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AGUAS DE PRIMAVERA – IVÁN TURGUÉNIEV – CAPÍTULO 15

lunes, octubre 7th, 2013

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Perdón por la demora, dachas lectoras y compañeras. Día arduo de trabajo pero con la satisfacción del deber cumplido. Con mi taza de Alma de noruega y el Capítulo 15 de Aguas de primavera, me despido hasta mañana. Que lo disfruten.

AGUAS DE PRIMAVERA – IVÁN TURGUÉNIEV – CAPÍTULO 15

Soden es un pueblecito situado a media hora de Francfort, en un paraje delicioso, en las faldas del Taunus. Entre nosotros, los rusos, es un lugar famoso por sus aguas minerales, eficaces en las enfermedades del pecho, según se asegura. Los francfortenses nunca van allí sino de excursión, porque Soden posee un magnífico parque y Wirtschaft(1), donde puede tomarse café y cerveza a la sombra de los tilos y de los arces.

El camino de Francfort a Soden, bordeado de árboles frutales, costea la margen derecha del Main. Mientras el coche rodaba tranquilamente por aquel espléndido camino, Sanin observaba a hurtadillas cómo se comportaba Gemma con su prometido. Era la primera vez que los veía juntos. La actitud de la joven era serena y sencilla, pero un poco más reservada y seria que de costumbre; Klüber tenía el porte de un superior indulgente que se permite a sí mismo, y permite a su subordinado, un placer discreto y de buen tono. Sanin no observó en él ninguna particular atención para con Gemma, nada de lo que los franceses llaman empressement (obsequiosidad). Evidentemente, Herr Klüber consideraba el asunto cosa hecha, y no veía ningún motivo para molestarse y hacerse el galán; en cambio, su condescendencia no lo abandonaba un minuto, y hasta en el largo paseo que dieron antes de comer, más allá de Soden, por montañas y valles frondosos, mientras saboreaba las bellezas de la naturaleza, el alemán miraba el paisaje con aquel invariable aire de indulgencia a través del cual se traslucía, de vez en cuando, la severidad natural de un superior. Así, hizo notar que cierto riachuelo corría demasiado en línea recta, en vez de dar pintorescos rodeos; hasta desaprobó la conducta de un pinzón que variaba muy poco su canto. Gemma no se aburría, y, al parecer, hasta experimentaba satisfacción. Sin embargo, Sanin no encontraba ya en ella la Gemma del día anterior, y no porque la más leve sombra oscureciese su hermosura —nunca había estado más resplandeciente—, sino porque su alma parecía haberse escondido en lo más recóndito de su ser. Elegantemente enguantada y con la sombrilla abierta en la mano, andaba con aplomo, sin apresurarse, como hacen las señoritas bien educadas, y hablaba poco. Emilio tampoco se encontraba a sus anchas, y Sanin aún menos. Una de las cosas que contribuían a molestarla era que la conversación se sostuvo todo el tiempo en alemán.

Sólo Tartaglia estaba eufórico. Corría dando furiosos ladridos tras de los tordos que levantaba al paso; saltaba las zanjas, los tocones y por encima de las raíces; se tiraba al agua de un brinco, bebiéndola con avidez; se sacudía, gimoteaba, luego salía disparado como una flecha, colgante su lengua roja. Por su parte, Herr Klüber hacía todo lo que estimaba necesario para divertir a la sociedad. Invitó a sus compañeros a sentarse a la sombra de un copudo roble y, sacando del bolsillo un librito titulado Knallerbsen, oder du sollst und wirst lachen! (Petardos, o ¡Debes reírte y te vas a reír!), se creyó en el caso de leer los escogidos chascarrillos de que estaba lleno ese libro. Leyó una docena sin provocar mucha alegría. Sólo Sanin, por urbanidad, enseñaba los dientes. En cuanto a Herr Klüber, después de cada anécdota, dejaba oír una risita de pedagogo, sombreada como siempre por un tinte de condescendencia. Hacia mediodía volvieron todos a Soden, al mejor restaurante de la comarca.

Se trataba de disponer la comida.

Herr Klüber propuso realizar este acto en un pabellón cerrado por todas partes, im Gartensalon; pero Gemma se sublevó de pronto, y dijo que no comería sino al aire libre, en el jardín, en una de las mesitas colocadas a la puerta del restaurante; y explicó que le aburría ver siempre las mismas caras, y que deseaba poder contemplar otras. Varios grupos de recién llegados se habían sentado ya alrededor a esas mesitas.

Mientras Klüber, sometiéndose con condescendencia «al capricho de su prometida», iba a entenderse con el maître(2), Gemma permaneció de pie, inmóvil, con los ojos bajos y los labios apretados; sentía que Sanin no apartaba de ella la mirada, casi interrogadora, y se hubiera dicho que eso le causaba enfado. Por fin regresó Klüber, anunciando que la comida estaría lista dentro de media hora, y propuso jugar una partida de bolos mientras tanto.

-Eso es muy bueno para abrir el apetito, ¡je, je, je! -añadió.

Jugaba a los bolos magistralmente; al arrojar las bolas, adoptaba posturas arrogantes, presumía de la musculatura de los brazos y piernas y se balanceaba con gracia en un pie. Era un atleta en su género; estaba sólidamente configurado. Y luego, ¡eran tan blancas, tan bellas, sus manos! ¡Y se las enjugaba con tan rico fular(3) de la India, con flores de color amarillo oro!

Llegó la hora de comer, y toda la compañía se sentó a la mesa.

(1) En alemán: Especie de cantina.
(2) En francés: Maître d’hôtel, empleado que preside el servicio al público en un restaurante.
(3) Fular: Tela de seda muy fina, por lo general con dibujos estampados.

AGUAS DE PRIMAVERA – IVÁN TURGUÉNIEV – CAPÍTULO 14

viernes, octubre 4th, 2013

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Buenas noches, queridas dachas lectoras! Con el Capítulo 14 de Aguas de primavera y una tetera de Alma de noruega, me despido de ustedes hasta el lunes. Que tengan un lindísimo fin de semana, pónganse al día los rezagados y los recién llegados (vamos creciendo en número). No olviden reservarse el Sábado 30 de Noviembre para nuestro encuentro.

