Quiero agradecer con todo mi corazón a todos los amigos que ayer compartieron con nosotros el último chaepítie del año, muchos de los cuales hicieron gran esfuerzo para poder estar, corriendo después de exámenes, viajando desde lejos, moviendo sus doloridos cuerpos o almas, ubicando hijos, maridos, esposas. Comimos rico, bebimos rico, leímos juntos, debatimos, nos reímos y nos emocionamos con el final de estas «Aguas de primavera» tan movilizadoras. Gracias gigante a La Biblioteca Café y su gente, que estuvieron impecables, al Prof. Mauricio Stelkic que nos cuenta la Historia de la historia con seriedad y humor, a Martín Weiskind -mi compañero incondicional- que me banca todas las chinches y desencantos que, a veces, este proyecto también trae, a Larisa Segovia que es la asistente perfecta, a Colectivo Felix que con toda celeridad deshidrató los duraznos para Coup de foudre, a Laban Catering Personalizado y Marta´s Cakes que cocinaron deliciosamente para que todo estuviera perfecto, a Rica Comida Rusa Por Pedido que siempre está presente, a Trippelheim Hidromiel Artesanal que llenó nuestro botellón de cristal para brindar por la vida y el inicio de un año mejor, a La Pé Patisserie que cocinó kilos de matrioshkas, glaseadas y pintadas, una por una, para poner en los arbolitos, a Gustavo García Melieni que con todo su amor y amistad tomó decenas de fotos y sostuvo, con su mirada, mi cadera rotita y a Iván Turguéniev que, con su obra, me inspiró a crear un hijo más de esta DaCha, del que estoy orgullosa. Hasta que tengamos las imágenes del evento, le robo algunas a Miru Pozzo (Miru qué suerte que subís las fotos «on the spot»!). Hasta el próximo Té Literario. Los quiero mucho. Gabriela
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TÉ LITERARIO – AGUAS DE PRIMAVERA – ÚLTIMO CHAEPÍTIE DEL AÑO
domingo, diciembre 1st, 2013HOY, GRAN TÉ LITERARIO, HOY, OY, OY, OY!
sábado, noviembre 30th, 2013Preparando todo, todito para nuestro Té Literario. A los amigos dacheros que van, los espero 15 minutos antes de que el reloj marque las 4 de la tarde (que en punto, empezamos), en La Biblioteca -Marcelo T. de Alvear 1155-. Tenemos tanto por compartir, que espero no tener que brindar en la Plaza Libertad!
BLOMSTENE I NYVEIEN
domingo, noviembre 24th, 2013
Hermosa tarde de primavera. Hay quienes salen a andar en bicicleta, se van de compras, se trasladan en caravana a los clubes de campo. A mí, nada me saca más las penas que la música y un poco de alquimia. Canto, me curo las heridas, pienso, vuelo con la imaginación, escribo, mezclo hebras, enlato, etiqueto, revivo en las tripas el perfume de las peonías sobre la almohada de Nyveien… El amor que recibí es el amor que entrego cada vez que juego a hacer magia en la dacha. Disfruten de este hermoso fin de semana, preparen y compartan muchas chashki chayu, muchas tazas de té.
~Hagan click sobre la imagen. No se van a arrepentir.~ Perfume de flores, de Piotr Frolov
SOMOS BICHOS DE PRIMAVERA
lunes, noviembre 18th, 2013
Somos bichos de primavera, no hay nada que hacer. Recién llegadas, mis pequeñas rosas robadas, para mezclar con los más ricos tés. Y una poesía del magnífico Ruben Darío que, creo, ya les ofrecí… pero qué importa! Acaso la primavera no regresa cada año? Otra vez, toda la casa huele a rosas y té.
DIVAGACIÓN (Tigre Hotel, diciembre de 1894)
¿Vienes? Me llega aquí, pues que suspiras,
un soplo de las mágicas fragancias
que hicieron los delirios de las liras
en las Grecias, las Romas y las Francias.
¡Suspira así! Revuelen las abejas
al olor de la olímpica ambrosía
en los perfumes que en el aire dejas;
y el dios de piedra que despierte y ría.
