kmf "kmf"

Posts etiquetados ‘Té’

CON UN TERRÓN DE AZÚCAR ENTRE LOS DIENTES.

martes, julio 23rd, 2013

Лесохина Любовь. Горячий чай. Lesohina Lyubov

¡Llegué! Hace frío, ¿no? ¿Quién se toma un té bien caliente? ¡Qué importa que no sean las faifocloc! ¡Vamos, samovares panzones, a calentar la casa se ha dicho!

Acabo de recibir un Darjeeling TGFOP1 Lingia. Primera cosecha (first flush), de carácter suave y sabor dulce, este varietal proviene de una plantación Single State, de 140 años, situada en el Valle dorado de Darjeeling, en la frontera con Nepal, a una altitud de 1848 mts y un área sembrada de 141 hectáreas. Lin-ge en el lenguaje lepcha significa «triángulo de ocho picos de montañas». La finca se encuentra orientada hacia el noroeste, con una hermosa vista a los poderosos Kanchenjunga en el Himalaya. Los arbustos de la plantación son de plantas de té chino, razón por la cual tienen un sabor único a rosas, que difícilmente se pueda encontrar en tés de otras plantaciones. Ya tengo un diseño en mente…

Imagen de hoy: Лесохина Любовь. Горячий чай

HACER EL (TÉ) BIEN, SIN MIRAR A QUIÉN II – 1er FESTIVAL DEL MATE DE TÉ

lunes, julio 22nd, 2013

988634_568747046499904_510776481_n
ENTRE RÍOS NUNCA ME DECEPCIONA. Su gente buena, sus campos, sus olores, sus citrus, sus palmeras, sus ríos. Ser juez y parte es algo que no debería suceder pero, en este caso, así me sentí. Me honraron con una designación para presidir el Jurado que había de elegir el Mejor Mate de Té cebado y la Mejor Receta Original en el Primer Festival del Mate de Té. Les llevé, además de mis ganas de colaborar con el proyecto del Área Joven de San José -un grupo de jóvenes y adolescentes que hacen obra importantísima dentro de su sociedad, con compromiso, con valores, invirtiendo mucho de su tiempo y esfuerzo-, mi amor por el té, mi conocimiento (mucho o poco), los blends que diseño y hago con mis manos, para compartir con la gente, con TODA la gente, sin examinar su procedencia. Me traje muchísimo más de lo que esperaba: la experiencia de que aún con poco se puede hacer mucho, de que la gente todavía puede juntarse a compartir sus historias en la plaza, de que el frío más inhóspito puede franquearse con el calor de la unidad y de que el Teísmo o la Cultura del Té es y debe ser inclusiva, debe ser para todos y que todos, absolutamente todos, disfrutan de aprender y aprehender las enseñanzas que tienen para ofrecer los frutos de la tierra. Tengo que dar un GRACIAS enorme a la locutora y Consejal del Frente Todos por San José, Marisa Follonier, quien me convocó y se hizo cargo de todas las contingencias por las que el destino nos hizo pasar, como si fuera de nuestra propia familia, al Secretario de Obras Públicas, Sr. Aldo Follonier, que dio vuelta San José un sábado a la tarde para sacarnos de la ruta en la que quedamos varados, a Martín Degeneve, que nos llevó y nos trajo de aquí para allá, con perro y todo, a Antonella Noir y a su familia que nos refugiaron, cuidaron y alimentaron, a Ivan Fernández de XCAR-RS que desarmó y rearmó el auto en dos días para que pudiéramos regresar sanos y salvos al mundanal ruido, al periodista Mariano Bravo, que documentó magníficamente todo lo que en el Festival aconteció y le puso pluma e imagen a mi pasión por la Cultura del Té en los medios más importantes de la Provincia. Bueno, basta por hoy. No dejen de ir a Villa San José, la primera colonia de la zona, rica en Historia, en cultura, en termas, en frutas y en calidad humana.
Un Millón de Gracias, Gabriela Carina Chromoy.
993328_568747159833226_1879967413_n
Fotos: Mariano Bravo –
1) Una de las participantes probando un mate de té realizado con MANDARÍN IMPERIAL y cítricos locales.
2) Entregando un Mate de té preparado con mis manos y con Mandarín Imperial.

ANNA KARENINA – SÉPTIMA PARTE – CAPÍTULO 3

lunes, julio 22nd, 2013

anna tapa libro
ANNA KARENINA – LEV TOLSTOY
SÉPTIMA PARTE – Capítulo 3
En esta su nueva estancia en Moscú, Levin reanudó la gran amistad que le unía con su compañero de universidad, el profesor Katavasov, al cual no había visto desde su casamiento.
Katavasov lo atraía por la claridad y sencillez de sus ideas.
Levin pensaba que la claridad de pensamiento de Katavasov provenía de la escasez de ideas, mientras que el profesor pensaba que la falta de coordinación en los pensamientos de Levin era debida a indisciplina de su cerebro.
Pero la claridad de Katavasov le era agradable a Levin, como la abundancia de ideas indisciplinadas lo era para Katavasov y los dos se encontraban y discutían con evidente satisfacción.
Levin le había leído algunas partes de su obra a su amigo, el cual la encontró de mucho interés.
El día anterior, al encontrar a Levin en una conferencia pública, Katavasov le dijo que el famoso Metrov, uno de cuyos recientes artículos habían entusiasmado a Levin, se encontraba en Moscú y estaba muy interesado por lo que le había dicho él de su obra; que al día siguiente por la mañana, a las once, Metrov los esperaría en su casa y se alegraría mucho de conocerlo.
–¡Hola! ¿Ya está usted aquí? Decididamente, amigo mío, veo que va haciéndose usted puntual. Bueno, hombre, me agrada mucho verlo. –dijo Katavasov al encontrar a su amigo en el saloncito– Oí la campanilla, pero pensé «no puede ser que sea ya él». ¿Y qué? ¿Qué me dice de los montenegrinos? Son guerreros de raza, ¿no?
–¿Qué ha pasado? –preguntó Levin.
Katavasov, en pocas palabras, le informó de las últimas noticias y, entrando en el despacho, le presentó a un señor de alta estatura, fuerte y de presencia muy agradable. Era Metrov.
La conversación versó un momento sobre la política y los comentarios que en las altas esferas de San Petersburgo habían suscitado los últimos acontecimientos. Metrov refirió una conversación, una fuerte discusión, que se aseguraba había habido entre el Emperador y uno de los ministros. Katavasov dijo haber oído también, como cosa muy segura, que el Emperador había dicho todo lo contrario. Levin buscó una explicación que, tomando algo, lo más verosímil, de cada versión, diera la justa, la más aproximada a la realidad de lo ocurrido. Y seguidamente cambiaron de tema.
–Mi amigo tiene casi terminado un libro sobre la economía rural. –dijo Katavasov– Yo no soy un especialista en la materia, pero, como naturalista, la idea fundamental del libro ha despertado mi interés. Lo que más me ha gustado de él es que no toma al hombre como algo que está fuera de las leyes zoológicas, sino que, al contrario, examina su situación y el medio en que se encuentra y en esta relación busca las leyes para el desarrollo de su teoría.
–Es muy interesante –comentó Metrov.
–A decir verdad –explicó Levin– empecé a escribir un libro sobre economía rural pero, por fuerza, habiéndome ocupado de la primera máquina de la agricultura, del obrero llegué a resultados completamente insospechados –dijo sonrojándose.
Y poniendo un gran cuidado en sus palabras, pues sabía que Metrov había escrito un artículo contra su punto de vista, Levin se puso a explicar sus opiniones sobre la cuestión. Miraba en tanto con gran atención a su interlocutor, como explorando el terreno que pisaba, queriendo ver cómo reaccionaba aquél ante tales ideas, mas en el rostro tranquilo e inteligente del sabio nada lograba adivinar.
–Pero, ¿en qué ve usted condiciones particulares al obrero ruso? –preguntó Metrov, al fin– ¿En sus cualidades zoológicas, por decirlo así o en las condiciones en las cuales se encuentra?
Levin veía que esta pregunta, en sí misma, contenía ya una oposición a sus ideas sobre aquel asunto, pero continuó explicando su pensamiento, que consistía en creer que el campesino ruso tiene un punto de vista respecto de la tierra muy distinto del que sustentan los campesinos de otros pueblos. Y, para demostrarlo, Levin se apresuró a añadir que este punto de vista del pueblo ruso proviene de considerarse predestinado a poblar los enormes espacios libres de Oriente.
–Es muy fácil equivocarse extrayendo conclusiones de la predestinación general de un pueblo. –dijo Metrov interrumpiéndolo– El estado del obrero siempre depende de sus relaciones con la tierra y el capital.
Y ya, no dejando hablar más a Levin, Metrov se puso a exponer la particularidad de su ciencia.