AGUAS DE PRIMAVERA – IVÁN TURGUÉNIEV – CAPÍTULO 14

Preciso es que digamos algunas palabras acerca del propio Sanin. En primer término, no era mal parecido: talle proporcionado, esbelto, facciones agradables aunque un poco indecisas, ojos azules, claros, de cariñosa expresión, cabellos con reflejos dorados, piel blanca y sonrosada, y, sobre todo, ese aire ingenuamente alegre, confiado, abierto, algo bobo a primera vista, en el cual antes se reconocía, sin esfuerzo, a los hijos de los nobles de la estepa, los «hijos de familia», los jóvenes de buena casta, nacidos y engordados al aire libre en las inmensas extensiones esteparias; bonito andar, un poco vacilante, leve ceceo al hablar, una sonrisa infantil en cuanto lo miraban…, en fin, todo él rebosaba lozanía, buen humor, salud, molicie y más molicie: tal era Sanin de cuerpo entero. Además, no estaba desprovisto de talento ni de instrucción. Había conservado su candor, a pesar de su viaje al extranjero; para él eran casi desconocidos los sentimientos tumultuosos que perturbaban a los mejores jóvenes de aquel tiempo.

En nuestros días, después de una minuciosa búsqueda de «hombres nuevos», nuestra literatura se ha puesto a producir tipos de jóvenes decididos a conservar su pureza, a conservarse frescos e intactos… cueste lo que cueste, frescos como las ostras que de Flensburgo llevan a San Petersburgo. Sanin no tenía nada de común con ellos: era naturalmente fresco. De compararlo con algo, hubiera sido menester hacerlo con un tierno manzano, de hojas rizadas, recién injertado, de nuestros huertos de las tierras negras, o, mejor aún, con un potro de tres años, nacido en las antiguas yeguadas «señoriales», bien cuidado y reluciente, uno de esos potros de patas mal desbastadas, que apenas empiezan a pasar la primera doma. Los que han encontrado a Sanin más tarde, baqueteado por la vida, perdida ya la flor de la juventud, esos han conocido a otro hombre.

Al día siguiente, aún estaba Sanin en la cama, cuando Emilio, vestido de fiesta, fragante de pomada capilar y con un junquillo en la mano, se metió de rondón en el dormitorio y anunció que Herr Klüber iba a llegar con el coche, que el día prometía ser magnífico, que todo estaba dispuesto en casa, pero que mamá no iba a ir, porque le había vuelto a dar la jaqueca de la víspera. Empezó a apurar a Sanin, asegurándole que no había un minuto que perder. En efecto, Herr Klüber encontró a Sanin arreglándose todavía. Llamó a la puerta, entró, inclinó y enderezó su noble talle, declaró hallarse dispuesto a esperar todo cuanto hiciera falta y tomó asiento, con el sombrero elegantemente apoyado en una rodilla. El guapo dependiente se había emperejilado y perfumado hasta lo imposible; cada uno de sus movimientos despedía intensa fragancia. Había venido en una hermosa carretela descubierta, un landó tirado por un tronco de mala estampa, pero de buena alzada y vigoroso. Un cuarto de hora después, Sanin, Klüber y Emilio se detenían triunfalmente ante la puerta de la confitería. La señora Roselli se negó a tomar parte en el paseo. Gemma quiso quedarse con su madre, pero esta misma la empujó al coche.

—No necesito a nadie, dormiré. —dijo —De buena gana hubiera enviado con ustedes a Pantaleone, pero se necesita alguien para atender a los clientes.

—¿Podemos llevarnos a Tartaglia?

—¿Por qué no?

Al punto Tartaglia se lanzó alegremente al pescante, y se instaló allí, relamiéndose. Se veía que estaba acostumbrado a hacerlo.

Gemma se había puesto un gran sombrero de paja con cintas pardas, cuyo borde bajaba por delante, resguardándole casi toda la cara de los rayos del sol. La línea de la sombra terminaba precisamente en la boca, brillaban sus labios con un encarnado suave y fino como los pétalos de la rosa de cien hojas, y sus dientes despedían cándidos reflejos como en los niños. Gemma tomó asiento en el fondo, junto a Sanin; Klüber y Emilio se sentaron frente a ellos. El pálido rostro de Frau Lenore apareció en una ventana; Gemma le hizo una señal de despedida con su pañuelo blanco, y el coche arrancó.

AGUAS DE PRIMAVERA – IVÁN TURGUÉNIEV – CAPÍTULO 13

jueves, octubre 3rd, 2013

e2 Harold Knight (English painter, 1874-1961) In the Spring
Tetera de Jazmines en el pelo para el Capítulo 13 de Aguas de primavera. Puro deleite. Hasta mañana.

AGUAS DE PRIMAVERA – IVÁN TURGUÉNIEV – CAPÍTULO 13

Sanin permaneció en la casa aun después de comer. No habían querido dejarlo marchar so pretexto de que hacía un calor horrible; y cuando el tiempo refrescó un poco, le propusieron salir al jardín a tomar el té, a la sombra de las acacias. Sanin aceptó; se sentía completamente dichoso. Las horas apacibles y de dulce monotonía de la vida guardan exquisitos goces, y se entregaba a ellos con deleite, sin pedir más al día de hoy, sin acordarse de la víspera, sin pensar en mañana. ¡Qué encanto sólo la presencia de una joven como Gemma! Iba a separarse de ella muy pronto, y quizás para siempre; pero mientras la misma barquita, como en los romances de Uhland(1), te mece por la corriente serena de la vida, ¡sé feliz, viajero, deléitate! ¡Feliz viajero! Todo le parecía amable y encantador.

Frau Lenore le propuso medirse con ella y Pantaleone al tressette(2), le enseñó este juego italiano poco complicado; le ganó ella algunos kreutzers, y él quedó entusiasmado con el juego. A petición de Emilio, Pantaleone obligó al perro Tartaglia a lucir todas sus habilidades: Tartaglia saltó por encima de un palo, «habló» (es decir, ladró), estornudó, cerró la puerta con el hocico, trajo a su amo una zapatilla vieja, y, por último, con un chacó(3) en la cabeza, representó al mariscal Bernadotte escuchando las mortales acusaciones que Napoleón le dirige por su traición. Naturalmente, Pantaleone era quien hacía de Napoleón, ¡y con suma fidelidad, a fe mía! Con los brazos cruzados sobre el pecho y un tricornio metido hasta las cejas, hablaba en tono seco y áspero en francés, ¡y en qué francés, Dios mío! Frente a su amo, sentado sobre las patas traseras, encogido y apretando la cola entre las patas, Tartaglia hacía guiños con aire humilde y confuso bajo la visera del chacó metido de través. De rato en rato, cuando Napoleón alzaba la voz, se erguía sobre las patas de atrás. «Fuori, traditori!»(4), exclamó, por último, Napoleón, olvidando, en el exceso de su cólera, que debía sostener hasta el fin su papel en francés; y Bernadotte huyó a todo correr y se metió debajo del diván, de donde salió casi enseguida ladrando alegre, como para hacer saber a todos que la función había concluido. Los espectadores se rieron mucho, y Sanin más que ninguno.

