendar silencio, y mirando a Sanin con el rabito del ojo, cada vez que éste se permitía el menor movimiento. Concluyó el joven por inmovilizarse también y quedó como hechizado, dejando a su alma admirar, con todas sus fuerzas, el cuadro que ante él se ofrecía. Aquel aposento medio a oscuras, donde como puntos luminosos brillaban acá y allá frescas rosas muy abiertas en antiguos vasos de color verde; aquella mujer dormida, con las manos suavemente cruzadas, con su bondadoso rostro rendido y aureolado por la suave blancura de la almohada; aquella joven que la miraba con atención, también buena, pura y admirablemente hermosa, con sus ojos negros, profundos, llenos de sombra y a la vez de fulgores… ¿era un ensueño, un cuento de hadas…? ¿Y cómo estaba «él» allí?

(1) Margarita Luti, romana de singular belleza, hija de un panadero (fornaio), modelo y amante del pintor italiano Rafael Sanzio (1483-1520).

DACHA EN EXPO TÉ. CHAEPÍTIE: LA FIESTA DEL TÉ RUSO

domingo, septiembre 29th, 2013

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Terminada la Expo Té, el resultado fue más que positivo. Cansadas, Silvia Ramos y yo pero contentas, sobre todo por el factor humano, por la gente que conocimos, de distintos ámbitos, de distintas provincias, con diversas actividades y formas de expresión de las propias pasiones.

Vuelta a casa y, como los hijos nos dan sorpresas, descubro que mi príncipe, Kolya, grabó mi disertación en la Expo Té. El audio es bastante pobre, porque está grabada con un celular pero, prestando atención, se entiende. Para los que tenían ganas de estar pero no pudieron, aquí va, con 2 Fe de erratas: cuando digo 60 años después, son 30 AÑOS DESPUÉS; cuando digo 5 a 10 minutos, son 5 a 10 SEGUNDOS. Aclarado esto, que es lo más grosso, me quedo tranquila.
Para escuchar el audio del enlace que aquí abajo les pego, recuerden anular la música de la página, haciendo click donde dice AUDIO OFF, en el margen superior izquierdo de la pantalla.

AGUAS DE PRIMAVERA – IVÁN TURGUÉNIEV – CAPÍTULO 9

jueves, septiembre 26th, 2013

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Taza de Sweet Heather y el Capítulo 9 de Aguas de primavera. Hasta mañana, dachas queridas.
AGUAS DE PRIMAVERA – IVÁN TURGUÉNIEV – CAPÍTULO 9

En cuanto su futuro cuñado hubo salido, Emilio, que aún después de la invitación hecha por Sanin de «tomarse la molestia de sentarse», no había cesado de mirar por la ventana; dio media vuelta a la izquierda, y ruborizándose, con un mohín de afectación infantil, preguntó a Sanin si podía quedarse aún un poco.

—Me siento mucho mejor hoy, —añadió —pero el doctor me ha prohibido trabajar.

—Quédese; no me estorba usted en absoluto —exclamó enseguida Sanin, encantado, como todo verdadero ruso, de aceptar la primera proposición que pudiese dispensarlo de hacer él mismo alguna cosa.

Emilio dio las gracias, y en un instante tomó posesión de Sanin y de su cuarto; examinó los objetos pertenecientes a su huésped y preguntó acerca de todo lo que veía: «¿dónde lo había comprado usted?», «¿cuánto le costó esto?» Lo ayudó a afeitarse, le dijo que hacía mal en no dejarse crecer el bigote, y, por último, le contó una multitud de particularidades acerca de su madre, de su hermana, de Pantaleone, hasta de Tartaglia, y toda la manera de vivir de ellos. Había desaparecido todo asomo de timidez en Emilio, quien sintió, súbitamente, un afecto extraordinario por Sanin, no porque éste le hubiera salvado la vida el día anterior, sino porque «¡era tan simpático!» No tardó en confiarle todos sus secretos, insistiendo, en particular, sobre un tema. Mamá quería hacerlo comerciante a toda costa, y él sabía, «sabía», sin ninguna duda, que había nacido artista, músico, cantante, ¡que el teatro era su verdadera vocación! El mismo Pantaleone lo animaba; pero Herr Klüber sostenía el parecer de mamá, sobre la cual tenía gran influencia. La idea de hacer de él un «hortera» era propia de Herr Klüber, a cuyo entender nada podía compararse con la profesión de mercader. Vender paño y terciopelo, estafar al público, hacerle pagar «Narren oder Russen-Preise»(1) ¡he aquí su ideal!

