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UNA CANCIÓN DE MEDIANOCHE

viernes, agosto 16th, 2013

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Las sirenas del mar toman el té de la tarde,
flotando entre corales, por el claro de luna.
Las sirenas del mar toman el té a grandes tragos,
inhalando y exhalando olas de algas perfumadas.

Flotan entre sedas de ahogados amantes sensibleros,
en pasillos de arena y glorietas de corteza salada.
Cantan en lo hondo y sacuden sus pestañas,
aquí, chasquea una cola al destellar ojos de ámbar.

Encienden pipas de agua de los fuegos que emergen
de ladrillos de marinos encantados por su voz.
Su rescate es ruso, su destino es el verde
que enmohece la sal y aparece en las juntas.

Cotillean de buques, y de conchas y esquisto,
susurran sobre amantes, de duramen y velas.
cuchichean de robles tallados que los llevan lejos,
a ahogarse en las olas bajo cantos de estrellas.

Por caños y grifos, aprietan los labios,
pintados de verde en la noche de mar,
vistiendo sus sedas, con escamas pegadas,
bajo las glorietas de sus tronos de azar.

No tengo el autor ni el nombre de este poema. Sólo lo traduje lo mejor posible, desde mi intuición.
El bellísimo dibujo, «Sandwich-Eating Mermaid», fue realizado por Himmapaan

ANNA KARENINA – OCTAVA PARTE – CAPÍTULO 15

viernes, agosto 16th, 2013

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Vaso de Mandarín Imperial muy caliente y una tentada de risa para un Capítulo 15 que no tiene nada de gracioso. Es que esta noche, demasiado cansada para leer y tipear, le pedí al padre de mis niños que me leyera. Y el leyó. Con intención y cambiando la voz en la línea de cada personaje (sí, en los femeninos también). Yo me reía tanto que no podía escribir. Casi tiro el té cuando me dijo: -Si el evento pinta «bajón»… leo yo!
Vamos:
OCTAVA PARTE – Capítulo 15

–¿Sabes a quién ha encontrado tu hermano en el tren, Kostia? –preguntó Dolly, después de repartir a los niños pepinos y miel– ¡A Vronsky! Se va a Servia.

–¡Y además se lleva un escuadrón que paga de su propio bolsillo! –añadió Katavasov.

–Muy propio de él –dijo Levin–.Pero, ¿es que todavía siguen marchándose voluntarios? –preguntó, mirando a su hermano.

Sergey Ivanovich, ocupado en sacar del trozo de panal que tenía en su plato una abeja aún viva, que se había quedado pegada a la miel, con la punta de un cuchillo, no le contestó.

-¡Cómo no! ¡Si viera usted los que había ayer en la estación! -exclamó Katavasov, mordiendo ruidosamente su pepino.

-Pero, ¿cómo es eso? Explíqueme, Sergey Ivanovich. ¿Adónde van todos esos voluntarios y contra quién combaten? -preguntó el viejo Príncipe, con el deseo evidente de prolongar una conversación iniciada, al parecer, en ausencia de Levin.

-Contra los turcos -contestó Kosnichev, sonriente y tranquilo logrando librar a la abeja aún viva y ennegrecida de miel que agitaba las pequeñas patas, y pasándola con cuidado de la punta del cuchillo a una hoja de álamo.

-¿Y quién ha declarado la guerra a los turcos? ¿Iván Ivanovich Ragozov y la condesa Lidia Ivanovna, en compañía de la señora Stal?

-Nadie ha declarado la guerra; pero la gente se compadece de los padecimientos de sus hermanos de raza y quiere ayudarlos -dijo Sergio Ivanovich.

-El Principe no dice que no se les ayude -intervino Levin-, defendiendo a su suegro- Se refiere a la guerra. El Príncipe sostiene que los particulares no pueden intervenir en la guerra sin autorización del Gobierno.

-Mira, Kostia. Una abeja volando. ¡Nos va a picar! -exclamó Dolly defendiéndose del insecto.

-No es una abeja, sino una avispa -aclaró Levin.

-Veamos, explíquenos su teoría. -dijo Katavasov, sonriente, a Levin, a fin de provocar una discusión-¿Por qué los particulares no han de poder ir a la guerra?

-Mi contestación es la siguiente: la guerra es una cosa tan brutal, feroz y terrible, que no digo ya un cristiano, sino ningún hombre puede asumir la responsabilidad de iniciarla. Es algo que compete al gobierno, que está para eso y que a veces se ve abocado a tomar decisiones así. Además, tanto la ciencia como el sentido común, cuando se trata de asuntos de Estado, y sobre todo de guerras, todos los ciudadanos deben abdicar de su voluntad personal.

Sergey Ivanovich y Katavasov hablaron a la vez, exponiendo sus objeciones, que ya tenían preparadas.

-Hay casos en que el Gobierno no cumple la voluntad de los ciudadanos, y entonces el pueblo declara espontáneamente su voluntad -dijo Katavasov.

Pero Kosnichev no parecía apoyar el criterio de Katavasov. Frunció las cejas y dijo:

-No debe usted plantear así la cuestión. Aquí no hay declaración de guerra, sino la expresión de un sentimiento humanitario, cristiano. Están matando a nuestros hermanos, a gente de nuestra raza y fe. Y no ya a nuestros hermanos y correligionarios, sino simplemente a mujeres, ancianos y niños. El sentimiento grita y los rusos corren a ayudar a terminar con esos horrores. Figúrate que vas por la calle y ves unos borrachos golpeando a una mujer o a un niño. No creo que te detuvieras a preguntar si se ha declarado la guerra a ese hombre o no, sino que te lanzarías en defensa del ofendido.

-Pero no mataría al otro -atajó Levin.

-Sí lo matarías.

-No lo sé. De ver un caso así, me entregaría al sentimiento del momento. No puedo decirlo de antemano. Pero semejante sentimiento repentino no existe ni puede existir respecto a la opresión de los eslavos.

-Quizá no exista para ti, pero existe para los demás. -contestó, frunciendo el entrecejo involuntariamente, Sergey Ivanovich- Aún viven en el pueblo las leyendas de los cristianos ortodoxos que gimen bajo el yugo del «infiel agareno». El pueblo ha oído hablar de los sufrimientos de sus hermanos y ha levantado la voz.