En qué consistía la particularidad de tal ciencia, Levin no lo entendió, en primer lugar, porque no se esforzó en comprenderlo.
Levin veía que, como otros y no obstante su artículo en que refutaba la ciencia de los economistas, Metrov consideraba la posición del obrero ruso sólo desde el punto de vista de capital, sueldo y renta. Y lo hacía así a pesar de reconocer que en la mayor parte de Rusia –la zona oriental–, la renta era aún nula; que el sueldo para las nueve décimas partes de la población rusa –de ochenta millones de habitantes– significaba sólo no morirse de hambre, que, en fin, el capital no estaba representado sino por los instrumentos de trabajo más primitivos.
En muchas cosas, Metrov no estaba de acuerdo con los economistas y tenía su teoría propia respecto de la remuneración de los obreros, teoría que expuso de manera detallada.
Levin lo escuchaba de mal grado y hasta le replicaba, lo interrumpía para exponerle su idea, la cual pensaba que haría innecesaria la explicación de Metrov. Luego, convencido de que cada uno de ellos consideraba la cuestión de un modo tan distinto que nunca podrían comprenderse, dejó de oponer objeciones y se limitó a escuchar.
A pesar de que ahora no le interesaba ya lo que estaba diciendo, Levin le escuchaba con gusto, halagado en el fondo de que un sabio de tanto renombre le expusiera sus ideas con el calor, atención y confianza con que lo hacía. Levin lo atribuía a sus méritos, sin saber que Metrov, después de haber hablado de ello con todos sus íntimos, no dejaba de aprovechar cuantas ocasiones se le presentaban para tratarlo con cada hombre que encontraba dispuesto a escucharlo y que hallaba, por otra parte, un gran placer en hablar de una cuestión que le apasionaba y que él, el gran sabio, no veía aún clara.
–Con todo eso se nos va a hacer tarde. –dijo Katavasov, mirando el reloj, cuando Metrov acabó la exposición de sus ideas– Hoy se da en la Sociedad de Amigos de la Ciencia una conferencia para conmemorar el cincuentenario de la muerte de Sviatich. –añadió– Pedro Ivanovich y yo vamos allí. He prometido presentar una comunicación acerca de la obra de Sviatich en la Zoología. Vente con nosotros. Será muy interesante.
–Sí, es verdad; ya es tiempo de ir. –dijo Metrov– Vamos todos juntos y de allí iremos a mi casa, si usted quiere, Levin. Allí podría usted leerme su obra. Me gustaría mucho.
–En cuanto a esto, me es imposible complacerle, pues todavía no la tengo terminada. Pero con mucho gusto iré a la conferencia –contestó Levin.
–Y esto, ¿lo ha oído usted? –le preguntó Katavasov en otra habitación, donde había ido a ponerse el frac.
Y les explicó una opinión que se apartaba de todas las expuestas anteriormente.
Luego hablaron de los asuntos de la universidad. La cuestión universitaria era un acontecimiento muy importante aquel invierno en Moscú. En el Consejo, tres catedráticos ancianos no habían aceptado la opinión de los jóvenes y los jóvenes habían presentado una memoria particular.
Según la opinión de algunos, esta memoria era detestable; según otros, no podía ser más justa y sencilla. Los catedráticos se dividieron en dos grupos: unos, a los cuales pertenecía Katavasov, veían en el campo adversario el engaño y la delación; los otros veían en sus contrarios puerilidad y poco respeto a las autoridades universitarias.
Aunque Levin no pertenecía ya a la universidad, muchas veces desde que vivía en Moscú, había escuchado, hablado y hasta discutido sobre aquel asunto y tenía formada su opinión sobre él, por lo que, ahora, tomó también parte en la conversación de Katavasov y Metrov, que se continuó en la calle mientras se dirigían los tres, a pie, al edificio de la universidad antigua, al lado de la cual se había construido la nueva universidad.
La conferencia había empezado ya. A la mesa donde tomaron asiento Katavasov, Metrov y Levin, estaban sentados seis hombres y uno de ellos, muy inclinado sobre el papel, leía un manuscrito.
Levin se sentó en una de las sillas desocupadas que había alrededor de la mesa y, en voz baja, dirigiéndose a un estudiante que estaba sentado a su lado, preguntóle de qué trataba la exposición.
–La biografía –contestó secamente, con cierto descontento, el estudiante.
A pesar de que a Levin no le interesaba la biografía del sabio, hubo de escucharla, quieras que no y conoció, de este modo, detalles nuevos e interesantes de la vida de aquel famoso hombre de ciencia.
Cuando el lector hubo terminado, el Presidente le dio las gracias y leyó, a su vez, unos versos que el poeta Ment había escrito para aquel jubileo, a quien dedicó algunas palabras de gratitud.
Luego, Katavasov, con su voz fuerte y aguda, leyó su memoria sobre las obras científicas del sabio.
Cuando Katavasov hubo terminado, Levin miró el reloj, vio que era ya la una dada y pensó que no tendría tiempo de leer a Metrov su obra antes del concierto, cosa que por otra parte había dejado de ofrecer interés para él. Durante la conferencia meditó también sobre la conversación que habían sostenido. Ahora veía claro que sus ideas eran al menos tan importantes como las del sabio y que los pensamientos de los dos podrían ser aclarados y llegar a algo práctico con la condición de trabajar cada cual separadamente en la orientación elegida. Comunicarse mutuamente sus ideas y emplearse en discutirlas, le parecía ahora perfectamente inútil.
Decidió, por lo tanto, rehusar la invitación de Metrov y, al final de la conferencia, se acercó a éste para hacérselo saber.
Metrov le presentó al Presidente, con el cual estaba hablando en aquel momento de las últimas noticias políticas; le repitió lo mismo que había dicho anteriormente a Levin y éste formuló las mismas objeciones que había formulado ya por la mañana, aunque y, para variarlas en algo, expuso una nueva idea que, en aquel momento precisamente, había acudido a su cerebro.
Luego pasaron a hablar de la cuestión universitaria.
Como Levin había ya oído todo aquello infinidad de veces y no le interesaba, se apresuro a decir a Metrov que sentía mucho no poder aceptar su invitación, saludó y se dirigió a casa de Lvova.