—Pero ya es hora de irnos a casa —exclamó en cuanto Sanin hubo concluido de arreglarse y escrito su carta a Berlín.

—Todavía es muy temprano —dijo Sanin.

—Eso no importa. —replicó Emilio con zalamería —Vamos al correo, y de allí a casa. Gemma se pondrá muy contenta de verlo a usted. Almuerce con nosotros… Hable usted a mama de mí, de mi carrera.

—Vamos —aceptó Sanin.

Y salieron.

(1) Entonces, como también ahora, a principios de mayo, muchos rusos iban a Francfort y los precios en las tiendas subían tanto, que se los llamaban “precios imbéciles —o precios rusos”. (Nota del Autor.)

AGUAS DE PRIMAVERA – IVÁN TURGUÉNIEV – CAPÍTULO 8

miércoles, septiembre 25th, 2013

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Buenas noches, las dachas! Maia y Kolya en nuestra tetera nocturna y el Capítulo 8 de Aguas de primavera. Recuerden que estos días tenemos promo del 20% de 10 de nuestros blends, que podrán venir a buscar a la Expo Té, el próximo fin de semana.
AGUAS DE PRIMAVERA – IVÁN TURGUÉNIEV – CAPÍTULO 8

No había acabado de vestirse, cuando un camarero de la fonda le anunció la visita de dos señores. Uno de ellos era Emilio; el otro, un joven, buen mozo, de facciones impecables, era Herr Karl Klüber, el novio de la hermosa Gemma.

Todo induce a suponer que por aquel entonces no había en ningún comercio de Francfort un primer dependiente tan cortés, tan bien educado, tan imponente, tan amable como Herr Klüber. Lo intachable de su vestir sólo podía compararse a lo digno de su apostura y lo elegante de sus maneras, elegancia un poco estirada, según la moda inglesa —había pasado dos años en Inglaterra—, pero exquisita, sin embargo.
A primera vista se notaba, claramente, que este buen mozo, un poco severo, bien educado y pulcro hasta la exageración, tenía costumbre de ser condescendiente con sus superiores y arbitrario con sus subalternos, y que detrás del mostrador no podía menos que inspirar respeto hasta a los parroquianos. No podía abrigarse la menor duda acerca de su intachable honradez; bastaba ver sus almidonados cuellos. Y su voz era tal como pudiera apetecerse, llena y grave como la de un hombre seguro de sí mismo, no demasiado fuerte, y hasta con cierta dulzura de timbre. Era una voz ideal para dar órdenes a los dependientes inferiores: «¡Enseñe usted aquella pieza de terciopelo de Lyon color punzó!» O bien: «¡Ofrezca usted una silla a la señora!»

El señor Klüber comenzó por presentar tan finamente sus cumplimientos, y al saludar se inclinó tan noblemente, resbaló los pies de un modo tan agradable y entrechocó ambos tacones con tal urbanidad, que no podía vacilarse en decir: «Este es un hombre cuya ropa interior y virtudes morales son de primera calidad». En la mano izquierda, calzada con guante de Suecia, sujetaba, reluciente como un espejo, un sombrero, y en el fondo de él yacía el otro guante; la mano derecha, desnuda, que alargó a Sanin con ademán modesto pero resuelto, era tan pulida que superaba todo lo imaginable; cada uña era la perfección misma en su especie. Luego declaró, con los términos más escogidos de la lengua alemana, que había deseado presentar sus respetos y la seguridad de su gratitud al señor extranjero que había prestado tan señaladísimo servicio a un futuro pariente suyo, el hermano de su prometida. Al decir estas palabras, extendió la mano izquierda, la que sostenía el sombrero, en dirección a Emilio, quien, perdiendo el tino, se volvió hacia la ventana y se metió el dedo índice en la boca. Herr Klüber añadió que se consideraría muy feliz si por su parte pudiera hacer alguna cosa que le fuese grata al señor extranjero.

Sanin respondió, también en alemán, pero no sin algunas dificultades, que estaba encantado…, que el servicio era de poca importancia…, y rogó a sus huéspedes que tomasen asiento. Herr Klüber le dio las gracias, y, levantándose los faldones de la levita, se sentó en una silla, pero tan ligeramente y tan poco segura, que era imposible no decirse: «He ahí un hombre que se ha sentado por pura fórmula y que va a levantar el vuelo al instante».