-Puede ser. -dijo Levin evasivamente- Pero no lo veo. Yo también soy pueblo y no siento eso.

-Tampoco yo. -añadió el Príncipe- He vivido en el extranjero, he leído la prensa y confieso que ni siquiera antes, cuando los horrores búlgaros, entendía la causa de que los rusos, de repente, comenzaran a amar a sus hermanos eslavos mientras yo no sentía por ellos amor alguno. Me entristecí mucho, pensando ser un monstruo o atribuyéndolo a la influencia de las aguas de Carlsbad… Pero al llegar aquí me tranquilicé viendo que hay mucha gente que sólo se preocupa por Rusia y no por sus hermanos eslavos. También Constantino Dmitrievich piensa así ––dijo señalándole.

–En este caso, las opiniones personales no significan nada; –respondió Kosnichev–las opiniones personales no tienen ningún valor ante la voluntad de toda Rusia expresada con unanimidad.

–Perdone, pero no lo veo así. El pueblo es ajeno a todo eso –repuso el Príncipe.

–No papá. Acuérdate del domingo en la iglesia. –dijo Dolly, que escuchaba la conversación– Dame la servilleta, haz el favor. ––dijo al anciano, que contemplaba, sonriendo, a los niños– Es imposible que todos…

–¿Qué pasó el domingo en la iglesia? –preguntó el Príncipe– Al cura le ordenaron leer y leyó. Los campesinos no comprendieron nada. Suspiraban como cuando oyen un sermón. Luego se les dijo que se iba a hacer una colecta en pro de una buena obra de la Iglesia y cada uno sacó un cópec, sin saber ellos mismos para qué.

–El pueblo no puede ignorarlo. El pueblo tiene siempre conciencia de su destino y en momentos como los de ahora ve las cosas con claridad –declaró Sergey Ivanovich categóricamente, mirando al viejo encargado del colmenar, como interrogándole.

El viejo, arrogante, de negra barba canosa y espesos cabellos de plata, permanecía inmóvil sosteniendo el pote de miel y mirando dulcemente a los señores desde la elevación de su estatura, sin entender ni querer entender lo que trataban, según se evidenciaba en todo su aspecto.

–Sí, señor –afirmó el viejo, moviendo la cabeza, como contestando a las palabras de Sergey Ivanovich.

–Pregúntenle y verán que no sabe ni entiende nada de eso –dijo Levin. Y añadió, dirigiéndose al viejo:– ¿Has oído hablar de la guerra, Mijailich? ¿Oíste lo que decían en la iglesia? ¿Qué opinas? ¿Piensas que debemos hacer la guerra en defensa de los cristianos?

–¿Por qué hemos de pensar en eso? Alejandro Nicolaevich, el Emperador, piensa por nosotros en este asunto y pensará por nosotros en todos los demás que se presenten… Él sabe mejor… ¿Traigo más pan? ¿Hay que dar más a los chiquillos? –se dirigió a Daria Alejandrovna, indicando a Grisha que terminaba su corteza de pan.

–No necesito preguntar –dijo Sergey Ivanovich– Vemos centenares y millares de hombres que lo dejan todo para ayudar a esa obra justa. Llegan de todas las partes de Rusia y expresan claramente su pensamiento y su deseo. Traen sus pobres groches y van por sí mismos a la guerra y dicen rectamente por qué lo hacen. ¿Qué significa esto?

–Eso significa, a mi juicio, ––dijo Levin que comenzaba a irritarse otra vez– que en un país de ochenta millones de habitantes se encuentran, no ya centenares, sino decenas de miles de hombres que han perdido su posición social, gente temeraria, pronta a todo, que siempre está dispuesta a enrolarse en las bandas de Pugachev o cualquier otra de su especie, y que lo mismo va a Serbia que a la China…

–Te digo que no se trata de centenares ni de gente perdida, sino que son los mejores representantes del pueblo ––dijo Sergey Ivanovich con tanta irritación como si estuviera defendiendo sus últimos recursos– ¿Y los dineros recogidos? ¡Aquí sí que el pueblo expresa directa y claramente su voluntad!

–Esa palabra «pueblo» es tan indefinida… –dijo Levin– Sólo los escribanos de las comarcas, los maestros y el uno por mil de los campesinos y obreros saben de qué se trata. Y el resto de los ochenta millones de rusos, como Mijailich, no sólo no expresan su voluntad, sino que no tienen ni idea siquiera de sobre qué cuestión deben expresarla. ¿Qué derecho tenemos, pues, a decir que se expresa la voluntad del pueblo?

TÉ DE LA TARDE COMO EN DACHA

viernes, agosto 16th, 2013

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¡Fin de semana largo! ¿Te quedás en Buenos Aires? No te podés perder el Té de la tarde con blends de DaCha Russkiĭ Sekret en Home Hotel Buenos Aires, al solcito, en el jardín.
De 16 a 19, en Honduras 5860. Te lo sirven así, como en casa, con maridaje de la mejor pastelería.

ANNA KARENINA – OCTAVA PARTE – CAPÍTULO 14

jueves, agosto 15th, 2013

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ANNA KARENINA – LEV TOLSTOY
OCTAVA PARTE – Capítulo 14

Levin miraba frente a sí y veía el rebaño de ovejas que pastaba guardado por el mastín y el pastor. Luego vio su tílburi tirado por « Voronoy» y cómo el cochero, al llegar al rebaño, hablaba algo con el pastor. Poco después, oía cerca de él el ruido de las ruedas y los resoplidos del caballo.

Estaba, sin embargo, tan absorto en sus pensamientos, que ni siquiera se le ocurrió que el coche se dirigía hacia él. Únicamente lo advirtió cuando el cochero, hallándose ya a su lado, le habló:

–Me manda la señora. Han llegado su hermano y otro señor.

Levin se sentó en el cochecito y tomó las riendas.

Estaba aún como acabado de despertar de un sueño y durante mucho rato apenas se dio cuenta de lo que hacía o de dónde estaba. Miraba a su caballo, al que sujetaba por las riendas, cubiertos de espuma las patas y el cuello; miraba al cochero Iván, sentado a su lado; recordaba que le esperaba su hermano; pensaba que su mujer estaría inquieta por su larga ausencia y procuraba adivinar quién era aquel señor que había llegado con su hermano. Y el hermano, y su mujer, y el desconocido se le presentaban ahora en su imaginación de modo distinto a como los veía antes; le parecía que ahora sus relaciones con todos habrían de ser muy diferentes.