Y el dios de piedra que despierte y cante
la gloria de los tirsos florecientes
en el gesto ritual de la bacante
de rojos labios y nevados dientes;
en el gesto ritual que en las hermosas
ninfalias guía a la divina hoguera,
hoguera que hace llamear las rosas
en las manchadas pieles de pantera.
Y pues amas reir, ríe y la brisa
lleve el son de los líricos cristales
de tu reir, y haga temblar la risa
la barba de los Términos joviales.
Mira hacia el lado del boscaje, mira
blanquear el muslo de marfil de Diana,
y después de la Virgen, la Hetaíra
diosa, su blanca, rosa y rubia hermana,
pasa en busca de Adonis; sus aromas
deleitan a las rosas y los nardos:
síguela una pareja de palomas,
y hay tras ella una fuga de leopardos.
¿Te gusta amar en griego? Yo las fiestas
galantes busco, en donde se recuerde,
al suave son de rítmicas orquestas
la tierra de la luz y el mirto verde.
(Los abates refieren aventuras
a las rubias marquesas. Soñolientos
filósofos defienden las ternuras
del amor, con sutiles argumentos,
mientras que surge de la verde grama,
en la mano el acanto de Corinto,
una ninfa a quien puso un epigrama
Beuamarchais, sobre el mármol de su plinto.
Amo más que la Grecia de los griegos
la Grecia de la Francias, porque en Francia,
al eco de las Risas y los Juegos
su más dulce licor Venus escancia.
Demuestran más encantos y perfidias,
coronadas de flores y desnudas,
las diosas de Clodión que las de Fidias;
unas cantan francés, otras son mudas.
Verlaine es más que Sócrates; y Arsenio
Houssaye supera al viejo Anacreonte.
En París reinan el Amor y el Genio:
ha perdido su imperio el dios bifronte.
Monsieur Prudhomme y Homais no saben nada.
Hay Chipres, Pafos, Tempes y Amatuntes,
donde al amor de mi madrina, un hada,
tus frescos labios a los míos juntes).
Sones de bandolín. El rojo vino
conduce un paje rojo. ¿Amas los sones
del bandolín y un amor florentino?
Serás la reina en los decamerones.
(Un coro de poetas y pintores
cuenta historias picantes. Con maligna
sonrisa alegre aprueban los señores
Clelia enrojece. Una dueña se signa).
¿O un amor alemán -que no han sentido
jamás los alemanes-? La celeste
Gretchen; claro de luna; el aria; el nido
del ruiseñor; y en una roca agreste,
la luz de nieve que del cielo llega
y baña a una hermosura que suspira
la queja vaga que a la noche entrega
Loreley en la lengua de la lira.
Y sobre el agua azul el caballero
Lohengrín; y su cisne, cual si fuese
un cincelado témpano viajero,
con su cuello enarcado en forma de S.
Y del divino Enrique Heine un canto,
a la orilla del Rhin; y del divino
Wolfang la larga cabellera, el manto;
y de la uva teutona, el blanco vino
O amor lleno de sol, amor de España
amor lleno de púrpuras y oros:
amor que da el clavel, la flor extraña
regada con la sangre de los toros;
flor de gitanas, flor que amor recela.
amor de sangre y luz, pasiones locas;
flor que trasciende a clavo y a canela,
roja cual las heridas y las bocas.
¿Los amores exóticos acaso?…
Como rosa de Oriente me fascinas:
me deleitan la seda, el oro, el raso.
Gautier adoraba a las princesas chinas.
¡Oh bello amor de mil genuflexiones:
torres de kaolín, pies imposibles,
tazas de té, tortugas y dragones,
y verdes arrozales apacibles!
Ámame en chino, en el sonoro chino
de Li-Tai-Pe. Yo igualaré a los sabios
poetas que interpretan el destino;
madrigalizaré junto a tus labios.
Diré que eres más bella que la luna:
que el tesoro del cielo es menos rico
que el tesoro que vela la importuna
caricia de marfil de tu abanico.
Ámame, japonesa, japonesa
antigua, que no sepa de naciones
occidentales; tal una princesa
con las pupilas llenas de visiones,
que aun ignorase en la sagrada Kioto,
en su labrado camarín de plata
ornado al par de crisantemo y loto
la civilización de Yamagata.