En efecto, levantó el vuelo unos minutos después, y dando discretamente dos pasitos adelante, como en la contradanza, explicó con aire modesto que, con gran pesar suyo, no podían permanecer más tiempo fuera del almacén —¡los negocios ante todo!—, pero que siendo domingo el día siguiente, con la aprobación de Frau Lenore y de Fräulein Gemma, había organizado una gira de recreo a Soden, a la cual tenía el honor de invitar al señor extranjero, y que abrigaba la esperanza de que éste se dignaría embellecerla con su presencia.

Sanin no rehusó “embellecerla”. Herr Klüber saludó de nuevo y salió, luciendo sus pantalones del matiz más delicado, color garbanzo; las suelas de las botas, nuevecitas, chillaban no menos agradablemente.

EL TÉ DE LAS SEIS III

miércoles, septiembre 25th, 2013

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¿Ponemos a calentar agua para un té? Un Old Lavender 1932, podría ser.
Para cerrar el círculo de los amantes latinos, les regalo esta foto del brillante fotógrafo inglés, David Hamilton, quien colmó de fantasías mi adolescencia, y una carta.
Leímos, hace tiempo atrás, una carta de amor de Bioy a Elena Garro y un texto provocativo y tormentoso, de Silvina Ocampo. Recordemos que Silvina estaba casada con Bioy, con quien llevó, durante largos años, un matrimonio que puede recordarnos a aquéllos de la época victoriana, en cuanto amor-dependencia-infidelidades.
El sekreto ruso con el que cerraré esta novela de misterio tan inglesa, es la genial poetisa Alejandra Pizarnik, cuyo amor apasionado por Silvina -que le llevaba treinta años- la convirtió en un ser obsesionado que le escribía, a una mujer ya muy madura, cartas extremas y dramáticas que, en lugar de acercarla, la volvían cada vez más distante.
Las mujeres de las letras son peligrosas. Mucho más cuando se convierten en valientes denunciantes de las crueldades de su época contra su propio género. A esta clase pertenecieron Silvina y Alejandra.
No los distraigo más y los dejo con esta epístola de lectura obligatoria.

“B.A. 31/1/72
Ma très chère,
Tristísimo día en que te telefoneé para no escuchar sino voces espúreas, indignas, originarias de criaturas que los hacedores de golems hacían frente a los espejos (cf. von Arnim).
Pero vos, mi amor, no me desmemories. Vos sabés cuánto y sobre todo sufro. Acaso las dos sepamos que te estoy buscando. Sea como fuere, aquí hay un bosque musical para dos niñas fieles: S. y A.
Escribime, la muy querida. Necesito de la bella certidumbre de tu estar aquí, ici-bas pourtant [aquí abajo, sin embargo]. Yo traduzco sin ganas, mi asma es impresionante (para festejarme descubrí que a Martha le molesta el ruido de mi respiración de enferma) ¿Por qué, Silvina adorada, cualquier mierda respira bien y yo me quedo encerrada y soy Fedra y soy Ana Frank?
El sábado, en Bécquar, corrí en moto y choqué. Me duele todo (no me dolería si me tocaras –y esto no es una frase zalamera). Como no quise alarmar a los de la casa, nada dije. Me eché al sol. Me desmayé pero por suerte nadie lo supo. Me gusta contarte estas gansadas porque sólo vos me las escuchás. ¿Y tu libro? El mío acaba de salir. Formato precioso. Te lo envío a Posadas 1650, quien, por ser amante de Quintana, se lo transmitirá entre ascogencia y escogencia.
Te (les) envié aussi un cuaderniyo venezol-ano con un no sé qué de degutante [desagradable] (como dicen Ellos). Pero que te editen en 15 días (…) Mais oui, je suis une chienne dans le bois, je suis avide de jouir (mais jusqu’au péril extrême) [Pero sí, soy una perra en el bosque, ávida de gozar (pero hasta el peligro extremo)]. Oh Sylvette, si estuvieras. Claro es que te besaría una mano y lloraría, pero sos mi paraíso perdido. Vuelto a encontrar y perdido. Al carajo los greco-romanos. Yo adoro tu cara. Y tus piernas y, surtout (bis 10) tus manos que llevan a la casa del recuerdo-sueños, urdida en un más allá del pasado verdadero.
Silvine, mi vida (en el sentido literal) le escribí a Adolfito para que nuestra amistad no se duerma. Me atreví a rogarle que te bese (poco: 5 o 6 veces) de mi parte y creo que se dio cuenta de que te amo SIN FONDO. A él lo amo pero es distinto, vos sabés ¿no? Además lo admiro y es tan dulce y aristocrático y simple. Pero no es vos, mon cher amour. Te dejo: me muero de fiebre y tengo frío. Quisiera que estuvieras desnuda, a mi lado, leyendo tus poemas en voz viva. Sylvette mon amour, pronto te escribiré. Sylv., yo sé lo que es esta carta. Pero te tengo confianza mística. Además la muerte tan cercana a mí (tan lozana!) me oprime. (…) Sylvette, no es una calentura, es un re-conocimiento infinito de que sos maravillosa, genial y adorable. Haceme un lugarcito en vos, no te molestaré. Pero te quiero, oh no imaginás cómo me estremezco al recordar tus manos que jamás volveré a tocar si no te complace puesto que ya lo ves lo sexual es un “tercero” por añadidura. En fin, no sigo. Les mando los 2 librejos de poemúnculos meos –cosa seria. Te beso como yo sé i a la rusa (con variantes francesas y de Córcega).
O no te beso sino que te saludo, según tus gustos, como quieras.
Me someto. Siempre dije no para un día decir mejor sí.
Ojo: esta carta tu peut t’en foutgre et me répondre à propos des [podés meterte esta carta en el culo y contestarme acerca de] hormigas culonas.
Sylvette, tu es la seule, l’unique. Mais ça il faut le dire: Jamais tu ne rencontreras quelqu’un comme moi –Et tu le sais (tout) (Et maintenant je pleure.
[Sylvette, sos la sola, sos la única. Pero es necesario decirlo: nunca encontrarás a nadie como yo. Y eso lo sabés (todo). Y ahora estoy llorando]
Silvina curame, ayudame, no es posible ser tamaña supliciada-)
Silvina, curame, no hagas que tenga que morir ya.”