«Ahora no habría entre mi hermano y yo la separación que ha habido siempre entre nosotros; ahora no disputaremos ya nunca. Nunca más tendré riñas con Kitty. Con el huésped que ha llegado, quienquiera que sea, estaré amable, seré bueno; lo mismo que con los criados y con Iván. Con todos seré un hombre distinto.»

Reteniendo con las riendas tensas al caballo, que resoplaba impaciente, como pidiendo que le dejaran correr en libertad Levin miraba a Iván, sentado a su lado, el cual sin tener nada que hacer con las manos las ocupaba en sujetarse la camisa, que se le levantaba a hinchaba con el viento.

Levin buscaba pretexto para entablar conversación con él. Quiso decirle que había apretado demasiado la barriguera. Pensó en seguida que esto le parecería un reproche y quería tener una conversación amable; pero ningún otro tema sobre el cual conversar le acudía a la imaginación.

–Señor, haga el favor de guiar a la derecha. Allí hay un tronco –le dijo Iván, con ademán de coger las riendas.

–Te ruego que no toques las riendas y no me des lecciones –contestó Levin ásperamente.

La intervención del cochero lo irritó como de costumbre. Y en seguida pensó, con tristeza, que estaba equivocado al creer que su estado de ánimo podía cambiar fácilmente.

A un cuarto de versta de la casa, Levin vio a Grisha y a Tania que corrían a su encuentro.

–Tío Kostia, allí vienen mamá y el abuelito, y Sergio Ivanovich y un señor –decían los niños subiendo al coche.

–¿Y quién es ese señor?

–Un hombre muy terrible que no cesa de mover los brazos. Así –dijo Tania, levantándose del asiento a imitando el gesto habitual de Katavasov.

–¿Es viejo o joven? –preguntó Levin, al cual el ademán de Tania le recordaba a alguien, pero sin poder precisar a quién.

«¡Ah», se dijo, «al menos que no sea una persona desagradable!».

Sólo al dar vuelta al camino y ver a los que iban a su encuentro, Levin recordó a Katavasov, con su sombrero de paja, moviendo los brazos como había indicado Tania.

A Katavasov le gustaba mucho hablar de filosofía, aunque la comprendía mal, como un especialista de ciencias naturales que era que nunca estudiaba filosofía. Durante su estancia en Moscú, Levin había discutido mucho con él sobre estas cuestiones. Lo primero que recordó Levin al verle fueron aquellas discusiones en las que aquél ponía siempre un gran empeño en quedar vencedor.

«No, no voy a discutir, ni a exponer a la ligera mis pensamientos por nada del mundo», se dijo aún.

Saltando del tílburi y, tras saludar a su hermano y a Katavasov, Levin preguntó por Kitty.

–Se llevó a Mitia a Kolok. –así se llamaba el bosque que había cerca de la casa– Ha querido arreglarlo allí porque en la casa hace demasiado calor –explicó Dolly.

Levin aconsejaba a su mujer que no llevase el niño al bosque, porque lo consideraba peligroso, por lo cual esta noticia le desagradó.

–Siempre anda llevando al pequeño de un lugar a otro. –dijo el viejo Príncipe– Le he aconsejado que lo llevase a la nevera.

–Kitty pensaba ir luego al colmenar, suponiendo que estarías allí. Podríamos ir hacia allá –dijo Dolly.

–¿Y qué estabas haciendo tú? –preguntó Sergio Ivanovich a su hermano, al quedarse atrás con él.

–Nada en particular. Me ocupo, como siempre, de los asuntos de la propiedad. –contestó Levin– ¿Y por cuánto tiempo has venido? –preguntó, a su vez, a Sergio Ivanovich– Te esperaba hace ya días.

–Por un par de semanas. –contestó Sergio– Tengo mucho que hacer en Moscú.

En esto, los ojos de los dos se encontraron, y no obstante su deseo de estar afectuoso con Sergio y amable y sencillo con el Príncipe, Levin sintió que lo irritaba mirar a su hermano y bajó la vista sin saber qué decir.

Buscando temas de conversación que fueran agradables a Sergio Ivanovich, aparte de la guerra serbia y la cuestión eslava, a las cuales había aludido de manera velada al hablar de sus ocupaciones en Moscú, se puso a hablarle de la obra que había publicado últimamente.

–¿Y las críticas de tu libro? –le preguntó– ¿Qué tal te tratan?

Sergio Ivanovich sonrió comprendiendo que no era espontánea la pregunta.

–Nadie se ocupa de él y yo menos que nadie –contestó con displicencia. Y, cambiando de conversación, se dirigió a Dolly:

–Daria Alejandrovna, mire… Va a llover–dijo, indicando con su paraguas unas nubes blancas que corrían sobre las copas de los álamos.

Y bastaron estas palabras para que aquella frialdad que quería evitar Levin en sus relaciones con su hermano se estableciera entre los dos.

Levin se acercó a Katavasov.

–¡Qué acertado ha estado usted decidiéndose a venir!

–Ya hace tiempo que quería haberlo hecho. Ahora podremos discutir con más calma… ¿Ha leído usted a Spencer?

–No lo he terminado. –dijo Levin– De todos modos, ahora no lo necesito.

–¡Cómo! Es interesante… ¿Por qué no lo necesita?

–Quiero decir que la solución de las cuestiones que me interesan en la actualidad no la encontraría en él ni en sus semejantes. Ahora…

Levin iba a decir que le interesaban otras cuestiones más que los temas filosóficos, pero observó la expresión tranquila y alegre que tenía el rostro de Katavasov y, acordándose de sus propósitos, no quiso destruir su buen humor contrariándolo con sus nuevas ideas.

–De todos modos, ya hablaremos después. –añadió, condescendiente– Si vamos al colmenar, es por aquí, por este sendero ––dijo, dirigiéndose a los demás.

Al llegar, por el camino estrecho, a una explanada rodeada de brillantes flores de «Juan–María» y donde crecían también espesos arbustos de verde oscuro chenusitza, Levin hizo sentar a sus acompañantes en los bancos y troncos instalados allí para los visitantes del colmenar a la sombra fresca y agradable de unos álamos tiernos, y él se dirigió al colmenar para traer pan, pepinos y miel fresca.