INCLUSIÓN Y AMISTAD

sábado, julio 20th, 2013

DSC_0518
¿A quién se le ocurre sacar mesas, manteles, vajilla, delicias, sonrisas, alegría, generosidad y samovar a la calle, para tomar el té? A ellos.

Para festejar, sólo hacen falta ganas. Para compartir, amor. Se puede. MIRÁ

phoca_thumb_l_8 chaepitie
Chaepítie supercomunitario. En el campo, antes de que caiga el sol. Todos incluidos. Cada uno lleva algo rico y lo comparte con los demás.
Por todo sombrero, un pañuelo en la cabeza.
¡Simplemente, maravilloso!

FELIZ DÍA DEL AMIGO, DACHAS QUERIDAS. COMPARTAN SIEMPRE SU MEJOR TÉ.

ANNA KARENINA – SÉPTIMA PARTE – CAPÍTULOS 1 Y 2

viernes, julio 19th, 2013

Kramskoy_Portrait_of_a_Woman
Queridas dachas lectoras, con estos dos primeros capítulos de la Séptima Parte de Anna Karenina, me despido de ustedes hasta el lunes. Este fin de semana estaré en San José, Entre Ríos, ya que me honraron designándome presidente del jurado del Primer Festival del Mate de Té. Iba a dejarles 8 capítulos pero me pareció adecuado darles un poco de aire a los rezagados, para que se pongan al día. Hasta la vuelta! Gabriela.

ANNA KARENINA – LEV TOLSTOY
SÉPTIMA PARTE – Capítulo 1

Más de dos meses llevaban los Levin viviendo en Moscú y el término fijado por los entendidos, para el parto de Kitty, había pasado ya, sin que nada hiciera prever que el alumbramiento hubiera de producirse en un término inmediato.

El médico y la comadrona y Dolly y su madre y, sobre todo, el mismo Levin, que no podían pensar sin terror en aquel acontecimiento, empezaban ya a sentirse impacientes e inquietos. Únicamente Kitty se sentía completamente tranquila y feliz.

Distintamente sentía ahora nacer en sí un gran afecto, un gran amor para el niño que había de venir y, también, un gran orgullo de sí misma; y se complacía en estos nuevos sentimientos.

Su niño, a la sazón, era, no sólo una parte de ella, sino que a veces vivía ya por sí mismo, independiente de la madre. En estas ocasiones, con el rebullir del nuevo ser, solía experimenter fuertes dolores pero al mismo tiempo gozaba con nueva e intensa alegría.

Todos aquellos a quienes amaba estaban a su lado y todos eran buenos con ella, la cuidaban con tan tiernas solicitudes y se lo hacían todo tan agradable, que al no saber que todo debía terminar muy pronto, Kitty no habría deseado vida mejor y más agradable. Sólo una cosa le enturbiaba el encanto de aquella vida: que su marido no fuese como ella lo quería, que hubiese cambiado tanto.

A Kitty le agradaba el tono tranquilo, cariñoso y acogedor con que se mostraba siempre en la finca. En la ciudad, en cambio, parecía estar siempre inquieto y preocupado, temiendo que alguien pudiera ofenderlo o –y esto era lo principal– ofenderla a ella.

Allí, en el campo, sintiéndose en su lugar, jamás se precipitaba y no se lo veía nunca preocupado. En cambio, aquí andaba siempre apresurado, como temiendo no tener nunca tiempo de hacer lo que tuviera entre manos, aunque casi nunca tuviera nada que hacer.

A Kitty le parecía casi un extraño y la transformación que se había operado en su marido despertaba en ella un sentimiento de piedad.

Nadie, sino ella, experimentaba, sin embargo, este sentimiento, pues no había nada en la persona de él que excitara la compasión y cada vez que en sociedad había querido Kitty conocer la impresión que producía Levin en los demás, pudo ver, casi con un sentimiento de celos, que no sólo no producía lástima, sino que, por su honradez, por su tímida cortesía, algo anticuada, con las mujeres, su recia figura y su rostro expresivo, se atraía la simpatía general.

No obstante, como había adquirido el hábito de leer en su alma, estaba convencida de que el Levin que veía ante ella no era el verdadero Levin.

A veces, en su interior, Kitty le reprochaba el no saber adaptarse a la vida de la ciudad; pero, también, a veces, se confesaba a sí misma que le sería muy difícil ordenar su vida en la ciudad de tal forma que la satisficiera a ella.

En realidad, ¿qué podía hacer? No le gustaba jugar a las cartas. No iba a ningún círculo. ¿Tener amistad con los hombres alegres, ser una especie de Oblonsky? Kitty sabía ahora que aquello significaba beber y luego, una vez bebidos, ir Dios sabía adónde. Y ella nunca había podido pensar sin horror en los lugares a donde debían ir los hombres en tales ocasiones. Tampoco el «gran mundo» le atraía. Para atraerle habría debido frecuentar el trato de mujeres jóvenes y bellas, cosa que a Kitty no podía en modo alguno gustarle.