Alejandra Pizarnik se suicidó el 25 de septiembre de 1972.

Alejandra Pizarnik

Alejandra Pizarnik (29/4/1936 – 25/9/1972)

AGUAS DE PRIMAVERA – IVÁN TURGUÉNIEV – CAPÍTULO 7

martes, septiembre 24th, 2013

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Ella lee, ellos escuchan. Nosotros, también. ¡Qué lindo que es compartir el té y la lectura! ¿Vamos con una tacita de Viaje a Šipan y el Capítulo 7 de Aguas de primavera? ¡Ah! y vayan reservándose el 30 de Noviembre.
AGUAS DE PRIMAVERA – IVÁN TURGUÉNIEV – CAPÍTULO 7

Maltz era un literato francfortés del período de 1830. Sus sainetes, cortos y livianos, escritos en el dialecto local, describían los tipos de la comarca de una manera burlesca y atrevida, aunque el humorismo no fuese muy profundo.

Gemma leía de una manera notable, lo mismo que una buena actriz. Sostenía perfectamente con todos sus matices el carácter de cada personaje, y exhibía una mímica sin duda heredada con la sangre italiana. Cuando se trataba de representar alguna vieja en la chochez o algún burgomaesre imbécil, hacía las muecas más chistosas, encogía los ojos, fruncía la nariz, ceceaba y chillaba, sin piedad alguna para con su voz delicada y su lindo rostro.

Nunca se reía al leer; pero si los oyentes, excepto Pantaleone, que se apresuraba a retirarse malhumorado en cuanto se hablaba de quel ferrofutto Tedesco(1), si los oyentes la interrumpían con una carcajada general, entonces dejaba caer el libro en las rodillas y se reía, también ella, a mandíbula batiente, echando atrás la cabeza, mientras que los rizos de sus negros cabellos le saltaban sobre su nuca y sus hombros sacudidos por la hilaridad. Pero en cuanto acababa de reír, tomaba otra vez el libro, daba de nuevo la expresión adecuada a las facciones y continuaba en serio la lectura.

Sanin no se cansaba de admirarla. Le chocaba una cosa sobre todo: ¿por qué misterio, aquella cara tan idealmente bella podía tomar, de pronto, una expresión cómica y a veces hasta trivial?

Gemma era menos hábil en el modo de leer los papeles de muchachas, de «damas jóvenes». Las escenas de amor, sobre todo, no le salían bien. Ella misma lo notaba; por eso les daba un leve matiz irónico, como si no creyese en aquellos pomposos juramentos, en aquellas frases sublimes, de que el autor, por otra parte, se abstenía todo lo posible. Pasaban las horas, sin que Sanin se diera cuenta, y no se acordó de su viaje hasta que dieron las diez en el reloj. Saltó de la silla como si lo hubieran pinchado.

—¿Qué le pasa a usted? —preguntó Frau Lenore.

—Tenía que salir hoy para Berlín, y había reservado asiento en la diligencia.

—¿Cuándo sale la diligencia?

—A las diez y media.

—Entonces ya es tarde. —dijo Gemma —Quédese usted y leeré alguna otra cosa.