O con amor hindú que alza sus llamas
en la visión suprema de los mitos,
y hace temblar en misteriosas bramas
la iniciación de los sagrados ritos,
en tanto mueren tigres y panteras
sus hierros, y en los fuertes elefantes
sueñan con ideales bayaderas
los rajahs, constelados de brillantes.
O negra, negra como la que canta
en su Jerusalén el rey hermoso,
negra que haga brotar bajo su planta
la rosa y la cicuta del reposo…
Amor, en fin, que todo diga y cante,
amor que encante y deje sorprendida
a la serpiente de ojos de diamante
que está enroscada al árbol de la vida.
Ámame así, fatal cosmopolita,
universal, inmensa, única, sola
y todas; misteriosa y erudita:
ámame mar y nube, espuma y ola.
Sé mi reina de Saba, mi tesoro;
descansa en mis palacios solitarios.
Duerme. Yo encenderé los incensarios.
Y junto a mi unicornio cuerno de oro,
tendrán rosas y miel tus dromedarios.
UNA PAUSA EN LA JORNADA
sábado, noviembre 9th, 2013Hermoso sábado para blendear con los frutos de la tierra. Manos a la obra, que aún queda medio día!!!
Almuerzo en la producción de heno a principios de siglo XX de Andrei Petrovich Lyakh. El artista retrató vívidamente lo que sucedía, tomó la esencia de la vida y la naturaleza de su país. Aquí pueden ver diferentes escenas: el abuelo les dice a los niños algo interesante, sin duda ilustrativo; un poco más a la derecha, un hombre adulto escuchando al abuelo, pensando en la naturaleza de las cosas y una mujer con el amor y la alegría de criar a una pequeña nena. Adelante, un hombre joven elogiando a una mujer y, a la distancia se encuentra otra mujer (probablemente su esposa) que está, claramente, prestando atención a su conversación; junto a ella, un hombre mayor de gorra (podría ser su suegro), a quien tampoco le gusta la conversación de su hijo con una belleza rústica. En el fondo, dos mujeres jóvenes secreteando; junto a ellas hay un hombre: una de las mujeres vierte agua sobre sus manos y la otra lo espera con una toalla. A la izquierda una nena, con un ramo de flores silvestres al lado de sus padres y, posiblemente, su hermano, que acaricia un perro, acercándose a la improvisada mesa sobre el pasto. Una mesa llena de comida deliciosa: vareniki, pepinillos, frutas… No veo el té. El té debe esperarlos en las dachas. ♥
Obra de hoy: Обед на сенокосе в начале XX века. Андрея Петровича Лях.
AGUAS DE PRIMAVERA – IVÁN TURGUÉNIEV – CAPÍTULO 32
jueves, octubre 31st, 2013
Maia y Kolya y unos prianiki para el Capítulo 32 de nuestra novelita. Buenas noches, queridas dachitas.
AGUAS DE PRIMAVERA – IVÁN TURGUÉNIEV – CAPÍTULO 32
La encontró en la tienda con su madre. Frau Lenore, inclinada hacia delante, estaba midiendo la distancia entre las ventanas con un metro de carpintero. Al ver a Sanin, se enderezó y lo saludó sonriente, aunque con un poco de cortedad.
—Desde lo que me dijo usted ayer, no hago más que devanarme los sesos pensando en los medios de embellecer nuestra tienda. Creo que convendría poner aquí dos armaritos con espejos. ¿Sabe usted? Eso está ahora de moda. Y además…
—Muy bien, muy bien; —interrumpió Sanin —habrá que pensar en todo eso… Pero, venga usted acá; tengo que decirle una cosa.
Dio el brazo a las dos damas y las condujo a la trastienda. Frau Lenore, intranquila, dejó caer el metro que tenía en la mano. A Gemma le faltaba poco para alarmarse también, pero se tranquilizó al mirar a Sanin con más atención. Su rostro, aunque preocupado, expresaba resolución y una especie de audacia alegre. Rogó a las dos mujeres que se sentaran y él permaneció de pie ante ellas. Con muchos ademanes, desgreñado el pelo, se lo contó todo: su encuentro con Pólozov, su proyectado viaje a Wiesbaden, la posibilidad de vender su hacienda, exclamando por último:
—¡Imagínense mi felicidad! El asunto ha tomado tal giro que acaso no tenga ni aun necesidad de ir a Rusia, y podremos celebrar la boda mucho más pronto de lo que suponía.