Con gran cuidado y atento al zumbido de las abejas que cruzaban el aire ininterrumpidamente, llegó por un sendero hasta el colmenar.

Al entrar, una abeja se lanzó hacia él zumbando y se le enredó en la barba. Se deshizo de ella y pasó al patio, cogió una redecilla que estaba colgada en una pared, se la puso, se metió las manos en los bolsillos del pantalón y siguió hacia las colmenas.

En filas regulares, atadas a estaquitas, estaban las colmenas viejas, cada una con su historia, que él conocía; a lo largo de la cerca que rodeaba el colmenar se veían las nuevas instaladas aquel año.

A la entrada de las colmenas revoloteaban nubes de abejas y de zánganos, mientras las obreras volaban hacia el bosque atraídas por los tilos en flor, y regresaban cargadas del dulce néctar. Y todo el enjambre, obreras diligentes, zánganos ociosos, guardianas despiertas dispuestas a lanzarse sobre cualquier extraño al colmenar que tratara de acercarse allí, dejaban oír las notas más diversas en el aire calmo, que se confundían en un continuo y bronco zumbido.

En la otra parte de la cerca, el encargado del colmenar cepillaba una tabla.

El viejo campesino no vio a Levin y éste no lo llamó.

Estaba contento de quedarse solo para recobrar la tranquilidad de su ánimo, que ya se había alterado en aquel corto contacto con la realidad.

Recordó, con pesar, que se había enfadado contra Iván, que había demostrado frialdad a su hermano y hablado con ligereza a Katavasov.

«¿Es posible que todo aquello haya sido cosa de momento y que pase todo sin dejar huella?», se dijo.

Y en aquel mismo instante sintió con alegría que algo nuevo e importante acaecía en su alma. Sólo por unos instantes la realidad había hecho desaparecer, como cubriéndola por un negro velo, aquella calma espiritual hallada por él y que ahora recobraba de nuevo, porque sólo había permanecido oculta en el interior de su alma.

Así como las abejas que volaban alrededor suyo y amenazaban picarlo lo distraían, le hacían perder la tranquilidad material, obligándolo a encogerse, a resguardarse, del mismo modo las preocupaciones que lo habían asaltado a partir del momento en que montara en el tílburi con el cochero, habían privado de tranquilidad a su alma; pero esto había durado tan sólo mientras estuvo entre Iván, el Príncipe, Katavasov y Sergio Ivanovich. Lo mismo que, a pesar de las abejas, conservaba su fuerza física, así sentía de nuevo dentro de él la fuerza espiritual que había recibido.

ANNA KARENINA – OCTAVA PARTE – CAPÍTULO 13

miércoles, agosto 14th, 2013

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Es duro comprender, en esta hora, que Tolstoy condena al personaje de Anna al suicidio pero cuida del suicidio a Levin, no a través del amor a los hombres per se sino a través de la fe, la religión, el perfeccionamiento moral… De todos modos, amamos a Tolstoy, que nos pintó el retrato perfecto de la época en la que vivió. Vamos con el Capítulo 13 de la Octava Parte de Anna Karenina. Recuerden, los que quieren asistir al evento, comunicarse conmigo vía mail para hacer efectiva la inscripción, por favor.

ANNA KARENINA – LEV TOLSTOY
OCTAVA PARTE – Capítulo 13

Levin recordó una escena que había presenciado poco antes entre Dolly y sus hijos.

Los niños, habiendo quedado solos, comenzaron a cocer frambuesas a la llama de unas velas y a lanzar la leche por la boca como un surtidor. Dolly, al sorprenderlos, comenzó a explicarles, en presencia de Levin, el mucho trabajo que a las personas mayores les costaba preparar aquello que destruían, y que tal trabajo se hacía por ellos; que si rompían las tazas, no tendrían donde tomar el té, y si arrojaban la leche al suelo, se quedarían sin comer y morirían de hambre.

A Levin lo sorprendió la tranquila incredulidad con que los niños parecían escuchar las palabras de su madre. Sólo se sentían descontentos de ver interrumpido su interesante juego; de lo que su madre les decía no creían una palabra. Y no lo creían porque no podían comprender el conjunto de todo aquello de que gozaban y les era imposible, por tanto, imaginar que estaban destruyendo lo que necesitaban para vivir.

«Todo esto está bien», pensaban; «pero, ¿acaso lo que nos dan tiene tanto valor? Siempre es lo mismo, hoy como ayer y como mañana, y nosotros no tenemos que pensar en ello. Pero ahora hemos querido inventar algo nuevo, personal. Y así hemos metido las frambuesas en las tazas y las hemos cocido a la llama de la vela, y nos hemos llenado la boca de leche y la hemos lanzado como un surtidor. Esto es divertido y nuevo.»

¿Y acaso no hacemos nosotros lo mismo? ¿No lo he hecho yo buscando, mediante la razón, la significación de las fuerzas de la Naturaleza y el sentido de la vida humana?, continuaba pensando Levin.

«¿No hacen lo mismo todas las teorías filosóficas, llevándonos, mediante el razonamiento, de un modo extraño a la vida humana, a la revelación de verdades que el hombre sabe ya desde hace mucho tiempo y sin las cuales no podría vivir? ¿No se ve claramente en el desarrollo de la teoría de cada filósofo que él sabe de antemano, como el labriego Feódor y no más claramente, el verdadero sentido de la vida, y que tiende sólo a demostrar por caminos equívocos verdades universalmente reconocidas?

Que se deje a los niños solos, para que ellos mismos adquieran lo que les hace falta, construyan las tazas, ordeñen la leche, etc. ¿Realizarían travesuras? Se morirían de hambre.

Que se nos deje a nosotros, entregados a nuestras pasiones y pensamientos, sin la idea del Dios único y creador. ¿Qué haríamos, sin tener noción del bien y el mal, sin explicamos el mal moral?

¡Probemos sin esas ideas a construir algo! Lo destruiríamos todo, porque nuestras almas están saciadas. ¡Somos niños, nada más que niños!

¿De dónde procede ese alegre conocimiento que tengo y me es común con el aldeano, y que me produce la paz del espíritu? ¿De dónde lo he sacado?