Gemma tenía una risa deliciosa, delicada, mezclada con unos gemidos muy graciosos… Sanin estaba en la gloria con aquella risa. Sentía un loco deseo de comérsela a besos por aquellos gemiditos.

Por fin llegó la noche. ¡Era ya hora de retirarse! Después de haberse despedido de todos y repetido a cada uno «hasta mañana» (incluso besó a Emilio), Sanin regresó a la fonda, llevando en el corazón la imagen de aquella joven, ora risueña, ora pensativa, ora apacible hasta la indiferencia, pero siempre encantadora. Sus hermosos ojos, a veces muy abiertos, brillantes y alegres como el día, otras, medio velados por las pestañas, oscuros y profundos como la noche, estaban tenazmente ante su vista, mezclándose con todas las demás imágenes, con todos los otros recuerdos.

En lo que no pensó ni una sola vez fue en Herr Klüber, en las razones que lo habían retenido en Francfort, en una palabra, en nada de cuanto lo había agitado la víspera.

(1) Ludwig Uhland (1787-1862), poeta lírico alemán.
(2) En italiano: Tresillo, cierto juego de naipes.
(3) Chacó: Prenda del uniforme militar, a manera de sombrero de copa sin alas y con visera, propia de la caballería ligera y aplicado después a tropas de otras armas.
(4) En italiano: ¡Fuera, traidores!

La imagen de hoy: En la primavera – Harold Knight (1874-1961)

AGUAS DE PRIMAVERA – IVÁN TURGUÉNIEV – CAPÍTULO 12

miércoles, octubre 2nd, 2013

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Capítulo cortito el 12 de Aguas de primavera. Pero lindo.
Aquí tenemos Old lavender 1932 en la tetera, para coronar la noche, después de cenar. Hasta mañana, dachas del mundo.
AGUAS DE PRIMAVERA – IVÁN TURGUÉNIEV – CAPÍTULO 12

A Gemma no le gustaba en absoluto Hoffmann, y hasta lo encontraba… aburrido. Todo lo que de nebuloso y fantástico tienen esos relatos del Norte no era comprensible para su naturaleza meridional y enteramente impregnada de sol. «¡Esos son cuentos de chiquillos!», afirmaba, no sin desdén. Se daba cuenta, vagamente, de que Hoffmann carece de poesía.

Sin embargo, le gustaba mucho uno de aquellos cuentos, de cuyo título no podía acordarse. A decir verdad, lo que le gustaba era el principio de dicho cuento, pues se le había olvidado el final o tal vez no lo hubiese leído nunca. Era la historia de un joven que encontraba no se sabe dónde, acaso en una confitería, a una muchacha griega de asombrosa belleza, acompañada por un viejo de aire extraño, misterioso y cruel. El joven se enamora de la señorita, a primera vista; ésta lo mira con aire lastimero, como pidiéndole que la liberte. Se aleja él un momento y, al volver enseguida a la confitería, ya no encuentra a la joven ni al viejo. Se lanza en su busca, descubre a cada instante indicios de su presencia, prosigue la persecución, y por más que hace, nunca logra alcanzarlos en ninguna parte. La hermosa desconocida ha desaparecido para siempre, y él no tiene fuerzas para olvidar aquella mirada suplicante; lo atormenta la idea de que quizás se le ha escapado de las manos toda la felicidad de la vida…

No es seguro que Hoffmann termine el relato de este modo; pero Gemma, inconsciente de ello, lo arregló así y así lo retuvo en la memoria.

—Me parece —dijo— que los encuentros y separaciones de este género son más frecuentes de lo que creemos.

Sanin permaneció en silencio algunos instantes; luego habló de Herr Klüber. Era la primera vez que pronunciaba su nombre; hasta aquel momento, ni siquiera había pensado en dicho personaje.

Gemma, a su vez, calló un instante, mordiéndose con aire pensativo la uña del dedo índice y apartando la vista; luego, hizo un elogio de su prometido, habló de la excursión proyectada para el día siguiente, y, echando una rápida ojeada a Sanin, volvió a quedarse callada.

Sanin ya no encontraba sobre qué sacar conversación. Emilio entró bruscamente y despertó a Frau Lenore… Sanin se puso contento al verlo llegar.

Frau Lenore se levantó del sillón. Se presentó Pantaleone, y anunció que el almuerzo estaba servido. El amigo de la casa, ex cantante y sirviente, desempeñaba también las funciones de cocinero.

Imagen de hoy: Lavender tea – Kate Bedell

AGUAS DE PRIMAVERA – IVÁN TURGUÉNIEV – CAPÍTULO 11

martes, octubre 1st, 2013

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Buenísimas noches, dachas queridas. Tarde, ya sé. Yo ya me tomé una tisana, de muchas hierbas, con linda charla de mujeres, y ahora les dejo el Capítulo 11 de Aguas de primavera. Hasta mañana.
AGUAS DE PRIMAVERA – IVÁN TURGUÉNIEV – CAPÍTULO 11

Sonó la campanilla de la puerta exterior. Un joven campesino, con chaleco rojo y gorra de piel, entró en la confitería. Era el primer comprador de aquel día.

—He aquí cómo va el comercio —había dicho Frau Lenore a Sanin, dando un suspiro durante el almuerzo.

Continuaba dormida. No atreviéndose Gemma a sacar la mano de debajo de la almohada, dijo muy quedo a Sanin:

—Vaya usted y despache por mí.

Sanin, andando de puntillas, pasó enseguida a la tienda. El joven labriego pidió un cuarterón(1) de pastillas de menta.

—¿Qué le cobro? —dijo Sanin a media voz, a través de la puerta.

—Seis kreutzers —murmuró Gemma.

Sanin pesó las pastillas, buscó papel, hizo un cucurucho, las echó en él, se le desparramaron, las recogió, volvieron a caérsele y, por fin, las pudo entregar y recibió el dinero… El joven aldeano lo miraba estupefacto, dando vueltas a la gorra contra el pecho, mientras que en la otra habitación Gemma ahogaba la risa apretándose la boca con la mano. Aún no había salido este comprador, cuando entró otro, luego un tercero…

-Parece que tengo buena mano -se dijo Sanin.