—¿Cuándo te marchas? —preguntó Gemma.
—Hoy, dentro de una hora; mi amigo tiene coche y me lleva consigo.
—¿Nos escribirás?
—Enseguidita… En cuanto hable con esa señora, tomaré la pluma.
—¿Dice usted que es rica esa señora? —preguntó Frau Lenore, siempre práctica.
—Inmensamente… Su padre era millonario y se lo dejó todo.
—¿Todo? ¿A ella solita? Vamos, tiene usted buena sombra. Sólo que ¡mucho ojo! no venda usted sus tierras muy baratas; sea razonable y firme. ¡No se deje usted arrebatar! Comprendo sus deseos de casarse con Gemma lo antes posible, pero ante todo, ¡prudencia! No lo olvide: cuanto más cara venda su finca, más dinero habrá para los dos… y para vuestros hijos.
Gemma volvió la cabeza, y Sanin empezó otra vez con sus ademanes.
—Puede usted, Frau Lenore, confiar en mi prudencia. Aparte de que no voy a entrar en regateos. Diré el precio justo; si me lo da, muy bien, y si no, ¡vaya bendita de Dios!
—¿Conoces a esa señora? —preguntó Gemma.
—En mi vida la he visto.
—¿Y cuándo volverás?
—Si no se arregla el negocio, vuelvo pasado mañana; pero si todo va bien, tal vez tenga que estar uno o dos días más. En todo caso, no perderé un minuto. ¡Dejo aquí mi alma, bien lo sabes…! Pero me voy a retrasar hablando con ustedes, y aún tengo que pasar por casa antes de partir. Deme usted la mano, Frau Lenore, para darme buena suerte: es costumbre nuestra en Rusia.
—¿La derecha o la izquierda?
—La izquierda, la mano del corazón. Vuelvo pasado mañana… ¡con el escudo o sobre el escudo! Algo me dice que vendré vencedor. Adiós, mis buenas, mis queridas amigas…
Abrazó a Frau Lenore, y rogó a Gemma que pasase con él a su cuarto un minuto, porque tenía que comunicarle una cosa importantísima… Quería sencillamente despedirse de ella a solas. Frau Lenore lo comprendió, y no tuvo la curiosidad de preguntar qué asunto tan importante era aquel…
Sanin no había entrado nunca en el dormitorio de Gemma. Todo el encanto del amor, todos sus ardores, su entusiasmo, su dulce temor, todo ello brotó y se derramó en su alma nada más trasponer los umbrales de aquel sagrado recinto… Paseó en torno suyo una mirada enternecida, cayó a los pies de la hechicera joven y escondió el rostro entre los pliegues de su falda…
—¿Eres mío? —murmuró la joven —¿Volverás pronto?
—Tuyo soy, volveré… —repitió él, palpitante.
—Te espero, mi bien amado.
Instantes después estaba Sanin en la calle para irse a su fonda. Ni siquiera reparó en que Pantaleone, más desgreñado que nunca, se había precipitado en seguimiento suyo desde el quicio de la confitería, gritándole alguna cosa, y, al parecer, amenazándolo con el brazo levantado.
A la una menos cuarto en punto, entró Sanin en el alojamiento de Pólozov. Su coche, tirado por cuatro caballos, estaba ya a la puerta de la fonda. Al ver a Sanin, se limitó Pólozov a decir:
—¡Ah! ¿Te has decidido?
En seguida se puso el sombrero, el abrigo y los chanclos, se metió algodón en las orejas, aunque era pleno verano, y se dirigió al pórtico. Obedientes a sus órdenes, los mozos de la fonda colocaron sus numerosas compras dentro del carruaje, rodearon de almohadoncitos, de sacos de mano y de paquetes el asiento que iba a ocupar, pusieron a los pies un cesto de víveres y ataron una maleta en el pescante. Pólozov les pagó con largueza; y sostenido respetuosamente por detrás por el oficioso portero, logró entrar en el coche gimoteando, tomó asiento, apretó y amontonó muy cómodamente todo lo que lo rodeaba, eligió un tabaco y lo encendió. Sólo entonces hizo una seña con el dedo a Sanin, como invitándolo.