Yo, educado como cristiano en la idea de Dios, habiendo llenado mi vida con los bienes espirituales que me dio el cristianismo, pletórico y rebosante de esos bienes, yo, como esos niños, destruyo, es decir, quiero destruir lo que me sustenta. Pero en las horas graves de mi vida, como los niños al sentir hambre y frío, acudo a Él y, no menos que los niños a quienes la madre riñe por sus travesuras infantiles, siento que el exceso a que me llevaron mis anhelos de niño no han sido castigados. Y lo que sé, no lo sé por la razón, sino que ha sido concedido directamente a mi alma, lo siento por mi corazón, por mi fe en lo que dice la Iglesia.

¿La Iglesia? ¡La Iglesia!», repitió Levin.

Cambió de postura y, apoyándose en el codo, miró a lo lejos, más allá del rebaño que, en la otra orilla, bajaba hacia el río.

«¿Puedo creer en cuanto profesa la Iglesia?», se dijo, buscando, para probarse, cuanto pudiera destruir la tranquilidad de espíritu de que gozaba en aquel momento.

Y comenzó a meditar en las doctrinas de la Iglesia que más extrañas le parecían y más lo turbaban.

« ¿La creación? ¿Cómo explicaba yo la existencia? ¿Por la existencia misma? ¡Con nada! ¿Y el diablo y el pecado? ¿Cómo explicar el mal? ¿Y el Redentor? No sé nada, absolutamente nada, ni puedo saberlo. Nada excepto lo que se me ha comunicado a la vez que a los demás.»

Y ahora encontraba que no existía doctrina eclesiástica alguna que destruyera lo esencial: la fe en Dios y en el bien como único destino del hombre.

Cada una de las creencias de la Iglesia podía ser explicada por la creencia en el servicio de la verdad en vez del servicio de las necesidades. Y no sólo cada dogma no la destruía, sino que estaba hecho para cumplir el milagro fundamental que constantemente se presenta en la tierra y que consiste en que es posible a todos los hombres y a cada uno, a millones de personas diferentes, sabios y necios, niños y ancianos, reyes y mendigos, a todos, a Lvov, a Kitty y a los demás, comprender sin dudas la misma cosa y crear la vida del alma sin la cual no vale la pena vivir y que es lo único que apreciamos.

Levin, tumbado ahora de espaldas, miraba el cielo alto sin nubes.

«¿Acaso no sé que eso es el espacio infinito y no una bóveda? Pero por más esfuerzos que haga, por más que aguce la mirada, no puedo dejar de ver este espacio como una bóveda y como algo limitado y, a pesar de mis conocimientos sobre el espacio infinito, tengo indudable razón cuando veo una bóveda azul y sólida; y más aún que cuando me esfuerzo para ver más allá.»

Levin había ya dejado de pensar. Ahora tenía sólo el oído atento a las voces misteriosas que resonaban en su alma con un eco de alegría y de entusiasmo.

«¿Acaso será esto la fe?», se dijo, no osando creer en su felicidad. «¡Gracias, Dios mío!», murmuró, ahogando los sollozos que le subían a la garganta y secándose con ambas manos las lágrimas que llenaban sus ojos.

COMO TÉ PARA ACUARELA

miércoles, agosto 14th, 2013

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Carne Griffiths pinta con tintas, bebidas alcoholicas y té. Esta obra, «Flower of life», es una acuarela realizada con nuestra querida camellia sinensis. Esencial darse una vueltita por su obra. www.carnegriffiths.com

Nadadores - Acuarela de té - Paz Mari
Otro ejemplo de acuarela de té, «Nadadores», pintada por la artista argentina Paz Mari. Vale la pena bucear en su obra, orgullosamente teñida de género femenino.

ARTE CON T

miércoles, agosto 14th, 2013

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TÉCNICAS PARA PINTAR CON TÉ
La tintura de té es una forma innovadora de colorear muchos artículos, desde telas a superficies. Es una alternativa ecológica a las tinturas y pinturas para madera tradicionales, puede otorgar un aspecto antiguo a distintas prendas de ropa (sobre todo a la ropa interior) o un tono cálido y natural a las superficies, y es mucho más barata y más segura para el medio ambiente.

TIPOS DE TINTURA DE TÉ
El color y la tonalidad de una tintura de té depende de muchos factores, tales como qué tipo de té se utiliza, el tiempo que el té haya estado en infusión y la cantidad de aplicaciones. El té rojo (que es el que nosotros conocemos como negro) produce un marrón suave, de color crema o trigo; en cambio, el té verde produce tonos rojizos. El té será más concentrado cuanto más tiempo haya estado en infusión y, en consecuencia, la tintura será más oscura. Al secarse, dará un tono más claro de lo que parece cuando está mojada, por lo que, generalmente, se requieren varias aplicaciones para lograr una tinta oscura.

TELAS TEÑIDAS CON TÉ
Ésta es una manera fácil de crear un aspecto antiguo. Se puede teñir con té casi cualquier tela de algodón, y existen dos técnicas para hacer esto:
-para teñir todo el tejido, hay que colocarlo en un bowl o palangana con té y dejarlo reposar durante 20 a 30 minutos; luego, retirar la tela, escurrirla y colgarla hasta que se seque.
-para obtener un look salpicado, hay que verter el té en un pulverizador y rociar una niebla sobre la tela.
Se pueden utilizar diferentes tipos y concentraciones de té para crear salpicaduras con contraste. Almohadones, remeras, enaguas, ropa interior y toallas, son todos tejidos ideales para teñir con té (¿sekret?: la ropa interior de seda queda divina).

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SUPERFICIES TEÑIDAS CON TÉ
Las paredes y los armarios son superficies ideales para colorear con té, si se quiere un estilo cálido. Para hacerlo hay que hervir el té y pintar la superficie con cualquier pincel normal, con movimientos variados para crear una apariencia de textura; incluso pueden rociarse los muebles con el té para darles una apariencia de salpicado o de pátina antigua.

Pero OJO: pintar con té puede ser un proceso muy complicado y pegajoso que requiere de mucha atención. ¡A practicar!