¿Quedarse en casa con ella, con su madre y sus hermanas? Pero por muy agradables y divertidas que fueran para ella estas conversaciones de Alin y Nadin, como llamaba el viejo Príncipe a tales charlas entre hermanos, Kitty sabía que a su esposo habían de aburrirlo. ¿Qué debía, pues, hacer? Al principio iba a la biblioteca para tomar apuntes y anotaciones pero, como él confesaba, cuanto menos hacía, tanto menos tiempo tenía libre y, además, se quejaba de que, habiendo hablado de su libro demasiado, ahora tenía una gran confusión de pensamientos y hasta había perdido para él todo interés.

Esta vida en Moscú tenía, sin embargo, una ventaja: aquí no se suscitaba entre ellos ninguna discusión.

Ya fuese por las condiciones especiales de la vida de la ciudad o porque, tanto él como ella, se hubiesen hecho más prudentes y razonables a este respecto, el caso era que su temor de que en Moscú se renovasen las escenas de celos había resultado completamente injustificado.

En este aspecto se había producido un hecho muy importante para los dos: el encuentro de Kitty con Vronsky.

La vieja princesa María Borisovna, madrina de Kitty, que quería mucho a su ahijada, hizo presentes sus deseos de verla. Kitty, que, por su estado, no salía a ninguna parte, fue, sin embargo, acompañada por su padre, a ver a la honorable anciana y encontró a Vronsky en su casa.

De lo ocurrido en este encuentro, Kitty no pudo reprocharse a sí misma sino que, cuando reconoció los rasgos tan familiares de Vronsky en su traje de paisano, se le cortó la respiración, le afluyó al corazón toda la sangre y sintió el rostro encendido de rubor. Pero esto duró sólo algunos segundos. Todavía su padre, que intencionadamente se había puesto a hablar con Vronsky en voz alta, no había terminado de saludarlo, cuando Kitty estaba ya completamente repuesta de su emoción y dispuesta a mirar a Vronsky y hasta a hablarle, si era preciso, del mismo modo que hablaría con la princesa María Borisovna, a hacerlo de forma –y esto era lo principal– que todo, hasta la entonación y la más leve sonrisa pudieran ser aprobadas por su marido, la presencia invisible del cual parecíale presentir en todos los momentos de aquella escena.

Cruzó, pues, algunas palabras con su antiguo amado y sonrió tranquila cuando bromeó sobre la asamblea de Kachin, llamándola «nuestro Parlamento» (era preciso sonreír para mostrar que había comprendido la broma). En seguida volvióse hacia María Borisovna y no miró ya a Vronsky ni una vez más hasta que él se levantó para despedirse, porque no hacerlo entonces habría sido evidentemente una falta de consideración.

Kitty estaba agradecida a su padre por no haberle dicho nada acerca de su encuentro con Vronsky.

Durante el paseo que, según costumbre, dieron juntos y por la particular dulzura con que la trató, Kitty comprendió que su padre estaba satisfecho de ella. También ella misma estaba satisfecha de sí. Nunca se había creído capaz de poder manifestar ante su antiguo amado la firmeza y tranquilidad que manifestó, de poder dominar los sentimientos que en presencia de él había sentido despertar en su alma.

Levin se sonrojó mucho más que ella cuando le dijo que había encontrado a Vronsky en la casa de María Borisovna.

Le fue difícil decírselo y aún más contarle los detalles de aquel encuentro, porque él nada le preguntó y sólo la miraba con las cejas fruncidas.

–Siento mucho que no hayas estado presente. –dijo Kitty– No en la misma habitación, porque con tu presencia no habría podido obrar tan naturalmente. Ahora mismo me ruborizo más, mucho más, que entonces. –decía, conmovida hasta el punto de saltársele las lágrimas– Lo que siento es que no pudieras verlo desde un lugar oculto…

Los ojos, que le miraban tan francamente, dijeron a Levin que Kitty estaba contenta de sí misma; y a pesar de que allí, ahora, se ruborizaba, él se sintió tranquilo y empezó a dirigirle preguntas, que era precisamente lo que ella quería.

Cuando lo supo todo, hasta aquel detalle de que, en el primer momento, Kitty no había podido dominar su emoción pero que luego se había sentido tan tranquila como si se encontrara ante cualquier hombre, Levin se calmó totalmente y dijo que, a partir de entonces, no se conduciría ya con Vronsky tan estúpidamente como lo había hecho en su primer encuentro en las elecciones, sino que, incluso, pensaba buscarlo y mostrarse con él lo más amable posible.

–¡Es un sentimiento penoso el de huir, el de encontrarse con un hombre y tener que considerarlo casi un enemigo! –dijo Levin–. Me siento dichoso, muy dichoso.

SÉPTIMA PARTE – Capítulo 2

–Por favor, haz una visita, aunque sólo sea de paso, a los Bolh –dijo Kitty a su marido cuando éste, a las once de la mañana, entró en su habitación para despedirse al salir de casa– Sé que comes en el Círculo, que papá lo ha inscrito de nuevo. ¿Y por la mañana qué vas a hacer?

–Sólo voy a ver a Katavasov –contestó Levin.

–¿Y por qué sales tan temprano?

–Katavasov me prometió presentarme a Metrov. Quiero hablarle de mi obra. Es un sabio muy conocido en San Petersburgo –explicó Levin.

–¡Ah! ¿Es el autor del artículo que has alabado tanto? –inquirió Kitty.

–Además, quizá vaya al Juzgado por el asunto de mi hermana.

–¿Y el concierto? –preguntó Kitty.

–¿Qué voy a hacer solo en el concierto?

–Tendrías que ir. Es una fiesta magnífica, toda a base de piezas modernas que tanto te interesan… Yo en tu lugar no dejaría de ir…

–En todo caso, antes de comer vendré aquí.

–Ponte la levita. Así podrás ir directamente a casa de la condesa de Bolh.

–¿Y es necesaria esa visita?

–Sí, es necesaria. El Conde estuvo en nuestra casa. ¿Y qué trabajo te cuesta? Vas allí, te sientas, hablas cinco minutos del tiempo, te levantas y te vas.

–¿Quieres creer que he perdido tanto esas costumbres que hasta dudo de saber comportarme debidamente? Fíjate: va a verles un hombre casi desconocido, se sienta, se queda allí sin tener ninguna necesidad. Estorba a aquella gente, se molesta él mismo y luego se marcha…

Kitty rió de buena gana.

–Pero, ¿cuando estabas soltero no hacías esas visitas? –lo dijo sonriendo aún.