El segundo parroquiano pidió un vaso de horchata, el tercero media libra de bombones. Sanin los sirvió armando un barullo de cucharas y platillos, y metiendo animoso los dedos en los cajones y en los frascos de boca ancha. Hecha la cuenta, resultó que había vendido la horchata demasiado barata, y cobrado en los bombones dos kreutzers de más. Gemma no cesaba de reírse bajito; en cuanto a Sanin, sentía una animación desusada y una disposición de ánimo verdaderamente feliz. ¡Hubiera vivido así eternidades, vendiendo bombones y horchatas detrás de aquel mostrador, mientras que desde la trastienda lo miraba aquella encantadora criatura con ojos amistosamente burlones, y el sol estival, a través del espeso follaje de los castaños que crecían delante de las ventanas, llenaba toda la estancia con el oro verdoso de sus rayos y de sus sombras, y su corazón se mecía con la dulce languidez de la pereza, del quietismo y de la juventud, de la primera juventud!

El cuarto parroquiano pidió una taza de café. Hubo que dirigirse a Pantaleone. Emilio no había vuelto aún del almacén de Herr Klüber.

Sanin volvió a sentarse junto a Gemma. Frau Lenore continuaba dormida, con gran contento de su hija…

—Cuando mamá duerme, se le quita la jaqueca —explicó la muchacha.

Sanin se puso a hablar con Gemma, en voz baja, como antes, por supuesto. Habló de su «comercio». Se informó muy serio del precio de los diferentes «artículos del ramo de confitería». Gemma se los indicó con la misma formalidad y, sin embargo, ambos se reían para sus adentros, de buena fe, como si se confesasen a sí mismos que estaban representando una divertidísima comedia. De pronto, en la calle, un organillo se puso a tocar el aria de Freischütz:

Durch die Felder, durch die Auen…(2)

Los sonidos, gemebundos y temblones, rechinaban en el aire inmóvil. Gemma se estremeció:

—¡Va a despertar a mamá!

Sanin se apresuró a salir e hizo desaparecer al músico ambulante, poniéndole en la mano algunos kreutzers. Cuando el joven volvió, Gemma le dio las gracias con un ligero movimiento de cabeza; luego, con una sonrisa meditabunda, tarareó con voz apenas perceptible la linda melodía de Weber(3) en que Max expresa todas las vacilaciones del primer amor. Enseguida preguntó a Sanin si conocía Der Freischütz, si le gustaba Weber; y añadió que, a pesar de su origen italiano, le agradaba «esa» música más que ninguna. De Weber, la conversación fue insensiblemente a parar a la poesía, al romanticismo, a Hoffmann(2) tan en boga en aquel entonces…

Pero Frau Lenore seguía durmiendo, y hasta roncaba ligeramente, y los rayos del sol, que pasaban como líneas estrechas a través de los resquicios de las persianas, iban cambiando de sitio y viajaban con un movimiento imperceptible, aunque continuo, sobre el suelo, sobre los muebles, sobre la falda de Gemma, sobre las hojas y los pétalos de las flores.

(1) Cuarterón: cuarta parte de una libra.
(2) En alemán: A través de campos, a través de llanos.
(3) Carl Maria von Weber (1786-1826), compositor, pianista y director; uno de los creadores del movimiento romántico musical alemán. Entre sus innovaciones musicales está el empleo del leitmotiv y de recitativos cantados, en lugar del habitual diálogo hablado de la ópera alemana.
(4) Ernst Theodor Amadeus Hoffmann (1776-1822), escritor y compositor. Una de las figuras más representativas del romanticismo alemán. Creador de la ópera Ondina (1816) y de textos de ficción de gran importancia como fue su libro de cuentos en dos volúmenes Piezas fantásticas (1814-1815).

AGUAS DE PRIMAVERA – IVÁN TURGUÉNIEV – CAPÍTULO 10

lunes, septiembre 30th, 2013

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Ay, ay, ay, leo este Capítulo 10 de nuestras Agua de primavera y me acuerdo de los planteos de mi madre respecto de ser artista
Prepárense una taza de té y sigamos con la lectura. A partir de hoy, leeremos de lunes a viernes. Resérvense el 30 de Noviembre para nuestro encuentro.
AGUAS DE PRIMAVERA – IVÁN TURGUÉNIEV – CAPÍTULO 10

Gemma, en efecto, pareció contentísima de verlo, y Frau Lenore lo recibió muy afectuosa. Se veía que Sanin había producido en ellas una impresión favorable la víspera. Emilio corrió a ocuparse del almuerzo, no sin haber cuchicheado al oído de Sanin: «¡No lo olvide usted!»

—No lo olvidaré —contestó Sanin.

Frau Leonore no se encontraba del todo bien; tenía jaqueca y, medio tumbada en un sillón, procuraba moverse lo menos posible. Gemma llevaba una bata amarilla, sujeta con un cinturón negro de cuero; tenía también aspecto fatigado, y una ligera palidez cubría sus mejillas; leves ojeras circundaban sus párpados, pero el brillo de su mirada no se había empañado y aquella palidez daba algo de misterio y dulzura a sus facciones, de una pureza y una severidad clásicas. Ese día le llamó sobre todo la atención, a Sanin, la extraordinaria belleza de sus manos… Cuando las levantaba para arreglarse y sujetar los rizos oscuros y lustrosos de sus cabellos, Sanin no podía apartar la vista de aquellos dedos largos y flexibles, separados unos de otros como los de la Fornarina(1) de Rafael.

Hacía mucho calor en la calle. Sanin quería despedirse después de almorzar, pero le hicieron ver que con semejante día lo mejor era quedarse donde estaba. Convino en ello y se quedó. Un agradable frescor reinaba en la estancia donde sus anfitriones y él se habían instalado y cuyas ventanas daban a un jardincito plantado de acacias. Un ávido enjambre de abejas, avispas y zánganos, zumbaban atareados entre el frondoso follaje sembrado de áureas flores. Ese incesante murmullo que penetraba en la habitación por las celosías entreabiertas y las cortinas echadas, hablaba del calor de afuera y hacía parecer aún más suave el fresco de aquella casa cerrada y acogedora.

Sanin habló mucho, como la víspera, pero ya no de Rusia ni de la vida rusa. Con el fin de complacer a su amiguito, a quien habían mandado a casa de Herr Klüber enseguida del almuerzo, para ejercitarse en la teneduría de libros, llevó la conversación al terreno de las ventajas y los inconvenientes que el arte y el comercio tenían en comparación. Esperaba ver a Frau Lenore tomar la defensa de esta última profesión; pero le extrañó sobremanera el ver que también Gemma participaba de tales opiniones.

—Si se es artista, sobre todo cantante, —insistió con ademán enérgico -es preciso ocupar el primer puesto. El segundo nada vale. ¿Y quién sabe si se ha de llegar a ese primer puesto?