FOTOS
Tintura en tela: http://lillyslace.blogspot.com.ar/2011/01/how-to-tea-stain-wedding-dress.html
Tintura sobre madera: http://dans-woodshop.blogspot.com.ar/2012/03/staining-with-tea.html

EL ESPÍRITU DEL TÉ Y EL SAMOVAR EXTRANJERO

miércoles, agosto 14th, 2013

Андрей Кленин Чужой самовар
La obra que elegí hoy, «Samovar extranjero», es del artista ruso Andrey Klenin .
El samovar es un artefacto que se usa para calentar agua. Su nombre proviene de sam (sí mismo – auto) y varit (hervir – cocinar). El samovar contiene en sí a la madre del té, el agua, y a la fuente de energía que la calienta, así como al surtidor que vierte el agua caliente sobre el té para que éste exprese sus mejores cualidades. El samovar es un aparato extranjero… y yo, a veces, en este mundo pequeño, también me siento un aparato extranjero.

Cuando recién empezaba a materializar mi sueño de esta dacha propia desde mi fuego interior y mi océano de ganas, un conocido empresario del mundo del té me dijo en casa, una mañana: «No sé si esto te va a dar de comer pero vas a vivir de esto». Realmente es así.

El tiempo que pasó desde que empecé es muy poco o mucho, según como se mire, y DaCha no es «un buen negocio». No sé si el verdadero espíritu del té nos permite hacer con él/de él un buen negocio. Y está bueno que así sea, porque de esa manera, los que respetamos esas plantas, esas hebras, esas manos curtidas de trabajadores que puntean las 3 o 2 hojas y 1 brote en los jardines, podemos darnos el lujo de elegir lo más sano, lo justo, lo bueno y no prostituirnos, no vendernos al mejor postor, no bastardear ni envilecer nuestro trabajo, el oficio que vamos perfeccionando a través de largas jornadas, el producto que elaboramos.

No todo se compra, no todo se vende. La vida es buena. ♥

ANNA KARENINA – OCTAVA PARTE – CAPÍTULO 12

martes, agosto 13th, 2013

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Tolstoy atrevido, que se guardó el final del libro para volcar sus más íntimos pensamientos a través de Levin. Hoy pensaba que «Kostia Levin» no hubiera sido un título muy ganchero para una novela, para un drama y, entonces, nuestro querido Lev, se vuelve Lev-in y nos cuenta su vida interior bajo el título Anna Karenina. ¿Vamos con el Capítulo 12 de la Octava Parte? ¿Ya tienen listo su té?
ANNA KARENINA – LEV TOLSTOY
OCTAVA PARTE – Capítulo 12

Levin iba por el camino andando a grandes pasos, atento, no tanto a sus pensamientos, que todavía no había logrado ordenar, cuanto a aquel estado de ánimo que hasta entonces no había experimentado.

Las palabras del campesino Feódor produjeron en su alma el efecto de una chispa eléctrica que en un momento fundió y transformó un enjambre de pensamientos hasta entonces vagos y desordenados que no habían dejado de atormentarlo. Hasta en el momento en que hablaba del arriendo de las tierras, habían estado preocupándolo.

Sentía brotar en su alma algo nuevo y, sin saber todavía lo que era, experimentaba con ello una gran alegría.

«Hay que vivir, no para nuestras propias necesidades, sino para Dios. Pero, ¿para qué Dios? ¿Es posible decir una cosa más privada de sentido común? Feódor ha dicho que hay que vivir, no sólo para nuestras propias necesidades, esto es, para lo que comprendemos, lo que nos atrae y deseamos, sino para algo incomprensible, para ese Dios al cual nadie puede comprender ni definir… ¿Qué es esto? ¿Acaso no habré comprendido las palabras sin sentido de Feódor? Y si no he comprendido lo que decía, ¿he dudado por ventura de que fuese justo? ¿Lo he encontrado necio, impreciso y vago? No; lo he comprendido por completo, tal como él lo comprende. Lo he comprendido tan bien y tan claramente como lo que mejor pueda comprender en la vida, y jamás en mi existencia he dudado de ello ni puedo dudar. Y, no sólo yo, sino todos lo comprenden perfectamente; no dudan de ello y todos están de acuerdo en aceptarlo. ¡Y yo que buscaba, deplorando no ver un milagro! Un milagro material me habría convencido. ¡Y, no obstante, el único milagro posible, el que existe siempre y nos rodea por todas partes, no lo observaba, no lo veía!

Feódor dice que el guarda Kirilov vive sólo para su vientre. Eso es claro y comprensible. Todos nosotros, como seres racionales, no podemos vivir de otro modo sino para el vientre. Y de pronto Feódor dice que no se debe vivir para el vientre y que se debe vivir para la verdad y para Dios, y yo, con una sola palabra, lo comprendo. Y yo, y millones de seres que vivieron siglos antes y viven ahora, sabios, labriegos y pobres de espíritu –los sabios que han escrito sobre esto, lo dicen en forma incomprensible– coinciden en lo mismo: en cuál es el fin de la vida y qué es el bien. Sólo tengo, común con todos los hombres, un conocimiento firme y claro que no puede ser explicado por la razón, que está fuera de la razón y no tiene causas ni puede tener consecuencias.

Si el bien tiene una causa, ya no es bien, y si tiene consecuencias (recompensa) tampoco lo es. De modo que el bien está fuera del encadenamiento de causas y efectos. Y conozco el bien y lo conocemos todos. ¿Puede haber milagro mayor? ¿Es posible que yo haya encontrado la solución de todo? ¿Es posible que hayan terminado todos mis sufrimientos?», pensaba Levin, avanzando por el camino polvoriento, sin sentir ni calor ni cansancio y experimentando la impresión de que cesaba para él un largo padecer.

Aquella impresión despertaba en su espíritu una paz tan honda que apenas osaba creer en ella. La emoción lo ahogaba, le flaqueaban las rodillas y le faltaban las fuerzas para seguir andando. Salió del camino, se internó en el bosque y se sentó a la sombra de los olmos, sobre la hierba no segada aún. Se quitó el sombrero que cubría su cabeza empapada de sudor y, apoyándose en un brazo, se tendió en la jugosa y blanda hierba del bosque.