–Las hacía, pero siempre experimentaba vergüenza; y ahora, estoy tan desacostumbrado, que te juro que preferiría quedarme dos días sin comer y no hacer esta visita. ¡Siento tanta vergüenza! Me parece incluso que se van a enfadar y que dirán: «¿Y para qué vendrá este hombre sin tener necesidad de vernos?».

–No, no se enfadarán. De esto yo te respondo–dijo Kitty, mirando al rostro a su marido y sonriéndole, burlona y cariñosa.

Luego le tomó una mano y le dijo:

–Adiós. Te pido que hagas esa visita.

Ya iba a marcharse, tras haber besado la mano a su mujer, cuando ella le paró.

–Kostia. ¿Sabes que sólo me quedan cincuenta rublos?

–Bien. Pasaré por el banco. ¿Cuánto quieres? ––contestó Levin, con la expresión de desagrado que Kitty conocía ya en él.

–No, espera. –dijo ella reteniéndole por la mano– Hablemos. Esto me inquieta. Creo que no pago nada que no deba pagar pero el dinero desaparece con tanta rapidez que a veces pienso que gastamos más de lo que podemos.

–Nada de eso –contestó Levin, aunque mirándola ceñudo y tosiendo ligeramente.

Kitty conocía también aquel modo de toser. Aquel gesto y aquella tosecilla eran señal de descontento, si no de ella, de sí mismo.

En efecto, Levin estaba descontento no de que hubieran gastado mucho dinero, sino de que Kitty le hubiese recordado que –como él sabía bien pero procuraba olvidarlo– sus cosas no marchaban como él quería.

–He ordenado a Sokolov –dijo a su esposa– vender el trigo y cobrar adelantado el arriendo del molino. No te preocupes; de todos modos, tendremos dinero.

–Temo que gastamos demasiado…

–No… Nada… Nada, querida… Adiós querida –repitió Levin.

–Te aseguro que a veces siento que hayamos dejado el pueblo. Me arrepiento de haber escuchado a mamá. ¡Estábamos tan bien allí! En cambio aquí molesto a todos y, por otra parte, gastamos tanto dinero…

–No, no… En manera alguna… Desde que estoy casado no he dicho ni una sola vez que me haya arrepentido de nada.

–¿Y es verdad que piensas así? –preguntó ella mirándole a los ojos.

Levin lo había dicho sin pensarlo, sólo para tranquilizarla; pero cuando vio que los ojos, claros, puros, de ella, lo miraban interrogativamente, lo repitió con toda su alma. Recordó luego lo que esperaban para pronto y se dijo entre sí: «La olvido demasiado».

Y tomándola por las manos, le preguntó cariñosamente y con cierta ansiedad:

–¿Y cuándo…? ¿Cómo te sientes?

–He contado tantas veces y me he equivocado, que ahora ya no sé ni pienso nada.

–¿Y no temes…?

Kitty sonrió con despreocupación.

–Nada.

–En todo caso, estaré en la casa de Katavasov.

–No, no pasará nada. No pienses en ello. Iré a dar un paseo en coche con papá, por la avenida. Pasaremos a ver a Dolly. Antes de la comida te espero. ¡Ah! ¿Sabes que la situación económica de Dolly vuelve a ser insostenible? Debe en todas partes, no tiene dinero… Ayer hablé con mamá y con Arsenio (así llamaba ella al marido de su hermana Lvova) y decidimos mandaros a ti y a él a hablar seriamente con Stiva. Es absolutamente imposible que las cosas sigan de este modo… Con papá no se puede hablar de esto… Pero si tú y Arsenio…

–Pero, ¿qué podemos hacer nosotros?–objetó Levin.

–De todos modos, pasa a ver a Arsenio y háblale. Él te dirá lo que hemos decidido.

–Bien, pasaré a verlo. Con él siempre me pongo de acuerdo. A propósito: si voy al concierto, iré con Nataly. Adiós, pues.

En la escalinata, Kusmá, el criado que tenía ya cuando estaba soltero, detuvo a Levin.

–A «Krasavchik» lo han herrado de nuevo –«Krasavchik» era el caballo que enganchaban a la izquierda del tiro que los Levin habían llevado del pueblo– y todavía cojea. –dijo Kusmá– ¿Qué hago, señor?

En los primeros días de su estancia en Moscú, Levin se ocupaba continuamente de los caballos que había traído del campo. Quería organizar este asunto de la mejor manera y más económica pero, al fin, había tenido que recurrir a los caballos de alquiler, porque los suyos le resultaban demasiado caros.

–Manda a buscar al veterinario. Quizá tenga una magulladura en ese casco.

–¿Y para Katerina Alejandrovna? –preguntó Kusmá.

A Levin le sorprendió, como en el primer tiempo de su estancia en Moscú, que para ir de Vosdvijenskoie a Sivzev Vrajek hubiera que enganchar un pesado carruaje con un par de fuertes caballos que salvasen el barro pegajoso y la nieve y, después de un cuarto de versta, dejarlos allí cuatro horas pagando por ello cinco rublos.

–Ordena al cochero de alquiler que traiga un par de caballos para nuestro coche –dijo.

–Sí, señor.

Y después de haber resuelto tan fácilmente, con tanta sencillez, gracias a las condiciones de vida en la ciudad, aquella cuestión que en el pueblo hubiera requerido tanto trabajo y atención personal, Levin salió a la escalera y, habiendo llamado a un coche de alquiler, se sentó en él y se dirigió a la calle Nikitskaya.

Una vez instalado en el coche, dejó de pensar en el dinero para pensar únicamente en aquel sabio petersburgués que se dedicaba a sociología y en la conversación que había de tener con él.

Al principio de llegar a Moscú, a Levin lo sorprendieron aquellos gastos extraños para él, habitante de un pueblo; gastos sin utilidad pero imprescindibles, que había que hacer a cada paso. Pero ahora ya estaba acostumbrado. Le pasó en este aspecto lo mismo que dicen que ocurre a los borrachos: la primera copa –se dice– les sienta como un tiro; la segunda como si se tragaran un halcón; y, al pasar de la tercera, las otras copitas parecen pajarillos. Cuando Levin cambió por primera vez cien rublos en Moscú para comprar las libreas al lacayo y al portero, libreas que, contra la opinión de Kitty y la Princesa, juzgaba él perfectamente inútiles, pensó que el dinero que estas libreas iban a costar correspondía a la labor de dos obreros durante todo el verano, es decir, de trescientos días de labor –desde la Pascua hasta la Cuaresma, en otoño–, de trabajo penoso, diario, desde bien temprano, en el amanecer, hasta ya caída la tarde y también este gasto fue para él un trago amargo. En cambio los otros cien, cambiados para comprar las provisiones de la comida que dieron a los parientes y que costó veintiocho rublos, aunque despertaron en él el recuerdo de que aquel dinero correspondía a nueve cuartas de avena, las cuales la gente, con sudor y rudo trabajo, había segado, ligado, trillado, aventado y tamizado, los gastó, a pesar de todo, con más facilidad.