—¡Vamos, sube tú también!
Sanin se colocó junto a él. Por conducto del portero, Pólozov ordenó al cochero que fuese a buen paso, si quería ganarse una buena propina; resonó el estribo al doblarse, se cerró con estrépito la portezuela, y el coche empezó a rodar.
ANNA KARENINA – PRIMERA PARTE – CAPÍTULO 23
jueves, mayo 2nd, 2013Kitty y Vronsky dieron algunas vueltas de vals. Luego Kitty se acercó a su madre y tuvo tiempo de cambiar algunas palabras con Nordston antes de que Vronsky fuese a buscarla para la primera contradanza.
Mientras bailaban no hablaron nada particular. Vronsky hizo un comentario humorístico de los Korsunsky, a los que describía como unos niños cuarentones; luego charlaron del teatro que iba a abrirse al público próximamente. Sólo una frase llegó al alma de Kitty y fue cuando el joven le habló de Levin, asegurándole que había simpatizado mucho con él y preguntándole si continuaba en Moscú. De todos modos, Kitty no esperaba más de aquella contradanza. Lo que aguardaba con el corazón palpitante era la mazurca, pensando que todo había de decidirse en ella. No la inquietó que él, durante la contradanza, no la invitara para la mazurca. Estaba segura de que bailaría con él, como siempre y en todas partes y así rehusó cinco invitaciones de otros tantos caballeros, diciéndoles que ya la tenía comprometida.
Hasta la última contradanza, el baile transcurrió para ella como un sueño encantador, lleno de brillantes colores, de sones, de movimiento. Danzó sin interrupción, menos cuando se sentía cansada y rogaba que la dejasen descansar.
Durante la última contradanza con uno de aquellos jóvenes que tanto la aburrían pero con los que no podía negarse a bailar, se encontró frente a frente con Anna y Vronsky. No había visto a Anna desde el principio del baile y ahora, le pareció otra vez nueva e inesperada. La veía con aquel punto de excitación, que conocía tan bien, producida por el éxito.
Anna estaba ebria del licor del entusiasmo; Kitty lo veía en el fuego que, al bailar, se encendía en sus ojos, en su sonrisa feliz y alegre, que rasgaba ligeramente su boca, en la gracia, la seguridad y la ligereza de sus movimientos.
–«¿Por qué estará así?», se preguntaba Kitty. «¿Por la admiración general que despierta o por la de uno solo?» Y sin escuchar al joven, que trataba en vano de reanudar la conversación interrumpida y, obedeciendo maquinalmente a los gritos alegremente imperiosos de Korsunsky a los que bailaban: «Ahora en grand rond, en chaîne», Kitty observaba a la pareja cada vez con el corazón más inquieto.
«No; Anna no se siente animada por la admiración general, sino por la de uno. ¿Es posible que sea por la de él?»
Cada vez que Vronsky hablaba con Anna, los ojos de ésta brillaban y una sonrisa feliz se dibujaba en sus labios. Parecía como si se esforzara en reprimir aquellas señales de alegría y como si ellas aparecieran en su rostro contra su voluntad. Kitty se preguntó qué sentiría él y al mirarle, quedó horrorizada. Los sentimientos del rostro de Anna se reflejaban en el de Vronsky. ¿Qué había sido de su aspecto tranquilo y seguro y de la despreocupada serenidad de su semblante? Cuando ella le hablaba, inclinaba la cabeza como para caer a sus pies y en su mirada había una expresión de temblorosa obediencia. «No quiero ofenderla – parecía decirle con aquella mirada–; sólo deseo salvarme, y no sé cómo…» El rostro de Vronsky transparentaba una expresión que Kitty no había visto jamás en él.
Aunque su charla era trivial, pues hablaban sólo de sus mutuas amistades, a Kitty le parecía que en ella se estaba decidiendo la suerte de ambos y de sí misma. Y era el caso que, a pesar de que en realidad hablaban de lo ridículo que resultaba Iván Ivanovich hablando francés o la posibilidad de que la Elezkaya pudiera hallar un partido mejor, Anna y Vronsky tenían, como Kitty, la impresión de que aquellas palabras estaban para ellos llenas de sentido. Sólo gracias a su rígida educación, pudo contenerse y proceder según las conveniencias, danzando, hablando, contestando, hasta sonriendo.