Pantaleone, que tomaba parte en la conversación (porque en su calidad de viejo y servidor antiguo, tenía el privilegio de sentarse en compañía de los dueños de la casa: los italianos, en general, no son de etiqueta muy severa), naturalmente, defendía el arte con todas sus fuerzas. A decir verdad, sus argumentos eran muy endebles: repetía que era necesario hallarse dotado de cierto ímpetu de inspiración, d’un certo estro d’inspirazione. Frau Lenore le objetó que probablemente él mismo había poseído ese estro, y que, sin embargo…

—Tuve enemigos —respondió Pantaleone con aire tétrico.

—¿Y cómo puedes estar seguro —ya se sabe que los italianos se tutean a menudo— de que Emilio, aun suponiendo que estuviese dotado de ese estro, no los tendría?

—¡Pues bien, háganlo mercachifle! —dijo despechado Pantaleone —¡Pero Giovanni Battista no se hubiera conducido así, a pesar de ser confitero!

—Giovanni Battista, mi marido, era un hombre razonable; y si en su primera juventud pudo dejarse arrastrar…

Pero el viejo no escuchaba; se alejó, murmurando con hosquedad:

—¡Ah! ¡Giovanni Battista!

Gemma exclamó que si Emilio sentía en sí el amor a la patria y si quería consagrar sus fuerzas a la independencia de Italia, podía ciertamente sacrificar la seguridad de su porvenir por un fin tan noble y elevado, pero no por el teatro. Al oír esto, Frau Lenore, inquieta, suplicó a su hija que, al menos, no arrastrase a su hermano fuera del buen camino. ¿No bastaba con que ella fuese una republicana furibunda? Después de haber pronunciado estas palabras, Frau Lenore exhaló un suspiro quejumbroso y dijo que sufría mucho, que su cabeza estaba «próxima a estallar» (Frau Leonore, por cortesía para con su invitado, hablaba en francés con su hija). Gemma se puso enseguida a acariciar a la madre, soplándole con delicadeza en la frente después de humedecérsela con agua de colonia; la besó con dulzura en las mejillas, le arregló la cabeza encima de la almohada, le prohibió que hablase y la besó de nuevo. Luego, dirigiéndose a Sanin, se puso a contarle, medio risueña, medio sentimental, qué admirable madre era la suya y cuán hermosa había sido.

-¿Pero, ¿qué digo? ¡Aún lo es! ¡Y hermosísima! ¡Vea usted, vea usted, vea usted qué ojos!

Gemma sacó del bolsillo un pañuelo blanco, lo puso sobre la cara de su madre, y tirándo de él hacia abajo poco a poco, descubrió primero la frente, después las cejas y los ojos de Frau Lenore, se detuvo un momento y le pidió que mirase. Obedeció ésta, y Gemma dio un grito de admiración. Los ojos de Frau Lenore eran en verdad hermosos. Hizo resbalar rápidamente el pañuelo por la parte inferior de la cara, menos regular que la superior, y volvió a empezar a llenarla de besos. Frau Lenore, sonriéndose, se volvió un poco e hizo como que rechazaba a su hija con esfuerzo. Gemma fingió también luchar y se puso a acariciarla no con la felina zalamería de las francesas, sino con la gracia italiana, bajo la cual siempre se adivina la fuerza.

Por fin, dijo Frau Lenore que estaba fatigada. Gemma le aconsejó que durmiera un poco en el sillón. Y que «ella y el caballero ruso —le monsieur russe— se estarían quietos… muy tranquilos, como ratoncitos… comme des petites souris».

Frau Lenore le dirigió una sonrisa por única respuesta, cerró los ojos, respiró profundo dos o tres veces y se adormeció. Gemma se sentó rápido junto a ella en una banqueta y, sosteniendo la almohada donde descansaba la cabeza de su madre, permaneció inmóvil, llevando sólo de vez en cuando a sus labios un dedo de la otra mano para recomendar silencio, y mirando a Sanin con el rabito del ojo, cada vez que éste se permitía el menor movimiento. Concluyó el joven por inmovilizarse también y quedó como hechizado, dejando a su alma admirar, con todas sus fuerzas, el cuadro que ante él se ofrecía. Aquel aposento medio a oscuras, donde como puntos luminosos brillaban acá y allá frescas rosas muy abiertas en antiguos vasos de color verde; aquella mujer dormida, con las manos suavemente cruzadas, con su bondadoso rostro rendido y aureolado por la suave blancura de la almohada; aquella joven que la miraba con atención, también buena, pura y admirablemente hermosa, con sus ojos negros, profundos, llenos de sombra y a la vez de fulgores… ¿era un ensueño, un cuento de hadas…? ¿Y cómo estaba «él» allí?

(1) Margarita Luti, romana de singular belleza, hija de un panadero (fornaio), modelo y amante del pintor italiano Rafael Sanzio (1483-1520).

AGUAS DE PRIMAVERA – IVÁN TURGUÉNIEV – CAPÍTULO 9

jueves, septiembre 26th, 2013

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Taza de Sweet Heather y el Capítulo 9 de Aguas de primavera. Hasta mañana, dachas queridas.
AGUAS DE PRIMAVERA – IVÁN TURGUÉNIEV – CAPÍTULO 9

En cuanto su futuro cuñado hubo salido, Emilio, que aún después de la invitación hecha por Sanin de «tomarse la molestia de sentarse», no había cesado de mirar por la ventana; dio media vuelta a la izquierda, y ruborizándose, con un mohín de afectación infantil, preguntó a Sanin si podía quedarse aún un poco.

—Me siento mucho mejor hoy, —añadió —pero el doctor me ha prohibido trabajar.

—Quédese; no me estorba usted en absoluto —exclamó enseguida Sanin, encantado, como todo verdadero ruso, de aceptar la primera proposición que pudiese dispensarlo de hacer él mismo alguna cosa.

Emilio dio las gracias, y en un instante tomó posesión de Sanin y de su cuarto; examinó los objetos pertenecientes a su huésped y preguntó acerca de todo lo que veía: «¿dónde lo había comprado usted?», «¿cuánto le costó esto?» Lo ayudó a afeitarse, le dijo que hacía mal en no dejarse crecer el bigote, y, por último, le contó una multitud de particularidades acerca de su madre, de su hermana, de Pantaleone, hasta de Tartaglia, y toda la manera de vivir de ellos. Había desaparecido todo asomo de timidez en Emilio, quien sintió, súbitamente, un afecto extraordinario por Sanin, no porque éste le hubiera salvado la vida el día anterior, sino porque «¡era tan simpático!» No tardó en confiarle todos sus secretos, insistiendo, en particular, sobre un tema. Mamá quería hacerlo comerciante a toda costa, y él sabía, «sabía», sin ninguna duda, que había nacido artista, músico, cantante, ¡que el teatro era su verdadera vocación! El mismo Pantaleone lo animaba; pero Herr Klüber sostenía el parecer de mamá, sobre la cual tenía gran influencia. La idea de hacer de él un «hortera» era propia de Herr Klüber, a cuyo entender nada podía compararse con la profesión de mercader. Vender paño y terciopelo, estafar al público, hacerle pagar «Narren oder Russen-Preise»(1) ¡he aquí su ideal!