—¿Había usted pagado el pasaje entero, o nada más hecho la reserva? —preguntó Frau Lenore, con curiosidad.

—¡Todo entero! —gimió Sanin con gesto afligido.

Gemma lo miró, entornando los ojos, y se echó a reír.

—¡Qué es eso! —la retó su madre —Este joven acaba de perder dinero, ¿y eso te hace reír?

—¡Bah! —respondió Gemma —No se quedará arruinado por eso, y trataremos de consolarlo. ¿Quiere usted limonada?

Sanin tomó un vaso de limonada. Gemma reanudó la lectura de Maltz y todo volvió a ser lo mejor del mundo.

Dieron las doce de la noche. Sanin empezó a despedirse.

—Debe usted quedarse algunos días en Francfort. —le dijo Gemma —¿Por qué tanta prisa? Ninguna otra ciudad le parecerá a usted más agradable —hizo una pausa, y repitió sonriendo: —Ninguna otra, de verdad.

Sanin no respondió nada y pensó que lo vacío de su bolsillo lo obligaba a permanecer en Francfort hasta que tuviese respuesta de un amigo de Berlín, a quien había resuelto pedir dinero prestado.

—Quédese usted, quédese; —instó a su vez Frau Lenore —le presentaremos al prometido de Gemma, el señor Karl Klüber. Hoy no ha podido venir, porque está ocupadísimo en sus almacenes. Probablemente habrá visto usted en la Zeile un gran almacén de paños y sedas; pues bien, allí está de dependiente principal. Será para él una satisfacción presentarle a usted sus respetos.

Sanin, sabe Dios por qué, se sintió un poco contrariado. «¡Feliz prometido!», pensó, mirando a Gemma. Y creyó advertir en los ojos de la joven una expresión burlona. Saludó de nuevo a las señoras.

—¡Hasta mañana, hasta mañana! ¿No es así? —le preguntó Frau Lenore.

—¡Hasta mañana! —dijo Gemma, no a modo de pregunta, sino con un tono afirmativo, como si hubiera sido imposible ponerlo en duda.

—¡Hasta mañana! —respondió Sanin.

Emilio, Pantaleone y Tartaglia lo acompañaron hasta la esquina de la calle. Pantaleone no pudo dejar de manifestar su disgusto por la manera en que Gemma había leído. ¿Cómo no le daba vergüenza? ¡Qué es eso, hacer muecas, chillar! ¡Una caricatura! Hubiera podido elegir a Merope o a Clitemnestra(2), algo grande, trágico; ¡y no preferir imitar a una bruja alemana cualquiera! «Yo también puedo hacer otro tanto… Mertz, kertz, smertz», dijo con voz ronca, alargando la cara hacia delante y abriendo mucho los dedos. Tartaglia ladró detrás de él y Emilio se echo a reír. El viejo les volvió bruscamente la espalda.

Sanin volvió a la fonda El Cisne Blanco, donde lo aguardaba su equipaje en un rincón de la gran sala de espera. Se hallaba en un estado moral bastante confuso. Aún le zumbaban en los oídos todas aquellas conversaciones italo-franco-tedescas.

—¡Prometida! —murmuró, metiéndose en la cama del modesto dormitorio que había pedido —¡Y qué hermosa es! Pero, ¿por qué me he quedado?

Sin embargo, al día siguiente, escribió una carta a su amigo de Berlín.

(1) En italiano y alemán deformado: Aquel maldito alemán.
(2) Merope, Clitemnestra: En las leyendas mitológicas griegas, mujeres célebres que tuvieron una vida trágica.

AGUAS DE PRIMAVERA – IVÁN TURGUÉNIEV – CAPÍTULO 6

lunes, septiembre 23rd, 2013

DACHA MAMA1
Buenas noches, las dachas! Lindísimo el Capítulo 6 de nuestras Aguas de primavera. Empezamos la semana con promo del 20% de 10 de nuestros blends, que podrán venir a buscar a la Expo Té, el próximo fin de semana. Yo aquí, disfrutando una taza de Capricho florentino, que con la lectura marida «meravigliosamente».
AGUAS DE PRIMAVERA – IVÁN TURGUÉNIEV – CAPÍTULO 6

Pero lo que admiraba Sanin no era la voz de Gemma, sino a Gemma misma. Sentado detrás y bastante cerca de la joven, se decía que jamás palmera alguna, ni aun en las estrofas de Benedíktov(1), poeta de moda entonces, hubiera podido competir en elegancia con las maravillosas proporciones de su talle. Cuando en los pasajes expresivos ella alzaba los ojos al techo, Sanin se preguntaba qué cielos no se hubiesen abierto ante aquella mirada.