Pero, al empezar la mazurca, cuando empezaron a colocarse en su lugar las sillas y algunas parejas se dirigieron desde las salas pequeñas al salón, Kitty se sintió horrorizada y desesperada. Después de rehusar cinco invitaciones, ahora se quedaba sin bailar. Hasta podía ocurrir que no la invitasen, porque dado el éxito que tenía siempre en sociedad, a nadie podía ocurrírsele que careciese de pareja. Era preciso que dijese a su madre que se encontraba mal e irse a casa. Pero se sentía tan abatida que le faltaban las fuerzas para hacerlo.
Entró en el saloncito y se dejó caer en una butaca. La vaporosa falda de su vestido se hinchó como una nubecilla rodeándola; su delgado, suave y juvenil brazo desnudo se hundió entre los pliegues del vestido rosa; en la mano que le quedaba libre sostenía un abanico y con movimientos rápidos y breves daba aire a su encendido rostro. A pesar de su aspecto de mariposa posada por un instante en una flor, agitando las alas y pronta a volar, una terrible angustia inundaba su corazón.
«¿Y si me equivocase, si no hubiera nada?», se decía, recordando de nuevo lo que había visto.
–¡Pero Kitty! No comprendo lo que te pasa –dijo la condesa Nordston, que se había acercado caminando sobre la suave alfombra sin hacer ruido.
A Kitty le tembló el labio inferior y se puso en pie precipitadamente.
–¿No bailas la mazurca, Kitty?
–No –repuso con voz trémula de lágrimas.
–Él la invitó ante mí a bailar la mazurca –dijo la Nordston, sabiendo muy bien que a Kitty le constaba a quién se refería–. Y ella le preguntó si no bailaba con la princesita Scherbazky.
–Me es igual –contestó Kitty.
Nadie comprendía mejor que ella su situación, pues nadie sabía que el día anterior había rechazado al hombre a quien acaso amaba y lo había rechazado por éste.
La Nordston buscó a Korsunsky, con quien tenía comprometida la mazurca, y le rogó que invitase a Kitty en lugar suyo.
Por fortuna, Kitty no hubo de hablar mucho, porque Korsunsky, como director de baile, había de ocuparse continuamente en la distribución de las figuras y correr sin cesar de una parte a otra dando órdenes. Vronsky y Anna estaban sentados casi enfrente de Kitty. Los veía de lejos y los veía de cerca, según se alejaba o se acercaba en las vueltas de la danza, y cuanto más los miraba, más se convencía de que su desdicha era cierta. Kitty notaba que se sentían solos en aquel salón lleno de gente y en el rostro de Vronsky, siempre tan impasible y seguro, leía ahora aquella expresión de humildad y de temor que tanto la había impresionado, que recordaba la actitud de un perro inteligente que se siente culpable.
Anna sonreía y le comunicaba su sonrisa. Si se ponía pensativa, se veía triste a él. Una fuerza sobrenatural hacía que Kitty dirigiese los ojos al rostro de Anna. Estaba hermosísima en su sencillo vestido negro; hermosos eran sus redondos brazos, que lucían preciosas pulseras, hermoso su cuello firme adornado con un hilo de perlas, bellos los rizados cabellos de su peinado algo desordenado, suaves eran los movimientos llenos de gracia de sus pies y manos diminutos, bella la animación de su hermoso rostro. Pero había algo terrible y cruel en su belleza.
Kitty la miraba más subyugada todavía que antes y cuanto más la miraba más sufría. Se sentía anonadada, y en su semblante se dibujaba una expresión tal de abatimiento que cuando Vronsky se encontró con ella en el curso del baile tardó un momento en reconocerla, de tan desfigurada como se le apareció en aquel momento.
–¡Qué espléndido baile! –dijo él, por decir algo.
–Sí –contestó Kitty.