—Pero ya es hora de irnos a casa —exclamó en cuanto Sanin hubo concluido de arreglarse y escrito su carta a Berlín.

—Todavía es muy temprano —dijo Sanin.

—Eso no importa. —replicó Emilio con zalamería —Vamos al correo, y de allí a casa. Gemma se pondrá muy contenta de verlo a usted. Almuerce con nosotros… Hable usted a mama de mí, de mi carrera.

—Vamos —aceptó Sanin.

Y salieron.

(1) Entonces, como también ahora, a principios de mayo, muchos rusos iban a Francfort y los precios en las tiendas subían tanto, que se los llamaban “precios imbéciles —o precios rusos”. (Nota del Autor.)

AGUAS DE PRIMAVERA – IVÁN TURGUÉNIEV – CAPÍTULO 8

miércoles, septiembre 25th, 2013

18268
Buenas noches, las dachas! Maia y Kolya en nuestra tetera nocturna y el Capítulo 8 de Aguas de primavera. Recuerden que estos días tenemos promo del 20% de 10 de nuestros blends, que podrán venir a buscar a la Expo Té, el próximo fin de semana.
AGUAS DE PRIMAVERA – IVÁN TURGUÉNIEV – CAPÍTULO 8

No había acabado de vestirse, cuando un camarero de la fonda le anunció la visita de dos señores. Uno de ellos era Emilio; el otro, un joven, buen mozo, de facciones impecables, era Herr Karl Klüber, el novio de la hermosa Gemma.

Todo induce a suponer que por aquel entonces no había en ningún comercio de Francfort un primer dependiente tan cortés, tan bien educado, tan imponente, tan amable como Herr Klüber. Lo intachable de su vestir sólo podía compararse a lo digno de su apostura y lo elegante de sus maneras, elegancia un poco estirada, según la moda inglesa —había pasado dos años en Inglaterra—, pero exquisita, sin embargo.
A primera vista se notaba, claramente, que este buen mozo, un poco severo, bien educado y pulcro hasta la exageración, tenía costumbre de ser condescendiente con sus superiores y arbitrario con sus subalternos, y que detrás del mostrador no podía menos que inspirar respeto hasta a los parroquianos. No podía abrigarse la menor duda acerca de su intachable honradez; bastaba ver sus almidonados cuellos. Y su voz era tal como pudiera apetecerse, llena y grave como la de un hombre seguro de sí mismo, no demasiado fuerte, y hasta con cierta dulzura de timbre. Era una voz ideal para dar órdenes a los dependientes inferiores: «¡Enseñe usted aquella pieza de terciopelo de Lyon color punzó!» O bien: «¡Ofrezca usted una silla a la señora!»

El señor Klüber comenzó por presentar tan finamente sus cumplimientos, y al saludar se inclinó tan noblemente, resbaló los pies de un modo tan agradable y entrechocó ambos tacones con tal urbanidad, que no podía vacilarse en decir: «Este es un hombre cuya ropa interior y virtudes morales son de primera calidad». En la mano izquierda, calzada con guante de Suecia, sujetaba, reluciente como un espejo, un sombrero, y en el fondo de él yacía el otro guante; la mano derecha, desnuda, que alargó a Sanin con ademán modesto pero resuelto, era tan pulida que superaba todo lo imaginable; cada uña era la perfección misma en su especie. Luego declaró, con los términos más escogidos de la lengua alemana, que había deseado presentar sus respetos y la seguridad de su gratitud al señor extranjero que había prestado tan señaladísimo servicio a un futuro pariente suyo, el hermano de su prometida. Al decir estas palabras, extendió la mano izquierda, la que sostenía el sombrero, en dirección a Emilio, quien, perdiendo el tino, se volvió hacia la ventana y se metió el dedo índice en la boca. Herr Klüber añadió que se consideraría muy feliz si por su parte pudiera hacer alguna cosa que le fuese grata al señor extranjero.

Sanin respondió, también en alemán, pero no sin algunas dificultades, que estaba encantado…, que el servicio era de poca importancia…, y rogó a sus huéspedes que tomasen asiento. Herr Klüber le dio las gracias, y, levantándose los faldones de la levita, se sentó en una silla, pero tan ligeramente y tan poco segura, que era imposible no decirse: «He ahí un hombre que se ha sentado por pura fórmula y que va a levantar el vuelo al instante».

En efecto, levantó el vuelo unos minutos después, y dando discretamente dos pasitos adelante, como en la contradanza, explicó con aire modesto que, con gran pesar suyo, no podían permanecer más tiempo fuera del almacén —¡los negocios ante todo!—, pero que siendo domingo el día siguiente, con la aprobación de Frau Lenore y de Fräulein Gemma, había organizado una gira de recreo a Soden, a la cual tenía el honor de invitar al señor extranjero, y que abrigaba la esperanza de que éste se dignaría embellecerla con su presencia.

Sanin no rehusó “embellecerla”. Herr Klüber saludó de nuevo y salió, luciendo sus pantalones del matiz más delicado, color garbanzo; las suelas de las botas, nuevecitas, chillaban no menos agradablemente.

AGUAS DE PRIMAVERA – IVÁN TURGUÉNIEV – CAPÍTULO 7

martes, septiembre 24th, 2013

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Ella lee, ellos escuchan. Nosotros, también. ¡Qué lindo que es compartir el té y la lectura! ¿Vamos con una tacita de Viaje a Šipan y el Capítulo 7 de Aguas de primavera? ¡Ah! y vayan reservándose el 30 de Noviembre.
AGUAS DE PRIMAVERA – IVÁN TURGUÉNIEV – CAPÍTULO 7

Maltz era un literato francfortés del período de 1830. Sus sainetes, cortos y livianos, escritos en el dialecto local, describían los tipos de la comarca de una manera burlesca y atrevida, aunque el humorismo no fuese muy profundo.

Gemma leía de una manera notable, lo mismo que una buena actriz. Sostenía perfectamente con todos sus matices el carácter de cada personaje, y exhibía una mímica sin duda heredada con la sangre italiana. Cuando se trataba de representar alguna vieja en la chochez o algún burgomaesre imbécil, hacía las muecas más chistosas, encogía los ojos, fruncía la nariz, ceceaba y chillaba, sin piedad alguna para con su voz delicada y su lindo rostro.