«Es preciso reflexionar y comprender», pensaba, con los ojos fijos en la hierba que se erguía ante él, mientras seguía con la mirada los movimientos de un insecto verde que trepaba por un tallo de sanguinaria y se detenía retenido por una hoja de borraja. «Pero, ¿qué he descubierto?», se preguntó, apartando la hoja de borraja para que no obstaculizara al insecto y acercando otra hierba para que el animalillo pasara por ella. «¿Por qué esta alegría? ¿Qué he descubierto en resumen? Nada. Sólo me he enterado de lo que ya sabía. He comprendido la calidad de la fuerza que me dio la vida en el pasado y me la da ahora también. Me libré del engaño, conocí a mi señor… Antes yo decía que mi cuerpo, como el cuerpo de esta planta y de ese insecto –a la sazón el insecto, sin querer escalar la hierba, había abierto las alas y volaba a otro lugar- seguía las transformaciones de la materia según las leyes físicas, químicas y fisiológicas. Y que en todos nosotros, como en los álamos, las nubes y las nebulosas se produce una evolución. ¿Evolución de qué? ¿En qué? Una evolución infinita, una lucha…

¿Cómo es posible una dirección y una lucha en el infinito? Y yo me extrañaba de que, a pesar de mi constante tensión mental en tal dirección, no se me aclaraba el sentido de la vida, el sentido de mis deseos, de mis aspiraciones… Pero ahora declaro que conozco el sentido de mi vida; vivir para Dios, para el alma…

Y este sentido, a pesar de su claridad, es misterioso y milagroso. Éste es también el sentido de cuanto existe. Y el orgullo… –se tendió de bruces y comenzó a atar entre sí los tallos de hierba procurando no romperlos–. No sólo existe el orgullo de la inteligencia, sino la estupidez de la inteligencia. Pero lo peor es la malicia… eso, la malicia del espíritu, la truhanería del espíritu», se repitió.

Y en seguida recorrió todo el camino de sus ideas durante aquellos dos años, cuyo principio fue un pensamiento claro y evidente sobre la muerte al ver a su hermano querido enfermo, sin esperanzas de curación.

En aquellos días había comprendido claramente que para él, y para todos, no existía nada en adelante sino sufrimiento, muerte, olvido eterno; pero a la vez había reconocido que así era imposible vivir, que precisaba explicarse su vida de otro modo que como una ironía diabólica o, de lo contrario, pegarse un tiro.

Él no hizo ni lo uno ni lo otro, sino que continuó viviendo, sintiendo y pensando e incluso en aquella época se casó y experimentó muchas alegrías y fue feliz entonces que no pensaba para nada en el sentido de la vida.

¿Qué significaba, pues, aquello? Que vivía bien y pensaba mal.

Vivía, sin comprenderlo, a base de las verdades espirituales que mamara con leche de su madre, pero pensaba, no sólo no reconociendo tales verdades, sino apartándose de ellas deliberadamente.

Y ahora veía claramente que sólo podía vivir merced a las creencias en que fuera educado.

«¿Qué habría sido de mí y cómo habría vivido de no tener esas creencias, si no supiese que hay que vivir para Dios y no sólo para mis necesidades? Hubiese robado, matado, mentido. Nada de lo que constituyen las mayores alegrías de mi vida habría existido para mí.»

Y aun con los máximos esfuerzos mentales no podía imaginar el ser bestial que hubiese sido de no saber para qué vivía.

«Buscaba contestación a mi pregunta. El pensamiento no podía contestarla, porque el pensamiento no puede medirse con la magnitud de la interrogación. La respuesta me la dio la misma vida con el conocimiento de lo que es el bien y lo que es el mal.

Y ese saber no me ha sido proporcionado por nada; me ha sido dado a la vez que a los demás, puesto que no pude encontrarlo en ninguna parte.

¿Dónde lo he recogido? ¿He llegado, por el razonamiento, a la conclusión de que hay que amar al prójimo y no causarle daño? Me lo dijeron en mi infancia y lo creí, feliz al confirmarme los demás lo que yo sentía en mi alma. ¿Y quién me lo descubrió? No lo descubrió la razón. La razón ha descubierto la lucha por la vida y la necesidad de aplastar a cuantos me estorban la satisfacción de mis necesidades. Tal es la deducción de la razón. La razón no ha descubierto que se amase al prójimo, porque eso no es razonable.»

ANNA KARENINA – OCTAVA PARTE – CAPÍTULO 11

lunes, agosto 12th, 2013

campesinado ruso
Hermoso Capítulo, el 11 de la Octava Parte de Anna Karenina. No hace falta otro, por hoy. Sólo quisiera compartir con ustedes, lo que era el campesinado ruso en esa época, última mitad del S XIX: el campesinado constituía 4/5 de la población en situación legal y 3/4 por su ocupación -casi idéntica a la de la Francia revolucionaria en 1789-. El campesino «típico» de Rusia era analfabeto, pobre, relegado a la agricultura de subsistencia y era muy conservador y tradicionalista en sus puntos de vista. Utilizaba tecnología muy primitiva para trabajar, vivía al día y sufría de hambrunas periódicas. Su vida era durísima y corta y aún así, la agricultura fue, por lejos, la mayor fuente de riqueza nacional, siendo los alimentos la principal materia de exportación de Rusia. Tras la trascendental ley de reforma de Alejandro II (Emancipación de los Siervos de la gleba) en 1861, los campesinos libres pudieron abandonar sus tierras y migrar a las ciudades en busca de trabajo. Ni Alexander ni nadie tenía idea de qué fuerzas se estaban desatando en este acto que, en primer lugar, marcó el comienzo de un período sin precedentes de desarrollo industrial y, en segundo lugar, creó un nuevo grupo social: la clase obrera.
ANNA KARENINA – LEV TOLSTOY
OCTAVA PARTE – Capítulo 11

El día en que Sergio Ivanovich llegó a Pokrovskoie había sido uno de los días más llenos de emociones para Levin.

Era la temporada activa de los trabajos del campo, la que exige del campesino un esfuerzo mayor, un espíritu de sacrificio desconocido en otras profesiones; esfuerzo que rendiría más si los mismos que lo realizan tuvieran conciencia de ello y lo supieran valorar, si no se repitiese anualmente y sus resultados no fueran tan simples.