Durante la mazurca, Anna, al repetir una figura imaginada por Korsunsky, salió al centro del círculo, escogió dos caballeros y llamó a Kitty y a otra dama. Al acercarse, Kitty levantó los ojos hacia ella, asustada. Anna la miró y le sonrió cerrando los ojos mientras le apretaba la mano. Pero al advertir en el rostro de Kitty una expresión de desesperación y de sorpresa por toda respuesta a su sonrisa, Anna se volvió de espaldas a ella y empezó a hablar alegremente con otra señora. «Sí, sí –se dijo Kitty–, hay en ella algo extraño, hermoso y a la vez diabólico.»
Anna no quería quedarse a cenar, pero el dueño de la casa insistió.
–Ea, Anna Arkadievna –dijo Korsunsky, tomando, bajo la manga de su frac, el brazo desnudo de Anna–. Tengo una idea magnífica para el cotillón. Un bijoux.
Y comenzó a andar, haciendo ademán de llevársela, mientras el dueño de la casa le animaba con su sonrisa.
–No me quedo –repuso Anna, sonriente. Y, a pesar de su sonrisa, los dos hombres comprendieron en su acento que no se quedaría.
–He bailado esta noche en Moscú más que todo el año en San Petersburgo y debo descansar antes de mi viaje –añadió Anna, volviéndose hacia Vronsky, que estaba a su lado.
–¿Se va decididamente mañana? –preguntó Vronsky.
–Sí, seguramente –respondió Anna, como sorprendida de la audacia de tal pregunta.
Su sonrisa y el fuego de su mirada, cuando le contestó, abrasaron el alma de Vronsky.
Anna Arkadievna se fue, pues, sin quedarse a cenar.
Cumplir años: el lugar en donde confluyen Pasado, Presente y Futuro
viernes, abril 19th, 2013Toda la noche, dando vueltas entre las sábanas, un hombre por fin apoya su cabeza sobre el pecho de su más querida. Escucha la oscuridad total, escucha la respiración de ella y se imagina que es el primer viento de la temporada. Incapaz de dormir, su cuerpo es el bosque a través del cual ese viento se arremolina. Pronto toma conciencia del corazón. Su latido lento evoca a alguien que emprende un viaje. Piensa en pasos, luego en el lento giro rítmico de ruedas sobre una autopista. Si sigue por ese camino, podría llevarlo a un abismo enorme, un lugar seco de buitres y rocas rotas. O, tal vez, continúa, se extiende a través de los años, conduce a una gran pradera. Del otro lado, hay una pequeña dacha donde él y su esposa son muy viejos. Se sientan juntos en el porche, bebiendo té y la luna se mece, como una linterna de papel, sobre la casita.
Pero, por ahora, el hombre se ha dormido. Ese camino desaparece ya y uno nuevo se va formando.
O esto ya pasó. O pasará.
(Lo que sabemos del futuro – Mathew Olzmann)
Cumpleaños de Kolya, listo. Compras, torta, artesanías, té, todo a tiempo. Duele el cuerpo pero se regociga con la satisfacción del deber cumplido, sabiendo que mañana, el príncipe de 7 años, festejará la vida, su vida. Y nosotros también. Me despido de ustedes, por hoy, para sumergirme en el profundo descanso que nos lleva a los mundos y las dimensiones paralelas, con mi vaso de té blanco y LO QUE SABEMOS DEL FUTURO, un relato de Mathew Olzmann.
Perlita: no se pierdan las ilustraciones de Anna Silivonchik, que son pura imagen onírica. ♥ Buenas noches, dachas del mundo.
BAI MU DAN
jueves, febrero 28th, 2013 También conocido como Pai Mu Tan, Bai Mu Dan o White Peony, esta variedad es una excelente introducción al té blanco. El tono cobre del licor es un placer para la vista y tiene un cuerpo sutil que lo hace muy fácil de beber. Su aroma nos transporta al verdor fresco y a las frutas del bosque. Con un suave final que recuerda a la grosella negra o a la ciruela, Pai Mu Tan es uno de los tés blancos más populares en el mundo por su cálida y delicada dulzura y su riqueza de aromas y sabores.
De la familia de teales Dai Bai, en el Este de Fujian se usa el Dai Bai Fuding y en el Norte, el Dai Bai Zhenghe. La diferencia de rendimiento de estos cultivares nos da dos estilos distintos de este té: el Fuding y el Zhenghe, respectivamente.