Apoyado en el quicio de la puerta, con la barbilla y la boca sepultadas en su inmensa corbata, o escuchando muy serio, con gesto de entendido, el viejo Pantaleone también admiraba la belleza de la joven y se extasiaba, aun cuando hubiera debido estar habituado a ella.

Cuando Frau Lenore terminó de cantar los dúos con la hija, explicó que Emilio tenía una hermosa voz, de timbre argentino, pero que estaba en la edad de cambiarla —en efecto, hablaba con voz de bajo, con entonaciones constantes en falsete—, y por consiguiente, no debía cantar. Pero invitó a Pantaleone a sacudir la nieve de los años en honor a su huésped.

Pantaleone tomó enseguida un aire adusto, frunció las cejas, desgreñó sus cabellos y manifestó que hacía mucho tiempo que había renunciado a todo eso. Por lo demás —añadió—, en su juventud no hubiera retrocedido ante semejante reto, porque pertenecía a aquella gran época en que prosperaba una verdadera escuela de canto y verdaderos cantantes clásicos que nada tenían que ver con los chillones de ahora. Él mismo en persona, Pantaleone Cippatola di Varese, recibió un día, en Módena, el homenaje de una corona de laurel, y en esa ocasión hasta soltaron palomas blancas en el teatro; y un príncipe ruso, il principe Tarbusskiy, con quien tuvo en otro tiempo relaciones de estrecha amistad, lo invitaba siempre después de la cena a ir a Rusia, prometiéndole montañas de oro… ¡montañas! Pero él no había querido abandonar Italia, il paese del Dante. Verdad es que más tarde, circunstancias desgraciadas… sus propias imprudencias… Aquí se interrumpió el viejo, suspiró profundamente y bajó la cabeza; después empezó otra vez a hablar de la época clásica del canto y del célebre tenor García, a quien profesaba una admiración tan honda como desmedida.

—¡Qué hombre! Il gran Garcia nunca se rebajó a cantar en falsete, como lo hacen los pésimos tenores, los tenoracci de nuestros días. ¡De pecho, nada más que de pecho! Voce di petto, si! —el viejo con sus deditos flacos, se manoteó enérgicamente el buche —¡Y qué actor! ¡Un volcán, signori miei, un volcán, un Vesubio! Tuve el honor y el gusto de cantar con él en la ópera dell’illustrissimo maestro Rossini, en Otelo: García cantaba el papel de Otelo, yo el de Yago. Y cuando cantó esta frase…

Al llegar aquí, Pantaleone tomó una postura trágica y se puso a cantar con voz temblorosa y ronca, pero aún muy expresiva:

L’i… ra d’avver… so d’avver… so fato
Io più no… no… no… non temerò.(2)

«¡El teatro se venía abajo, signori miei! Pero yo no me quedé corto, y repliqué después de él:

L’i… ra d’avver… so d’avver… so fato
Temer più non doviò!(3)

«Y él, luego, de pronto, como un rayo, como un tigre:

Morro…! ma vendicato!

«Y fíjense ustedes, cuando cantaba… cuando cantaba la célebre aria de Il matrimonio segreto(4):

Pria che spunti l’alba…(5)

«entonces il gran Garcia, después de las palabras

I cavalli di galoppo(6),

«hacía sobre esta frase:

Senza posa caccierà(7),

«hacía… oigan ustedes, qué prodigioso es esto, com’e stupendo…! hacía… —el viejo salió con una fioritura(8) dificilísima; pero al llegar a la décima nota, se hizo un lío, comenzó a toser y se volvió bruscamente diciendo: — ¡Déjenme en paz! ¿Por qué me atormentan ustedes?

Gemma saltó de la silla, aplaudiendo y gritando ¡Bravo, bravo!, corrió hacia el pobre Yago retirado y le plantó con gentileza las dos manos en los hombros.

Sólo Emilio se reía despiadadamente. Cet âge est sans pitié (9), dijo ya La Fontaine(10).

Sanin trató de consolar al pobre cantante, y se puso a charlar con él en italiano. Había adquirido un leve barniz de esta lengua durante su último viaje. Habló de il paese del Dante(11), dove il si suona(12). Esta frase, con el Lasciate ogni speranza(13), constituía, en italiano, todo el bagaje poético del joven viajero.