Y ahora, hacía ya tiempo, los billetes que cambiaba no le despertaban estas reflexiones y volaban como pajarillos ligeros. Levin no se preguntaba ya si el placer que el dinero le procuraba correspondía al esfuerzo que costaba obtenerlo.

Había olvidado, también, su principio de que había que vender el trigo al más alto precio posible.

El centeno, cuyo precio Levin había sostenido alto durante tanto tiempo, era vendido ahora a cincuenta cópecs el cuarto, más barato que lo daban hacía un mes y ni el pensamiento de que con gastos como aquellos les sería imposible vivir todo el año sin contraer deudas le precupaba ya.

Necesitaba sólo una cosa: tener dinero en el banco, saber que al día siguiente podían hacer frente a las necesidades de la vida y no preocuparse de nada más.

Hasta entonces las cosas se habían deslizado sin obstáculos, las necesidades de la casa habían quedado siempre cubiertas. De pronto, Levin había descubierto que en la cuenta corriente no quedaba dinero, ni sabía tampoco dónde lo podría obtener; por lo cual no era extraño que al mentárselo Kitty se pusiera de mal humor.

Ahora no tenía, sin embargo, tiempo de pensar en ello.

Pensaba sólo en Katavasov y en Metrov, al cual iba a conocer inmediatamente.

MAYAKOVSKI, EL SOL Y EL TÉ EN UNA DACHA (o de cómo dar siempre lo mejor).

viernes, julio 19th, 2013

Anatoly Belkin. Tea is good. Vladimir Mayakovsky
En el aniversario del nacimiento de Vladimir Mayakovsky, uno de los poetas rusos más relevantes de inicios de S. XX e iniciador del «futurismo ruso», comparto con ustedes esta belleza, cuya traducción, por ser mía, puede mejorarse (cualquier aporte es bienvenido).
La obra que elegí para maridar el poema es de Anatoly Belkin y se llama: El té es bueno. Vladimir Mayakovski.

UNA EXTRAORDINARIA AVENTURA ME OCURRIÓ A MÍ, VLADIMIR MAYAKOVSKI, EN UNA DACHA.
(Pushkino, monte Akul, Rumiantsi, 27 verstas por el ferrocarril Iaroslav)

Ciento cuarenta soles llameaban en un ocaso
y en julio se enrollaba el verano;
estaba tan caluroso,
que el calor nadaba en una nube;
y esto ocurrió en el campo.

En la colonia Pushkino arqueaba
el monte Akul
y al pie del monte,
había una aldea
serpenteando en la costra de los techos.
Y tras la aldea
había un hoyo.
Y en ese hoyo, probablemente,
se hundiera siempre el sol,
lenta y confiadamente.
Y al día siguiente,
para inundar de nuevo
el mundo,
el sol saldría, escarlata.

Día tras día,
este hecho
empezó a generar en mí
un gran enojo.
Y volando en tal rabia, un día
en que todas las cosas palidecieron de miedo,
a quemarropas, le grité al sol:
“¡Baja!
¡Basta de tintinear en ese hueco infernal!”
Al sol le grité:
“¡Tú, bulto perezoso!
¡Tú, acariciado por nubes
mientras aquí –invierno y verano-
debo sentarme y dibujar carteles!”
Le grité, de nuevo, al sol:
“¡Un momento!
Escucha, frente dorada,
en vez de ponerte,
¿por qué no bajas a tomar el té
conmigo?”

¡Qué he hecho!
¡Estoy perdido!
Hacia mí, de buen grado,
por sí mismo,
desparramando sus pasos de rayos,
caminó el sol cruzando el campo.
Traté de ocultar mi miedo
y retrocedí.
Ya estaban en el jardín sus ojos.
Ya cruzaba el jardín.
Su masa solar, presionando
las ventanas,
las puertas,
las rendijas,
rodó hacia adentro.

Recuperando el aliento,
habló con voz de bajo:
“Apago el fuego a la fuerza,
por la primera vez desde la creación.
¿Tú me llamaste?
¡Dame té, poeta,
trae, desparrama la mermelada!”

Las lágrimas llenaron mis ojos,
el calor me enloquecía.
Mas, señalando el samovar,
le dije:
“Bueno, ¡siéntate entonces,
luminaria!”

El Diablo impulsó mi insolencia
para gritarle,
confuso.
Me senté en la orillita de un banco,
temiendo lo peor.

Pero, del sol, una extraña luz
fluía
y, olvidando
toda formalidad,
pronto charlaba
con el sol libremente.

De esto
y de aquello, hablé,
de cómo había sido tragado por Rosta (1),
y el sol me dijo:
“Bien,
no te preocupes,
¡mira las cosas con sencillez!
¿Acaso crees tú
que me resulta fácil
brillar?
¡Inténtalo, si puedes!
¡Anda, atrévete!
¡Anda y alumbra a raudales!”

Así charlamos hasta que oscureció;
o sea, hasta lo que antes era la noche.
Pues, ¿qué oscuridad había aquí?

Nos entibiamos mutuamente
y muy pronto,
mostrando amistad, abiertamente,
le palmeé la espalda.
El sol respondió:
“Tú y yo, mi camarada,
hacemos flor de pareja.
Vamos, mi poeta,
amanezcamos
y cantemos
sobre la gris basura del mundo.
Yo verteré mi sol
y tú el tuyo,
en versos.”

Un muro de sombras,
una cárcel de noches,
cayó bajo los ambiguos soles.
Una conmoción de versos y luz:
¡Brilla todo lo que valgas!

Soñoliento y aburrido,
cansado,
quise estirarme
por esa noche.
De pronto,
brillé con todas mis fuerzas
y llegó la mañana.

Brillar siempre,
brillar por todas partes,
hasta el día del Juicio Final,
brillar
¡y al diablo con todo lo demás!
Esa es mi consigna
¡y la del sol!

(1) Ventanas Rosta o Ventanas satíricas Rosta (en ruso: Окна сатиры Роста, Okna satiry Rosta) eran posters de propaganda en stencils, creados por artistas y poetas con el sistema Rosta, bajo la supervisión del Comité Director de Educación Política en 1919-1921. Habiendo heredado las tradiciones de diseño ruso de lubok y rayok, los temas principales eran los acontecimientos políticos de ese momento. Se pegaban en las ventanas, de ahí el nombre.