Los brotes son marchitados al sol durante un período prolongado -de uno a tres días- y luego apilados entre media y tres horas, para lograr una muy leve oxidación, durante la cual las enzimas de las hojas interactúan con otros componentes de las mismas formando nuevos productos que son los que le dan al Bai Mu Dan su carácter, sabor y aroma tan especiales.
Luego, las hojas se cuecen para secarlas y embalarlas. Todo el proceso se realiza por medio de una manipulación muy delicada y cuidadosa para evitar romper las paredes celulares de las hojas y, así, impedir la oxidación de las mismas, lo cual comprometería la calidad del té.
Muy, muy recomendable, en DaCha, probalo en el precioso SWEET HEATHER.
SWEET HEATHER
sábado, febrero 23rd, 2013Cuenta una antigua leyenda nórdica, que cuando los dioses hicieron al mundo, miraron las laderas desnudas y estériles, y pensaron en lo agradable que sería cubrirlas con alguna especie de hermoso árbol o flor. Entonces, recurrieron al Roble gigante, el más grande y fuerte de todos los árboles que habían hecho y le preguntaron si estaría dispuesto a ir hasta las colinas desnudas para ayudar a hacerlas más atractivas. Pero el roble les explicó que necesitaba una buena profundidad de suelo para crecer y que las laderas eran demasiado rocosas para que echara raíces.
Así que los dioses dejaron al roble y se volvieron hacia la Madreselva, con su hermosa flor de color amarillo y su bella y dulce fragancia. Preguntaron a la madreselva si le molestaría crecer en las colinas y difundir su belleza y fragancia por las áridas laderas. Pero la madreselva explicó que necesitaba un muro o una cerca o incluso otra planta en la que apoyarse y que, por esa razón, sería casi imposible para ella crecer en las montañas.
Los dioses viraron hacia una de las más dulces y hermosas de todas las flores: la Rosa. Le preguntaron a la rosa si le importaría agraciar las altas tierras escarpadas con su esplendor. Pero la rosa explicó que el viento, la lluvia y el frío en las colinas la destruirían, por lo que no sería capaz de crecer en las ellas.
Decepcionados con el roble, la madreselva y la rosa, los dioses se retiraron. Finalmente, se encontraron con un pequeño arbusto verde, de baja estatura, con flores de pétalos diminutos, algunas púrpura y algunas blancas. Era Heather.
Los dioses le hicieron la misma pregunta que les habían hecho a los demás. «¿Irías a crecer a las laderas de las colinas para hacerlas más hermosas?»
Heather pensó acerca de la pobreza del suelo, el viento y la lluvia y no estaba muy segura de poder hacer un buen trabajo. Pero se volvió hacia los dioses y respondió que si ellos deseaban que lo hiciera, ella lo intentaría.
Los dioses se pusieron muy contentos.
Estaban tan contentos, que decidieron darle a Heather algunos regalos, en recompensa por su buena disposición.
En primer lugar le dieron la fuerza del roble – la corteza de Heather es más fuerte que la de cualquier árbol o arbusto en todo el mundo.
A continuación, le dieron la fragancia de la madreselva – una fragancia que se utiliza con frecuencia por su delicadeza.
Finalmente, le dieron la dulzura de la rosa – tanto es así que Heather es una de las flores favoritas de las abejas.
Y hasta hoy, Heather es conocida, fundamentalmente, por estos tres dones.
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Heather es nativa de las regiones de Irlanda, Escocia, Escandinavia, Rusia y América del Norte. Es conocida por su resistencia y su habilidad para prosperar en zonas de suelos pobres, rocosos y temperaturas extremas. Por esta razón, jugó un importante papel histórico en la vida diaria, ya que fue utilizada como paja para techos, ropa de cama, combustible y fabricación de escobas, canastas, cuerdas y redes de pescadores. En Irlanda y Escocia se utiliza para hacer Heather Ale. También se usa en infusiones, como diurético, antiséptico, astringente y desinfectante, contra resfríos, infecciones urinarias y fortalecimiento de la estructura ósea.
Probá el SWEET HEATHER de Dacha. Té blanco Pai Mu Tan y flores de Heather de Rusia. Ideal para tomarlo solo, en comunión con el propio ser y… secreto? queda muy bien con chocolate blanco!