Pero Pantaleone no respondió a la atención. Hundiendo más profundamente que nunca la barbilla en la corbata y abriendo mucho los ojos con aire mohíno, parecía de nuevo un ave y hasta un ave encolerizada, un cuervo o un milano. Entonces Emilio, con ese leve y repentino rubor propio de los niños mimados, se dirigió a su hermana y le dijo que si quería distraer a su huésped, nada mejor que leerle alguna de las comedias de Maltz que tan bien leía ella. Gemma se echó a reír, dando un golpecito en la mano de Emilio, y exclamó «que sólo él podía tener semejantes ocurrencias». Sin embargo, se apresuró a ir a su cuarto y regresó con un libro en la mano; se sentó en el diván, delante de la mesa, alzó el dedo para imponer silencio con un ademán enteramente italiano, y comenzó la lectura.

(1)Vladímir Grigórievich Benedíktov (1807-1873), poeta ruso.
(2)En italiano: La ira del destino no temeré jamás.
(3)En italiano: La ira del destino no debo temer ya.
(4)Il matrimonio segreto: Obra maestra del compositor italiano Domenico Cimarosa (1749-1801). Conocido sobre todo por las óperas bufas caracterizadas por su ingeniosa y brillante orquestación. Compuso más de sesenta óperas, misas, cantatas y oratorios.
(5)En italiano: Antes que despunte el alba.
(6)En italiano: Los caballos a galope.
(7)En italiano: Sin descanso correrá.
(8)Fioritura: Palabra italiana que se aplica a un grupo de notas ornamentales añadidas a voluntad en una melodía.
(9)En francés: Esa edad no tiene compasión.
(10)Jean de La Fontaine (1621-1695), escritor francés que produjo las fábulas más famosas de los tiempos modernos.
(11)Dante Alighieri (1265-1321), poeta, prosista, teórico de la literatura, filósofo y pensador político italiano. Considerado una de las figuras más sobresalientes de la literatura universal. Autor de la Divina Comedia, concluida poco antes de su muerte.
(12)En italiano: El país del Dante, donde suena el «sí». «Le genti del bel paese là dove ‘l sì suona»: así es como en el canto XXXIII del Infierno, Dante Alighieri definió a los italianos en su Divina Comedia. Está claro que en ese período histórico el concepto de pueblo italiano todavía estaba muy lejos de formarse, sin embargo el poeta ya había identificado un rasgo común de las «gentes del país» precisamente en el idioma.
(13)En italiano: Abandonen para siempre la esperanza.

AGUAS DE PRIMAVERA – IVÁN TURGUÉNIEV – CAPÍTULO 5

domingo, septiembre 22nd, 2013

aguas de primavera dibujo
Última noche de promo de Kaifeng Imperial. Vamos sin perder tiempo con el Capítulo 5 de Aguas de primavera. Hasta mañana. Que empiecen una linda semana.
AGUAS DE PRIMAVERA – IVÁN TURGUÉNIEV – CAPÍTULO 5

Gemma escuchaba a su madre, y tan pronto reía como suspiraba o le pasaba suavemente la mano sobre el hombro o la amenazaba en broma con el dedo, y algunas veces miraba a Sanin. Por último, se levantó, estrechó a su madre entre los brazos y la besó en el cuello, debajo de la barbilla. La madre hipaba de tanto reír.

Sanin trabó conversación con Pantaleone. Supo que éste había sido barítono y había cantado ópera, pero que hacía mucho tiempo que había abandonado la carrera teatral y ocupaba en la familia Roselli un término medio entre un sirviente y un amigo de la casa. A pesar de su larga residencia en Alemania, no había aprendido nada de alemán; sólo conocía algunas palabrotas que destrozaba sin piedad. Ferroflucto spiccebubbio(1)! decía de casi todos los alemanes. Hablaba el italiano a la perfección, pues era de Sinigaglia, donde se escucha lingua toscana in bocca romana.