Segar y recoger el centeno y la avena, apilarlos en las eras, trillar y separar los granos para semilla y hacer la sementera en otoño, todo esto parece sencillo, corriente y hacedero; pero, para hacerlo en las tres o cuatro semanas que concede la Naturaleza, es necesario que todos, empezando por los más viejos y hasta los chiquillos, toda la gente labriega, trabaje sin parar un momento, tres veces más que de ordinario, alimentándose con kvas con cebolla y pan moreno, aprovechando para el trabajo las noches y no durmiendo sino tres o cuatro horas al día. Y esto se hace cada año en toda Rusia.

Habiendo pasado la mayor parte de su vida en su propiedad y en relaciones estrechas con el pueblo, Levin sentía siempre en esta temporada el contagio de aquella animación general.

Al amanecer, en los carros de transporte, iba a las primeras labores del centeno o a los campos de avena.

Volvía a su casa cuando calculaba que su mujer y su cuñada estarían levantándose; tomaba con ellas su desayuno y se dirigía a pie a la granja, donde estarían trabajando con la nueva trilladora para preparar las semillas.

Y durante todo este día, hablando con el encargado y los campesinos, charlando, en su casa, con su mujer, con Dolly, con los hijos de ésta o con su suegro, Levin pensaba, además, relacionándolo todo con esta cuestión, en las preguntas que lo inquietaban: «¿Qué soy yo? ¿Dónde estoy? ¿Para qué estoy aquí?»

En pie, sintiendo la agradable frescura del hórreo cubierto de olorosas ramas de avellano o apoyado contra las vigas de álamo recién cortado que sostenían el techo de paja, Levin, miraba a través de las puertas abiertas, ante las cuales danzaba el polvo, seco y acre, de la trilladora, o contemplaba la hierba de la era bañada por el ardiente sol, y la paja fresca, recién sacada del almiar, o seguía el vuelo de las golondrinas de pecho blanco y cabecitas abigarradas que se refugiaban chillando bajo el alero y se detenían agitando las alas sobre el ancho portal abierto; y, mientras, continuaba con sus extraños pensamientos.

«¿Para qué se hace todo esto? ¿Por qué estoy aquí, obligándolos a trabajar? ¿Por qué todos se matan trabajando y queriendo mostrarme su celo? ¿Por qué trabaja tanto esa vieja Matriona, mi antigua conocida?» (Levin la había curado, cuando, en un incendio, le había caído encima una viga), se dijo, mirando a una mujer delgada que, apoyando firmemente sus pies, quemados por el sol, contra el suelo duro y desigual, removía con su rastrillo las mieses.

« En algún tiempo», pensó Levin, «esta mujer fue hermosa pero, si no hoy, mañana, o dentro de diez años, cualquier día, acabará de todos modos bajo tierra y no quedará nada de ella. Como tampoco quedará nada de esa muchacha presumida, de vestido rojo, que con movimientos hábiles y delicados separa la espiga de la paja. También a ésa la enterrarán, y muy pronto harán los mismo con esa pobre bestia», pensó, mirando a un caballo que, con el vientre hinchado y respirando con dificultad, arrastraba un pesado carro. Y a Feódor, que echa ahora el trigo a la trilladora, con su barbita llena de paja y su camisa rota, también lo enterrarán. Y, sin embargo, él deshace las gavillas y da las órdenes, grita a las mujeres, arregla la correa del volante. Y, no sólo a ellos los enterrarán, sino que a mí, también. Nada ni nadie de lo que hay aquí permanecerá. ¿Para qué, pues, todo?»

Así pensaba Levin y al mismo tiempo miraba al reloj, calculando cuánto se podía trillar en una hora, para señalar la faena que debían realizar durante el día.

« Pronto hará una hora que han empezado el trabajo y no han hecho más que comenzar la tercera pila», pensó. Y se acercó a Feódor y, levantando la voz para dominar el ruido de la trilladora, le ordenó que pusiera menos trigo en la máquina.

–Echas demasiado Feódor. ¿Ves? La máquina se para. Échalo más igual…

Feódor, ennegrecido por el polvo que se le pegaba al rostro cubierto de sudor, replicó algo que no pudo oírse por el ruido de la máquina. Pero pareció no haber comprendido lo que el dueño le decía. Éste se acercó a la trilladora, apartó a Feódor y se puso él en su lugar.

Después de trabajar así hasta casi la hora de ir a comer, Levin saltó del hórreo en unión del echador y al lado de un montón de amarillento centeno preparado ya para trillarlo y separar la semilla, se puso a discutir con él.

El echador era de aquel lugar donde Levin, hacía ya tiempo, había cedido la tierra según el principio cooperativo. Ahora estas tierras las llevaba el guarda en arriendo. Levin habló de ellas con Feódor y le preguntó si no las arrendería el año próximo Platon, un campesino rico del mismo lugar.

–La tierra es muy cara, Constantino Dmitrievich. A Platon no le resultaría –contestó Feódor, sacando de debajo de la camisa sudada las espigas que se le habían introducido allí.

–¿Y cómo es que Kirilov saca provecho?

–A Mitiuja –así llamaba Feódor, despectivamente, al guarda–, a Mitiuja le es muy fácil sacar provecho: va apretando y sacará lo suyo. Éste no tiene compasión de alma cristiana, mientras que el tío Fokanich –así llamaba al viejo Platon– no quita el pellejo a nadie. Aquí dará en préstamo y en otra parte perdonará una deuda. Así resulta que recibe todo lo que le pertenece. Es un buen hombre.

–¿Y por qué perdona tanto a los demás?

–Porque las personas no son todas iguales. Hay hombres que sólo viven para sí mismos, como, por ejemplo, Mitiuja. Ese se preocupa sólo de su barriga. Fokanich, en cambio, es un viejo muy recto: vive para su alma y no se olvida de Dios.

–¿Qué quieres decir «no se olvida de Dios»? ¿Y qué es eso de que «vive para su alma»? –preguntó Levin con extrañeza.

–Ya se sabe: lo justo es lo que Dios manda. Hay gente muy distinta: unos que lo hacen y otros que no. Usted, por ejemplo, no trata mal a la gente.

–Sí, sí. Adiós –se despidió Levin sofocado por la emoción.

Y, volviendo al hórreo, tomó su bastón y se dirigió a su casa.

Al oír que Fokanich «vivía para su alma, siendo justo, como Dios manda», pensamientos vagos, pero fecundos, habían acudido en tropel a su mente, dirigidos todos a un único fin, cegándole el entendimiento.

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