Nunca se reía al leer; pero si los oyentes, excepto Pantaleone, que se apresuraba a retirarse malhumorado en cuanto se hablaba de quel ferrofutto Tedesco(1), si los oyentes la interrumpían con una carcajada general, entonces dejaba caer el libro en las rodillas y se reía, también ella, a mandíbula batiente, echando atrás la cabeza, mientras que los rizos de sus negros cabellos le saltaban sobre su nuca y sus hombros sacudidos por la hilaridad. Pero en cuanto acababa de reír, tomaba otra vez el libro, daba de nuevo la expresión adecuada a las facciones y continuaba en serio la lectura.

Sanin no se cansaba de admirarla. Le chocaba una cosa sobre todo: ¿por qué misterio, aquella cara tan idealmente bella podía tomar, de pronto, una expresión cómica y a veces hasta trivial?

Gemma era menos hábil en el modo de leer los papeles de muchachas, de «damas jóvenes». Las escenas de amor, sobre todo, no le salían bien. Ella misma lo notaba; por eso les daba un leve matiz irónico, como si no creyese en aquellos pomposos juramentos, en aquellas frases sublimes, de que el autor, por otra parte, se abstenía todo lo posible. Pasaban las horas, sin que Sanin se diera cuenta, y no se acordó de su viaje hasta que dieron las diez en el reloj. Saltó de la silla como si lo hubieran pinchado.

—¿Qué le pasa a usted? —preguntó Frau Lenore.

—Tenía que salir hoy para Berlín, y había reservado asiento en la diligencia.

—¿Cuándo sale la diligencia?

—A las diez y media.

—Entonces ya es tarde. —dijo Gemma —Quédese usted y leeré alguna otra cosa.

—¿Había usted pagado el pasaje entero, o nada más hecho la reserva? —preguntó Frau Lenore, con curiosidad.

—¡Todo entero! —gimió Sanin con gesto afligido.

Gemma lo miró, entornando los ojos, y se echó a reír.

—¡Qué es eso! —la retó su madre —Este joven acaba de perder dinero, ¿y eso te hace reír?

—¡Bah! —respondió Gemma —No se quedará arruinado por eso, y trataremos de consolarlo. ¿Quiere usted limonada?

Sanin tomó un vaso de limonada. Gemma reanudó la lectura de Maltz y todo volvió a ser lo mejor del mundo.

Dieron las doce de la noche. Sanin empezó a despedirse.

—Debe usted quedarse algunos días en Francfort. —le dijo Gemma —¿Por qué tanta prisa? Ninguna otra ciudad le parecerá a usted más agradable —hizo una pausa, y repitió sonriendo: —Ninguna otra, de verdad.

Sanin no respondió nada y pensó que lo vacío de su bolsillo lo obligaba a permanecer en Francfort hasta que tuviese respuesta de un amigo de Berlín, a quien había resuelto pedir dinero prestado.

—Quédese usted, quédese; —instó a su vez Frau Lenore —le presentaremos al prometido de Gemma, el señor Karl Klüber. Hoy no ha podido venir, porque está ocupadísimo en sus almacenes. Probablemente habrá visto usted en la Zeile un gran almacén de paños y sedas; pues bien, allí está de dependiente principal. Será para él una satisfacción presentarle a usted sus respetos.

Sanin, sabe Dios por qué, se sintió un poco contrariado. «¡Feliz prometido!», pensó, mirando a Gemma. Y creyó advertir en los ojos de la joven una expresión burlona. Saludó de nuevo a las señoras.

—¡Hasta mañana, hasta mañana! ¿No es así? —le preguntó Frau Lenore.

—¡Hasta mañana! —dijo Gemma, no a modo de pregunta, sino con un tono afirmativo, como si hubiera sido imposible ponerlo en duda.

—¡Hasta mañana! —respondió Sanin.

Emilio, Pantaleone y Tartaglia lo acompañaron hasta la esquina de la calle. Pantaleone no pudo dejar de manifestar su disgusto por la manera en que Gemma había leído. ¿Cómo no le daba vergüenza? ¡Qué es eso, hacer muecas, chillar! ¡Una caricatura! Hubiera podido elegir a Merope o a Clitemnestra(2), algo grande, trágico; ¡y no preferir imitar a una bruja alemana cualquiera! «Yo también puedo hacer otro tanto… Mertz, kertz, smertz», dijo con voz ronca, alargando la cara hacia delante y abriendo mucho los dedos. Tartaglia ladró detrás de él y Emilio se echo a reír. El viejo les volvió bruscamente la espalda.

Sanin volvió a la fonda El Cisne Blanco, donde lo aguardaba su equipaje en un rincón de la gran sala de espera. Se hallaba en un estado moral bastante confuso. Aún le zumbaban en los oídos todas aquellas conversaciones italo-franco-tedescas.

—¡Prometida! —murmuró, metiéndose en la cama del modesto dormitorio que había pedido —¡Y qué hermosa es! Pero, ¿por qué me he quedado?

Sin embargo, al día siguiente, escribió una carta a su amigo de Berlín.

(1) En italiano y alemán deformado: Aquel maldito alemán.
(2) Merope, Clitemnestra: En las leyendas mitológicas griegas, mujeres célebres que tuvieron una vida trágica.

AGUAS DE PRIMAVERA – IVÁN TURGUÉNIEV – CAPÍTULO 6

lunes, septiembre 23rd, 2013

DACHA MAMA1
Buenas noches, las dachas! Lindísimo el Capítulo 6 de nuestras Aguas de primavera. Empezamos la semana con promo del 20% de 10 de nuestros blends, que podrán venir a buscar a la Expo Té, el próximo fin de semana. Yo aquí, disfrutando una taza de Capricho florentino, que con la lectura marida «meravigliosamente».
AGUAS DE PRIMAVERA – IVÁN TURGUÉNIEV – CAPÍTULO 6

Pero lo que admiraba Sanin no era la voz de Gemma, sino a Gemma misma. Sentado detrás y bastante cerca de la joven, se decía que jamás palmera alguna, ni aun en las estrofas de Benedíktov(1), poeta de moda entonces, hubiera podido competir en elegancia con las maravillosas proporciones de su talle. Cuando en los pasajes expresivos ella alzaba los ojos al techo, Sanin se preguntaba qué cielos no se hubiesen abierto ante aquella mirada.