Emilio se dejaba mimar y se abandonaba a las agradables impresiones de un convaleciente o de alguien que acaba de escapar a un grave peligro; por lo demás, aparte de eso, era fácil ver que todos los de la casa lo mimaban. Dio las gracias con timidez a Sanin, y arremetió con el jarabe y las golosinas. Sanin se vio obligado a tomar dos jícaras de excelente chocolate y a ingerir una considerable cantidad de bizcochos; no hacía más que tragar uno, cuando ya Gemma le presentaba otro. ¿Cómo rechazárselo? Bien pronto se sintió a sus anchas, como en su casa; las horas corrían con una rapidez inverosímil. Tuvo que hablar de muchos asuntos: de Rusia en general, del clima, de la sociedad, de los campesinos rusos —y, en particular, de los cosacos—, de la guerra de 1812, de Pedro el Grande(2), del Kremlin, de las campanas y de las canciones rusas. Las dos damas tenían sólo una idea muy vaga de nuestra inmensa y lejana patria. La señora Roselli —o, como solían llamarla, Frau Lenore— dejó estupefacto a Sanin al preguntarle si aún existía la célebre casa de hielo construida en Petersburgo el siglo pasado, y a propósito de la cual había leído recientemente un artículo muy interesante en uno de los libros de su difunto esposo: Bellezze delle arti. Y como Sanin exclamase «¿De veras se figura usted que no hay verano en Rusia?», Frau Lenore le explicó que ella se la había imaginado siempre como un país de nieves eternas, todo el mundo envuelto en pieles y todos los hombres militares, pero de una extremada hospitalidad y campesinos muy sumisos. Sanin se esforzó en darle informes más precisos, así como a su hija. La conversación recayó en la música rusa, y al punto le pidieron que cantase un aire ruso cualquiera, y le indicaron, en un rincón de la pieza, un pianito en el que las teclas blancas ocupaban el lugar de las negras, y viceversa. Obedeció sin hacerse de rogar, y acompañándose como pudo con dos dedos de la mano derecha y tres de la izquierda: (pulgar, corazón y meñique), cantó un poco nasalmente y con vocecita de tenor, primero el Sarafán y después Po ulitse mostowoy (Por en medio de la calle). Las damas elogiaron la voz y la melodía, pero les admiró sobre todo la dulzura y la sonoridad de la lengua rusa, y le rogaron que tradujese el texto. Sanin accedió gustoso; mas como las palabras del Sarafán y de Po ulitse mostowoy —que él traducía a su modo: “Sur une rue pavée une jeune fille allait al’eau”(3)— no podían darles una idea muy halagüeña de la poesía rusa, Sanin declamó, tradujo y cantó, no sin degollarla un poco en el estribillo, la poesía de Pushkin(4). Recuerdo esas horas divinas, con música de Glinka(5). Las damas quedaron entonces entusiasmadas, y Frau Lenore hasta descubrió en la lengua rusa pasmosas analogías con la italiana: “Mognovenie” (o vieni), “sa mnoi” (siam noi), etcétera. Los mismos apellidos de Glinka y Pushkin que pronunciaba Pussekin, le parecieron tener una armonía familiar para su oído.

Sanin, a su vez, rogó a las damas que le cantasen alguna cosa. Tampoco ellas hicieron muchos melindres. Frau Lenore se puso al piano y cantó con su hija algunos dúos y stornelli(6). La madre debió de haber tenido en sus tiempos una buena voz de contralto; la voz de la joven, aunque un poco débil, era agradable.

(1) Deformación de las palabras alemanas verfluchte spitzbube (canalla maldito).
(2) Pedro el Grande: Se alude a Pedro I el Grande (1672-1725), zar de Rusia entre 1682 y 1725, cuyas campañas militares y esfuerzos de modernización convirtieron a Rusia en un imperio con amplia presencia en los asuntos europeos.
(3) En francés: Por una calle empedrada, iba una joven por agua.
(4) Aleksandr Serguéievich Pushkin (1799-1837), poeta y dramaturgo, iniciador de la literatura rusa; su amor a la libertad fue una constante en su creación; su obra más conocida es Eugenio Oneguin (1831).
(5) Mijaíl Ivánovich Glinka (1804-1857), compositor ruso considerado el fundador de la escuela de música nacionalista rusa.
(6) Stornelli: En italiano: coplas.

HACIENDO DACHA EN EXPO TÉ

domingo, septiembre 22nd, 2013

expo te 4

QUERIDOS VISITANTES DE ESTA DACHA VIRTUAL, ESTAREMOS EN EXPO TÉ, LOS DÍAS 28 Y 29 DE SEPTIEMBRE (FIN DE SEMANA PRÓXIMO). LOS ESPERAMOS.

FINALISTAS DEL 3er CONCURSO FOTOGRAFICO GASTRONOMICO ALIMENTARIO

sábado, septiembre 21st, 2013

03 Kaifeng Imperial C
Una de cal y una de arena. Finalizando una semana tremenda, la Maga Marcela Casarino me da la gran noticia de que salió Finalista en el 3° CONCURSO FOTOGRAFICO GASTRONOMICO ALIMENTARIO de la Asociación Gastronómica Alimentaria NOUVELLE GASTRONOMIE con Kaifeng Imperial de DaCha Russkiĭ Sekret. Tengo que admitir que casi la obligué a participar (y no me equivoqué). Felicidades, Maga querida; te amo y te admiro.

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