ANNA KARENINA – SEXTA PARTE – RESUMEN Y ANÁLISIS

jueves, julio 18th, 2013

anna borrador
SEXTA PARTE
RESUMEN:
Por diversas razones, Levin y Kitty tienen que hacer espacio en su dacha para mucha gente. Dolly y sus hijos están de visita, en gran parte debido a que su propia dacha se encuentra en ruinas. Vareñka, la piadosa amiga de Kitty de la Segunda Parte, cumple su promesa de venir a visitarla cuando esté casada. La (anciana) Princesa Shcherbatskaya está decidida a quedarse con Kitty a lo largo de su primer embarazo. Y Sergei Ivanovich, como siempre, busca alivio anual del estrés de la ciudad. Sergei Ivanovich se siente atraído por Vareñka y esto emociona a toda la casa. Kitty y Dolly elucubran, ansiosamente, sobre la posibilidad de que Sergei Ivanovich le proponga matrimonio, mientras que la princesa se preocupa por Kitty, diciéndole que la excitación es mala para su salud e insiste en todo tipo de precauciones excesivas para el bien del niño por nacer.

Cuando Vareñka y Sergei Ivanovich salen a recoger setas, él decide que ésta es su oportunidad de proponerse. Pero cuando se acerca a Vareñka, su timidez le gana y terminan teniendo una conversación banal sobre las setas. El momento pasa y los dos saben que nunca va a volver a darse una oportunidad como esa.

Oblonsky llega con Vasenka Veselovsky, un apuesto joven playboy. Levin se irrita porque él esperaba al viejo príncipe Shcherbatsky y porque observa, de inmediato, la atracción de Veselovsky por Kitty. Se pone muy celoso de Veselovsky y se siente inseguro sobre su relación con Kitty. Como Tolstoy nos muestra, Levin es propenso a la exageración: «Ya se veía convertido en un marido engañado, al que la mujer y el amante sólo necesitan para que les procure placeres y vida cómoda.” Está de acuerdo en ir en un viaje de caza con Oblonsky y Veselovsky y la ineptitud de Veselovsky lo consuela. Pero cuando regresan a la casa, Veselovsky sigue a coqueteando descaradamente con Kitty. Dolly trata de decirle a Levin que no tiene nada de qué preocuparse pero Levin se pone furioso y echa a Veselovsky. A pesar de que todos están sorprendidos, Levin se siente mejor y, finalmente, todo el mundo, excepto la vieja Princesa Shcherbatskaya, se toma la situación con humor y es capaz de reírse.

Dolly va a visitar a Anna a la finca de Vronsky en el campo, que queda a un día de viaje en carro desde la casa de Levin. A lo largo del camino, piensa en la salud y el comportamiento de sus hijos y en cómo va a ayudarles a comenzar la vida. No le gusta dejarlos pero está decidida a cumplir su promesa de visitar a Anna. Cuando Dolly llega, Anna galopa hasta el carro en un caballo y se lanza hacia Dolly con mucha alegría. Dolly al principio se encandila por el lujoso entorno de la finca de Vronsky y la vitalidad de Anna pero, poco a poco, se va alterando a medida que pasa el tiempo. A pesar de que están rodeados de gente, la princesa Bárbara, Veselovsky y un viejo amigo, Sviyazski -sus visitantes- se aprovechan de ellos y son de una clase más baja de la que normalmente ellos suelen frecuentar. Vronsky parece estar feliz y ocupado con múltiples actividades, se regocija en el papel del gran terrateniente, empieza a involucrarse en la política local y gusta de hacer grandes gestos como la construcción de un hospital para los campesinos. Pero pronto Dolly se da cuenta de que hay una gran turbulencia bajo la superficie de sus vidas.

Anna todavía se niega a aceptar la oferta de divorcio de Karenin a pesar de que para Vronsky es importante. Él quiere que sus hijos sean legítimos, para que puedan heredar sus tierras. Dolly intenta convencer a Anna pero Anna se niega a considerarlo. Dolly también toma nota, con preocupación, de que Anna no parece interesada en su hija en absoluto. Anna y Dolly tienen un largo tete-a-tete en el que Anna revela que ella practica el control de la natalidad. Ella no quiere quedar embarazada otra vez, dice, porque Vronsky no la encontraría atractiva si lo hace. Dolly, ingenua acerca de tales asuntos, se horroriza y fascina al mismo tiempo. También nos enteramos de que Anna toma morfina a la noche para poder dormir. Dolly decide irse al día siguiente porque se siente claramente incómoda, y siente alivio de volver a lo de los Levin. Pero sigue defendiendo a Anna frente a todos los demás.

Vronsky se va a Moscú para las elecciones de la nobleza provincial, dejando a Anna en casa. Él se espera un escándalo pero ella no discute en absoluto. Este hecho pone a Vronsky aún más nervioso pero decide negar sus sentimientos y valorar la paz. Los Levin también se mudan a Moscú para el último mes del embarazo de Kitty. Algunos otros nobles de la provincia, Sviazsky, Oblonsky y Koznychev también convergen en Moscú para las elecciones. Levin, de quien se espera que participe en la energía y la emoción que rodea a la elección, se aburre e impacienta con todo el asunto. El debate es interminable y el proceso, muy burocrático, no contiene un ápice de interés por el mérito de los candidatos. Levin, que adolece de temperamento para las elecciones, comete varios errores sociales. Se encuentra con Vronsky, tan encantador como de costumbre, a pesar de lo cual, Levin se comporta con él de manera grosera. Vronsky se queda un día más de lo que había planeado y brinda una cena para los ganadores. Disfrutando de la compañía masculina y la discusión, está muy satisfecho con todo, hasta que recibe una nota más bien hostil de Anna, ordenando que regrese inmediatamente. En la nota afirma que la pequeña Anny está muy enferma.

Ya en casa, Vronsky se entera de que la nota era una artimaña de Anna. La princesa Bárbara se queja de que Anna toma morfina cuando él no está. Anna quería que volviera a casa porque estaba celosa y se sentía sola. A pesar de un reencuentro casi apasionado, Vronsky se siente cada vez más irritado y cercado por sus constantes demandas. Anna se da cuenta de que él ansía la libertad, lo que él llama «independencia masculina» y que el futuro de su relación depende de eso, pero ella no es capaz de concebir darle más espacio. Su propia soledad y el alto grado de inseguridad en su situación hacen imposible que actúe de otra forma que aferrarse a él. Frente a la posibilidad de perder a Vronsky, le impone a éste mudarse con él a Moscú y decide escribirle a Karenin para pedirle el divorcio.

ANÁLISIS:
El contraste entre las dos parejas continúa en esta sección. Ambas parejas, como vemos, se aferran a una tranquilidad superficial que amenaza con estallar. En el caso de los Levin la explosión es una farsa y en el caso de los Vronsky veremos que es trágica.

