VIAJE A ŠIPAN
“El que quiera ver el Paraíso en la Tierra tiene que venir a Dubrovnik” George Bernard Shaw
Nuestro viaje empieza en Dubrovnik, la perla del Adriático.
La República aristocrática de Ragusa (derivación del romano ” aquéllos que viven sobre la Roca”) o Dubrovnik (del eslavo “la ciudad construida en los bosques de robles”), está ubicada al sur de la costa croata, en el Adriático y nació sobre las piedras rocosas, en el año 656 d.C. Fue fundada por los refugiados de la ciudad griega de Epidauros, luego por los refugiados de Salona, tierra de Diocleciano y capital de Dalmacia, más tarde por un rezago de pescadores del Imperio Romano que habitaban en los islotes inmediatos a Dubrovnik y, finalmente, por algunos croatas que llegaron al lugar.
El deseo de los habitantes de Dubrovnik, de tener su propio Estado y ser así, dueños de su propio destino, los llevó al convencimiento de que, aprovechando su situación geográfica y sólo a través de la diplomacia y no por las armas, lograrían tan noble objetivo. Para defender estos principios y la paz ganada, creyeron necesaria la construcción de murallas y fortalezas alrededor de la ciudad, incluyendo las tierras circundantes.
La República de Dubrovnik sirvió de importante enlace entre el Occidente y el Oriente europeos, en un período en el cual el poderoso Imperio Otomano ocupaba amplias zonas de Europa; el puente no sólo era comercial, sino también cultural y humano; a menudo caritativo, daba ayuda a mucha gente que había caído en desgracia y otorgaba asilo a los refugiados.
Con todos los elementos necesarios para ser un Estado progresista, Dubrovnik logró, por más de mil años, ser una República independiente, desarrollando enormemente el comercio exterior y la navegación marítima por todo el Mediterráneo y otros mares. En ella florecieron las ciencias, las artes y el resplandor de la gran ciudad que dio origen a lo que, históricamente, conocemos como Período de Dubrovnik .
Desde esta maravilla se puede iniciar un viaje mágico por las islas croatas del Adriático, que tienen fama de que quien las visita, a veces, no regresa.
Las islas Elafiti están situadas al noroeste de Dubrovnik y sólo tres de ellas están habitadas: Kalamota, Lopud y Šipan.
El barco zarpa, al anochecer, bajo un cielo lleno de estrellas, rumbo a Šipan, la Isla de las Águilas.
Los Šipanis vivieron, desde hace muchos años, en esta isla, que hoy tiene sólo 800 habitantes. En antiguos documentos aparece con los nombres de Jupana, Zupana y Supana; el actual nombre de Šipan fue por primera vez usado en el año 1371. Su muralla de defensa data de los tiempos de los Ilirios y los romanos que se instalaron en ella. Prueba de esto es la villa Rustica en el puerto y las preservadas rocas con diferentes inscripciones. La historia de Šipan está fuertemente marcada por la de la cercana ciudad Dubrovnik y parte de su encanto reside en el hecho de que este lugar fuera, durante los siglos XV y XVI, residencia de veraneo de los habitantes de Dubrovnik (sonrío pensando que cada uno hace su Dacha donde puede…).
Si bien esta isla es la más grande del archipiélago, se puede recorrer en bicicleta en unas pocas horas. El agua del mar es tan transparente que parece que los barcos flotaran en el aire; se ven claramente los amarres y anclajes de las barcas, los peces y erizos y nuestros propios pies. Šipan, como el buen té o el buen vino, es una fiesta para los sentidos; el primer impacto al llegar es en nariz: esta isla tiene aroma a higos e hinojo salvaje. Y es que toda ella está cubierta de higueras de todas las variedades, morales, manzanos, duraznos, olivos, hermosos campos de viñedos, almendros, abetos, cipreses, palmeras, plantas y arbustos del mediterráneo y mucho, muchísimo hinojo.
El Viaje a Šipan inspiró este blend, de deliciosas hebras de Pu Erh y pétalos de flores de durazno, con un licor de gran cuerpo y astringencia nula, un adorable aroma a higos, un ataque anisado e inconfundible a hinojos, y un dejo a frutas pasas.
Afortunadamente (?), las ninfas nos permitieron volver y subimos al barco, de regreso al continente. El viaje llega a su fin.
¿A quién no le gustaría sentarse en cubierta, al atardecer, a disfrutar de la vuelta a Dubrovnik con una exquisita taza de té?