Apoyado en el quicio de la puerta, con la barbilla y la boca sepultadas en su inmensa corbata, o escuchando muy serio, con gesto de entendido, el viejo Pantaleone también admiraba la belleza de la joven y se extasiaba, aun cuando hubiera debido estar habituado a ella.

Cuando Frau Lenore terminó de cantar los dúos con la hija, explicó que Emilio tenía una hermosa voz, de timbre argentino, pero que estaba en la edad de cambiarla —en efecto, hablaba con voz de bajo, con entonaciones constantes en falsete—, y por consiguiente, no debía cantar. Pero invitó a Pantaleone a sacudir la nieve de los años en honor a su huésped.

Pantaleone tomó enseguida un aire adusto, frunció las cejas, desgreñó sus cabellos y manifestó que hacía mucho tiempo que había renunciado a todo eso. Por lo demás —añadió—, en su juventud no hubiera retrocedido ante semejante reto, porque pertenecía a aquella gran época en que prosperaba una verdadera escuela de canto y verdaderos cantantes clásicos que nada tenían que ver con los chillones de ahora. Él mismo en persona, Pantaleone Cippatola di Varese, recibió un día, en Módena, el homenaje de una corona de laurel, y en esa ocasión hasta soltaron palomas blancas en el teatro; y un príncipe ruso, il principe Tarbusskiy, con quien tuvo en otro tiempo relaciones de estrecha amistad, lo invitaba siempre después de la cena a ir a Rusia, prometiéndole montañas de oro… ¡montañas! Pero él no había querido abandonar Italia, il paese del Dante. Verdad es que más tarde, circunstancias desgraciadas… sus propias imprudencias… Aquí se interrumpió el viejo, suspiró profundamente y bajó la cabeza; después empezó otra vez a hablar de la época clásica del canto y del célebre tenor García, a quien profesaba una admiración tan honda como desmedida.

—¡Qué hombre! Il gran Garcia nunca se rebajó a cantar en falsete, como lo hacen los pésimos tenores, los tenoracci de nuestros días. ¡De pecho, nada más que de pecho! Voce di petto, si! —el viejo con sus deditos flacos, se manoteó enérgicamente el buche —¡Y qué actor! ¡Un volcán, signori miei, un volcán, un Vesubio! Tuve el honor y el gusto de cantar con él en la ópera dell’illustrissimo maestro Rossini, en Otelo: García cantaba el papel de Otelo, yo el de Yago. Y cuando cantó esta frase…

Al llegar aquí, Pantaleone tomó una postura trágica y se puso a cantar con voz temblorosa y ronca, pero aún muy expresiva:

L’i… ra d’avver… so d’avver… so fato
Io più no… no… no… non temerò.(2)

«¡El teatro se venía abajo, signori miei! Pero yo no me quedé corto, y repliqué después de él:

L’i… ra d’avver… so d’avver… so fato
Temer più non doviò!(3)

«Y él, luego, de pronto, como un rayo, como un tigre:

Morro…! ma vendicato!

«Y fíjense ustedes, cuando cantaba… cuando cantaba la célebre aria de Il matrimonio segreto(4):

Pria che spunti l’alba…(5)

«entonces il gran Garcia, después de las palabras

I cavalli di galoppo(6),

«hacía sobre esta frase:

Senza posa caccierà(7),

«hacía… oigan ustedes, qué prodigioso es esto, com’e stupendo…! hacía… —el viejo salió con una fioritura(8) dificilísima; pero al llegar a la décima nota, se hizo un lío, comenzó a toser y se volvió bruscamente diciendo: — ¡Déjenme en paz! ¿Por qué me atormentan ustedes?

Gemma saltó de la silla, aplaudiendo y gritando ¡Bravo, bravo!, corrió hacia el pobre Yago retirado y le plantó con gentileza las dos manos en los hombros.

Sólo Emilio se reía despiadadamente. Cet âge est sans pitié (9), dijo ya La Fontaine(10).

Sanin trató de consolar al pobre cantante, y se puso a charlar con él en italiano. Había adquirido un leve barniz de esta lengua durante su último viaje. Habló de il paese del Dante(11), dove il si suona(12). Esta frase, con el Lasciate ogni speranza(13), constituía, en italiano, todo el bagaje poético del joven viajero.

Pero Pantaleone no respondió a la atención. Hundiendo más profundamente que nunca la barbilla en la corbata y abriendo mucho los ojos con aire mohíno, parecía de nuevo un ave y hasta un ave encolerizada, un cuervo o un milano. Entonces Emilio, con ese leve y repentino rubor propio de los niños mimados, se dirigió a su hermana y le dijo que si quería distraer a su huésped, nada mejor que leerle alguna de las comedias de Maltz que tan bien leía ella. Gemma se echó a reír, dando un golpecito en la mano de Emilio, y exclamó «que sólo él podía tener semejantes ocurrencias». Sin embargo, se apresuró a ir a su cuarto y regresó con un libro en la mano; se sentó en el diván, delante de la mesa, alzó el dedo para imponer silencio con un ademán enteramente italiano, y comenzó la lectura.

(1)Vladímir Grigórievich Benedíktov (1807-1873), poeta ruso.
(2)En italiano: La ira del destino no temeré jamás.
(3)En italiano: La ira del destino no debo temer ya.
(4)Il matrimonio segreto: Obra maestra del compositor italiano Domenico Cimarosa (1749-1801). Conocido sobre todo por las óperas bufas caracterizadas por su ingeniosa y brillante orquestación. Compuso más de sesenta óperas, misas, cantatas y oratorios.
(5)En italiano: Antes que despunte el alba.
(6)En italiano: Los caballos a galope.
(7)En italiano: Sin descanso correrá.
(8)Fioritura: Palabra italiana que se aplica a un grupo de notas ornamentales añadidas a voluntad en una melodía.
(9)En francés: Esa edad no tiene compasión.
(10)Jean de La Fontaine (1621-1695), escritor francés que produjo las fábulas más famosas de los tiempos modernos.
(11)Dante Alighieri (1265-1321), poeta, prosista, teórico de la literatura, filósofo y pensador político italiano. Considerado una de las figuras más sobresalientes de la literatura universal. Autor de la Divina Comedia, concluida poco antes de su muerte.
(12)En italiano: El país del Dante, donde suena el «sí». «Le genti del bel paese là dove ‘l sì suona»: así es como en el canto XXXIII del Infierno, Dante Alighieri definió a los italianos en su Divina Comedia. Está claro que en ese período histórico el concepto de pueblo italiano todavía estaba muy lejos de formarse, sin embargo el poeta ya había identificado un rasgo común de las «gentes del país» precisamente en el idioma.
(13)En italiano: Abandonen para siempre la esperanza.

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