La bella y delicada historia de Sergei Ivanovich y Vareñka muestra, con observación chejoviana, que el poder de la mente puede convertirse en plastilina cuando se enfrenta con el poder del corazón. Sergei Ivanovich, que tiene una respuesta para todo, no puede hacerle una simple pregunta a una niña inocente, de buen corazón. Esta historia muestra el fracaso de un matrimonio antes de que pueda comenzar siquiera y representa, de alguna manera, los propios anhelos de Levin de una novia intocable.

Ambas familias pasan por ataques de celos durante la Sexta Parte. Levin, todavía negándose a ceder en nada, monta en cólera al ver a un joven insensato coqueteando con su esposa. Veselovsky es ridículo y la fidelidad de Kitty no está en juego, al menos de parte de ella pero la respuesta de Levin es a sus propios miedos, más que a la realidad. En respuesta a sus propias dudas acerca de su capacidad para hacer feliz a Kitty y a sus propios temores acerca de los problemas con el matrimonio, él pone a la casa en jaque. Pero el resultado es pura comedia: Veslovsky huyendo mientras inteneta atar una de sus grandes cintas afeminadas, Levin revoleando su equipaje y el resto de la casa reaccionando en consecuencia, convirtiendo todo el asunto en la gran historia de la noche.

En cambio, el resultado de los celos de Anna no es divertido en absoluto y podemos reconocer la diferencia entre las dos situaciones, inmediatamente. A diferencia de Levin, Anna no tiene un objetivo específico en el que enfocar sus celos y arremete contra el mismísimo Vronsky. Mientras que tal vez tiene derecho a estar resentida con la «independencia masculina» de Vronsky, su rabia sólo lo aleja cada vez más. Ella se da cuenta y esto la lleva a crear escenas de ira aún mayores para cerciorarse del amor de él.
Las críticas feministas han escrito que Anna puede tener tendencias masoquistas. Su comportamiento en la ópera es uno de los ejemplos favoritos, pero también utilizan las peleas con Vronsky, en esta parte, para ilustrar este punto. Es una lectura interesante, porque Anna, ciertamente, tiene una tendencia a la autodestrucción y muchas de sus decisiones le generan dolor, deliberadamente. También tiene una ligera obsesión con la muerte y sus sueños sobre el campesino (quien simboliza el exceso carnal y la muerte) subrayan este punto.

Pero la negativa de Anna a un divorcio no debería equipararse a sus tendencias a la auto-destrucción. Anna se niega al divorcio debido a que casarse con Vronsky y comenzar una nueva familia la pondrían meramente en la situación en que ya estaba inmersa. Aunque parezca extraño, teniendo en cuenta su pasión por Vronsky, no es casual que Tolstoy diera tanto Karenin como a Vronsky el mismo nombre. Anna insiste en mantener un romance altamente individualizado con el fin de evitar el tedio sofocante de otro matrimonio burgués, a pesar de que no está más que cambiando un tipo de tortura por otro.

Vemos la prueba de la decadencia de Anna, vívidamente, durante la visita de Dolly. Dolly, la pobre y sufrida Dolly, es dibujada en estricta comparación con Anna en esta sección. Anna es rica, hermosa y supuestamente feliz mientras que Dolly se ha vuelto poco atractiva, venida a menos y está agobiada tanto por los problemas financieros como por una familia numerosa; pero Dolly siente que está en mejores condiciones que Anna. Está particularmente preocupada por la negativa de Anna a tener más hijos para no volverse menos atractiva a los ojos de Vronsky. Como Dolly señala acertadamente: «Desde luego, si él busca, encontrará la manera y cuerpos más atractivos y alegres; y por blancos, por magníficos que sean sus brazos desnudos, por hermoso que sea su cuerpo, su rostro animado bajo la negra cabellera, él encontrará siempre algo mejor, como lo busca y encuentra mi marido, mi repugnante, miserable y querido marido”. Anna está desesperada por retener aVronsky, pero nunca lo logrará por tales medios. Dolly, a pesar de las infidelidades de su marido, reconoce la parte buena de su situación y no desearía estar en la de Anna.

La muerte de Anna también se insinúa a través de su uso de la morfina. Su creciente dependencia de la droga, con el fin de funcionar normalmente, prefigura su eventual conclusión de que es muy difícil seguir viviendo.

REMEDIO DE AMOR

jueves, julio 18th, 2013

e2aba1c38c6e

Noche en la dacha. Los niños y yo. Puro deleite.
Mientras duermen, abrazados, a mi lado, me tomo el último té de un día ajetreado. No hay pena que no cure una buena taza de té y unos hijos criados con amor y deseo ♥

Obra de hoy: Nikolai Ivanovich Fechin – La señora Fechin y su hija (1925)

ANNA KARENINA – SEXTA PARTE – CAPÍTULOS 31 Y 32

miércoles, julio 17th, 2013

anna tapa libro
ANA KARENINA – LEV TOLSTOY
SEXTA PARTE – Capítulo 31

Aquel día Vronsky ofreció una comida al Presidente provincial elegido y a muchos de los adeptos del partido nuevo.

Vronsky había ido a la ciudad por las elecciones y porque se aburría en el pueblo, por mostrar a Anna su derecho a la libertad y también porque quería pagar a Sviajsky, con su ayuda, los esfuerzos que había hecho a su favor en las elecciones del zemstvo. Pero, más que nada, había ido por cumplir con todos sus deberes de noble y agricultor, la posición que había elegido ahora como campo de su actividad. Pero Vronsky no esperaba de ningún modo que las elecciones le hubieran interesado de tal manera. Era un hombre completamente nuevo entre los nobles rurales mas, a pesar de ello, alcanzaba un éxito indudable y no se equivocaban pensando que había ya adquirido una gran influencia en aquel medio.

(más…)

QUIERO SER TU SAMOVAR, TU MELENA Y TUS PLUMAS ;-)

miércoles, julio 17th, 2013

148.149.150

Vamos cerrando esta tarde de invierno, medio otoñal, medio primaveral, con un tríptico de sueños. Tetera caliente para recibir a los que van llegando. ¿Me cuentan con qué secretos agasajan a sus seres queridos a la vuelta del trabajo?

Imagen: Piotr Frolov

Tea blends, blends artesanales, blends de té en hebras, té de alta gama, té premium, té ruso, té de samovar, tea shop, té gourmet, latex free tea blends, mezclas de té en hebras libres de látex, té orgánico.

Buenos Aires - Argentina | Tel. 15-6734-2781 - Llámenos gratuitamente | sekret@dachablends.com.ar